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Crítica | EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Atrocidades sobre la esclavitud

¿Esto es poesía de la masacre? ¿Simbolismo macabro? ¿Sensacionalismo? ¿Abyección? Será el espectador el que decida

Javier Ocaña

EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN

Dirección: Nate Parker.

Intérpretes: Nate Parker, Armie Hammer, Penelope Ann Miller, Aja Naomi King.

Género: drama. EE UU, 2016.

Duración: 119 minutos.

En quizá la mejor secuencia de 12 años de esclavitud, un hombre era ahorcado, con sus pies a un palmo del suelo, del barro, de la mugre de violencia con la que se forjó un país, mientras a su alrededor nadie podía mover un dedo. Lo impedían el miedo, el látigo y, lo que es peor, la ley. Su director, Steve McQueen, filmaba el terrible momento a través de un plano fijo alargado en el tiempo hasta la extenuación, la de la víctima y la del espectador, pero a considerable distancia, marcando así el territorio que circundaba al ahorcado, el de la extrema violencia, pero también el de la complejidad, la mesura y el dolor. En una única imagen se decían muchas cosas: sociales, morales, humanas, cinematográficas, narrativas.

El catálogo de atrocidades desplegado por McQueen en 12 años de esclavitud parecía imposible de superar. Y, sin embargo, poco después ha surgido El nacimiento de una nación, debut en el largometraje del también actor protagonista Nate Parker, que rebasa cualquier explicitud, aunque sin la complejidad y la trascendencia puntual de la ganadora del Oscar a la mejor película de 2013. Una secuencia espejo sirve de comparación: en ella un niño es el ahorcado, pero es filmado por Parker partiendo desde un plano corto de su pecho, con una mariposa en leve aleteo posada sobre su cuerpo, para ir abriendo el encuadre poco a poco hasta visualizar su rostro, ya muerto, y, en lento travelling, ir mostrando otros seis ahorcados, mujeres y hombres, con música triste de fondo. Pero, ¿esto qué es? ¿Poesía de la masacre? ¿Simbolismo macabro? ¿Sensacionalismo? ¿Abyección?

Será el espectador el que decida, pero lo cierto es que Parker ha compuesto una película seguramente literal sobre un hecho verídico, la tentativa de revolución comandada por un esclavo en el estado de Virginia, en el año 1831, pero que se antoja pura venganza. Una revancha quizá justa, pero unidireccional, en forma de película, con un título que, además, ejerce de reverso histórico de El nacimiento de una nación (1915), aquella racista apología del Ku Klux Klan creada por el pionero del lenguaje del cine David Wark Griffith.

Mejor en la interpretación que en la visualización, con algún momento peligrosamente cerca de un documental del Canal Historia, Parker va de cara y no se ahorra nada. Si la audiencia necesita ver en primer plano cómo un salvaje blanco destroza los dientes, uno a uno, con martillo y cincel, a un pobre negro tendrá que responderlo cada cual. No es mentira, desde luego, pero su efectividad social es más que dudosa, y la cinematográfica, menos aún.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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