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David Gistau: “En esta novela he sido más un reportero que un confesor”

El escritor reúne los bajos fondos y las altas esferas en 'Golpes bajos', relato sobre boxeo

David Gistau, escritor y periodista.
David Gistau, escritor y periodista.BERNARDO PÉREZ

David Gistau (Madrid, 1970) ha descubierto la puerta que comunica los bajos fondos con las altas esferas. Y no porque la anduviera buscando. Le sirvió de pista, de señuelo, la imagen de un púgil desnortado a la vera de un aristócrata más desnortado aún, compartiendo ambos la charla y los asientos de un combate de boxeo en la sordidez de la periferia madrileña.

La imagen, el fogonazo, se ha prolongado en las 284 páginas de Golpes bajos (La esfera de los libros), una novela de boxeo sin los tópicos de la novela ni del boxeo, pero deudora de la tradición mefistofélica, toda vez que los personajes aparecen amaestrados por un mafioso despiadado —El Piñata— y por el dilema fáustico: pactar o no pactar con el diablo, tanto en la perspectiva acuciante de una famosa presentadora de televisión como en los valores titubeantes del propietario de un gimnasio que suda y duda.

Tiene dos orillas la trepidante novela. Y Gistau ejerce de barquero para comunicarlas. Un barrio pobre y uno rico. Un hampa que se abastece de ambos y una galería de monstruos y de santos que el periodista retrata en el escenario suburbano de Madrid, aunque hubiera preferido hacerlo en Nueva York. Y en el Madison Square Garden, como Norman Mailer.

“La novela tiene mucho más de reportero que de confesor. Me he quitado del medio. No tiene nada más biográfico que la piedad hacia los tipos nobles. Me he excluido, aunque muchas cosas de las que suceden estilizan con imágenes y palabras situaciones que he visto o que me han contado. Es como si hubiera puesto en orden las historias que tenía almacenadas. Y que se han ido sucediendo sin saber realmente hacia donde iba la novela. No sabía cómo iba a terminarla hasta el día en que la terminé”.

Es Gistau un periodista ilustrado y polifacético. Sólido en sus fundamentos de Historia. Afrancesado de educación. Filoamericano de cultura. Y muy poco mitómano, con excepción de Mohamed Alí y de Corto Maltés, si es que la iconografía doméstica, jalonada por centenares de libros leídos manoseados, refleja, como parece, las pasiones del boxeo y del cómic.

Fluidez cinematográfica

“Y también del cine”, puntualiza, admitiendo que Golpes bajos no se ha escrito para la pantalla pero sí desde un lenguaje y fluidez cinematográficos. Un ejercicio de la escritura “lúdico y divertido”, desprovisto de cualquier pretensión epatante —“si fuera un genio de la literatura, ya se sabría”—, pero dotado de una prosa incandescente que acordona la vida de una metrópoli en su degradación y su opulencia: las bandas latinas, los machacas moldavos, los hipsters artificiales, las peleas a muerte clandestinas, el hampa y el lumpen, el derroche, la corrupción política, la decadencia.

Y no es una novela social, pero el criterio jerárquico de las tribus que la habitan redunda en una imagen esquizofrénica de Madrid ignorada para los madrileños comunes. Y por el propio Gistau, hasta que se puso a escarbar: “Vivimos a unas cuantas paradas de metro de una realidad que nos resultaría inverosímil. La novela plantea el contraste del suburbio y el barrio pijo, como escenario de fondo de cualquier gran metrópoli que se oculta a la cotidianidad. Se aprecia ahí hasta dónde es falso el ideal del bienestar y cuánto es apremiante para muchos la carrera por la supervivencia”.

Las aclaraciones no contradicen la evidencia ni la preponderancia de la ficción. Hasta el extremo de que Gistau no sabe cómo habla un criminal ni conoce cómo se desenvuelve la existencia de un grande de España. Por eso carece de sentido ir a buscar cameos o paralelismos reales en su bestiario de asfalto. Y por la misma razón el novelista se ha sentido con una libertad inconcebible en las obligaciones deontológicas del periodista responsable: “Me ha llegado a ocurrir la absurda situación de contener la imaginación y de limitar los excesos. Me sentía culpable. Luego recapacitaba y me convencía de que podía inventarme lo que quisiera. Porque esas son las reglas y las virtudes de la novela. El periodismo no te permite mentir. La novela te lo exige”.

Otra cuestión es la verosimilitud que exuda Golpes bajos, el escrúpulo descriptivo que alienta la trama y la naturalidad con que Gistau reconoce haber desafiado a ese daimón jungiano que lo obligaba a escribir, como si fuera irrenunciable parir la novela, alumbrarla: “Me sentí presionado o estimulado por una especie de centinela interior que me conminaba a contar las historias que tenía dentro. Tenía que escribir la novela, casi obligado por esa voz, pero el ejercicio transcurrió después con una espontaneidad y un placer que me han resultado divertidísimos”.

“El ejercicio de estilo no aguanta 300 páginas”

Disciplinado en su trabajo de columnista (Abc), tertuliano (Cope, Tele 5), reportero, lector compulsivo y personaje sin papel de Los Soprano, David Gistau ha escrito su tercera novela como una suerte de purificación. Ha evitado “el barroquismo y la estilización de la columna”. Ha eludido “el fogonazo de la forma por la forma”, privilegiando una escritura más limpia y aseada, más ágil. Y encontrando la sorpresa de una terapia en la propia narración. “El ejercicio de estilo no aguanta 300 páginas. No puedes engañar a la gente recreándote en la manera. Y creo que la novela ha beneficiado mi propia manera de escribir. Ha pulido y aliviado mi estilo, haciéndolo más claro. La estilización que aguanta una columna no se puede aplicar a una novela, por eso ha habido tantos buenos columnistas que no han sido buenos novelistas, y se me ocurre el caso de Umbral”.

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