El idealista y los santos inocentes noruegos con pato
Julio Manrique dirige su primer Ibsen, ‘L’ànec salvatge’, en el Teatre Lliure
En Vildanden, El pato salvaje, de Henrik Ibsen, estrenada en 1885 en Bergen, una familia noruega pobre y algo friki pero aparentemente feliz, que tienen refugiado al ánade del título, herido, en el granero de la casa, recibe un inquilinoque destrozará sus vidas con su afán de buscar la verdad. “Es un Ibsen diferente a lo acostumbrado, poco conocido y muy escasamente representado aquí, pero un Ibsen maravilloso”, recalca Julio Manrique, que dirige L’ànec salvatge, la adaptación que él mismo, Marc Artigau y Cristina Genebat han hecho de la obra y que se estrena el jueves en el Teatre Lliure de Montjuïc (hasta el 9 de abril).
El espectáculo, uno de los platos (pato al cabo) más esperados de la temporada teatral barcelonesa, cuenta con un excelente reparto: Pablo Derqui, Andreu Benito, Jordi Bosch, Laura Conejero, Lluís Marco, Miranda Gas, Elena Tarrats (como la joven Hedvige), Jordi Llovet, Ivan Benet y el músico Carles Pedragosa, que toca el piano en directo en escena. “Es un Ibsen raro. Casi parece que después de escribir Un enemigo del pueblo, Ibsen quisiera matizar e incluso contradecirse a sí mismo al relativizar el idealismo”. A diferencia del doctor Stockmann de Un enemigo del pueblo, Gregor Werle hará más mal que bien con su empeño por hacer luz sobre la verdad y destruir las mentiras y fantasías de las que se ha rodeado la familia Ekdal para sobrevivir.
“Ibsen parece estar previniéndonos contra el gurú de turno, el salvador, el coach, el perfeccionador de almas, haciendo que nos cuestionemos si es mejor decir la verdad o guardarla cuando tiene tanto poder destructivo”, apunta Manrique. Eso dice mucho de la actualidad de la obra. “No es un Ibsen esencialmente político, sino que se asoma al alma humana. Pero, evidentemente, la ambigua figura del idealista Gregor, que desencadena la tragedia, propicia una reflexión muy conveniente hoy sobre la diferencia entre el verdadero idealista, que tanto necesitamos, y los otros, los falsos maestros manipuladores que actúan desde la rabia, la ira y las visiones personales”. Manrique añade que Ibsen quiso también marcar las distancias con los acólitos que le seguían a él mismo con fanatismo acrítico tras Casa de muñecas y Un enemigo del pueblo.
La adaptación que han hecho a seis manos, dice, ha tratado de ser muy respetuosa “con una obra que nos gusta mucho a los tres”, pero limpiándola “de la retórica del XIX”. La representación se realiza en un espacio atemporal, con vestuario y elementos modernos, y el pato ha pasado de vivir en las alturas a hacerlo en el sótano. “El pato es un elemento simbólico muy interesante psicológicamente. Es el ave herida y escondida, que hace referencia a la humillación, la vergüenza y los secretos de la familia. Llevarla a un subterráneo la conecta con el subconsciente”.
"La obra propicia una reflexión muy conveniente hoy sobre la diferencia entre el verdadero idealista, que tanto necesitamos, y los otros, los falsos maestros manipuladores"
Al pato no se le ve, aunque sí se le oye. Ponerlo es opcional. En algunos montajes de la obra hay un pato de verdad, en otros no. “Es chulo verlo, pero finalmente me pareció que era mejor que no apareciera”. Manrique confiesa que así se han evitado problemas: tal como están las cosas en Barcelona, con la protección a ultranza de los animales, igual les venía la propia alcaldesa Colau a liberar al pato. “No valía la pena”, dice.
La historia de esa familia que se humilla ante el poderoso Hakon Werle, que los desprecia, recuerda un punto a Los santos inocentes (por no hablar del ave, de la que parece trasunta la Milana de Paco Rabal ). “He usado el referente en los ensayos”, señala el director; “hay una escena en que Werle quiere hablar con su hijo Gregor, que es el inquilino de los Ekdal y hace salir a toda la familia de su propia casa a la calle para tener intimidad, ‘eso es como en Los santos inocentes’, les dije”. Y al final, la más inocente, la sensible y especial Hedvige, es la que paga el pato, y nunca mejor dicho.
Manrique es consciente de que tiene un reparto muy bueno. “Brutal, es lo que le hacía falta a la obra, en la que todos los personajes son importantes, como en un Chéjov. Todos tienen vida y capas”. El espectáculo dura dos horas y media. “No nos cargamos nada arbitrariamente ni cambiamos la estructura original de la pieza, solo la hemos peinado y hemos modificado elementos de estilo y lenguaje que podían chirriar un poco”.
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