Primero un mundo y luego el mundo
Descubrir que un poeta es también novelista viene a ser como si un bailarín resultara ser igualmente arquitecto. El novelista es un escritor y el poeta un cantor. El novelista funda un mundo y el poeta sostiene el mundo. Cuando el poeta en cuestión es tan cantor como Walt Whitman, la publicación de una novela suya supone un acontecimiento. Este hallazgo de Zachary Turpin, doctorando de la Universidad de Houston, hace visible socialmente el trabajo que los investigadores en el campo de las humanidades realizan a menudo muy calladamente. Que además haya sido publicada por la Universidad de Iowa, famosa por su mecenazgo de la escritura creativa, no parece una casualidad feliz, sino el fruto de un apoyo sostenido a la literatura.
La escritura de Whitman tiene valores como la virilidad —propia y ajena— que comparte con toda la humanidad, el optimismo democrático o la celebración cósmica, muy necesarios en esta época confusa en la que falta casi todo eso. Quienes cantan lo bueno del mundo (empezando por su propio cuerpo) prefieren que se imponga el bien en cualquier argumento. Además, cualquiera que trate con ellos sabe que los poetas son excelentes narradores orales de episodios sueltos. Este folletín por entregas de Whitman apunta a algo de eso. Desde luego, contiene el mundo masculino y heroico del gran poeta moderno.
Cuenta el novelista Martin Amis que su padre, el poeta Kingsley Amis le dijo: “a ver cuándo te decides ya a ser poeta”. Esa perspectiva resulta rara, porque últimamente suele ser habitual que la carrera de un poeta desemboque antes o después en la novela. Whitman sí se decidió y dejó la novela por la poesía. Pero al final, puesto que la paradoja persigue a los creadores, primero lo hemos conocido como poeta y ahora como novelista. A ver cómo compite consigo mismo. Lo que será difícil es que una de sus frases en prosa llegue a estar en el corazón de tanta gente como está cualquiera de sus poemas.
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