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La historia que la tecnología le dio al cine

Las nuevas herramientas provocan descubrimientos y reencuentros que hace unas décadas hubiesen sido imposibles. 'Lion' cuenta uno de ellos

Isabel Valdés
Una escena de la película 'Lion'.
Una escena de la película 'Lion'.Mark Rogers

Un milagro no es solo algo inexplicable y atribuido a la intervención divina, es también algo raro, extraordinario, maravilloso. Algo como encontrar geoglifos en la estepa kazaja o descubrir un paraíso perdido en medio de Mozambique a través de Google Earth; localizar a un bebé en menos de una hora en medio del atentado con un camión en Niza el pasado julio gracias a Facebook; o reencontrarse con una mascota tras años de búsqueda…

Hace un par de décadas, hallazgos como esos podrían haberse considerado milagros, hoy son solo consecuencias del avance y el desarrollo de la tecnología, son esa segunda acepción, eventos raros, extraordinarios y maravillosos que suelen provocar la emoción de los protagonistas, y después de quienes leen esas historias. Cuánto más cerca del hemisferio derecho, más atención despiertan y más impacto provocan, más se aprende y quedan retenidos en nuestra memoria durante más tiempo. No es raro entonces que aquellas historias tan inverosímiles que podrían pasar por relatos de realismo mágico, empapadas de partidas y llegadas, abandonos o reencuentros imposibles, sean las más cargadas de fuerza, las que más rápido se hacen virales y las que, a veces, llegan al cine.

Facebook como localizador

El 14 de julio de 2016, 84 personas murieron atropelladas por un camión que circulaba a 90 kilómetros por hora en la Proménade des Anglais, en Niza. Un atentado que volvía a colocar a Francia como objetivo del yihadismo. A solo 150 metros de aquel terror vive la francesa Joy Ruez, que abrió la puerta de su casa justo después de haber escuchado los disparos con los que la policía abatió al conductor del camión. Allí se refugiaron varias personas del caos de la calle, entre ellas, una pareja que había recogido un bebé perdido mientras huían.

Una captura de pantalla que 'Verne' recogió aquel día.
Una captura de pantalla que 'Verne' recogió aquel día.

Llamaron a la Policía y al Samur, que nunca llegaron, así que decidieron subir un par de fotos del niño a Facebook por si alguien lo reconocía: "Si alguien reconoce a este bebé o conoce a sus padres o alguien cercano, por favor que se manifieste... ¡Gracias por difundir!". Poco después alguien comentó la imagen para explicar que una mujer estaba buscando a un bebé en otro post de esa misma red social: "¡Buscamos! Hemos perdido un bebé de 8 meses, amigos de Niza. Si lo habéis visto o lo tenéis, por favor, ¡¡¡contactadme a este número!!!". Era la tía del bebé, Tiava Banner, que llevaba una hora viendo como su publicación se expandía hasta pasar los 22.000 compartidos.

Ruez les escribió y les envió las imágenes del niño, y, aunque dudó al principio si entregar al bebé a alguien desconocido, dejó de hacerlo cuando vio al abuelo llorar al volver a verlo. En algo más de dos horas, un bebé había desaparecido en medio de una multitud aterrorizada y había regresado a casa.

Coordenadas de regreso

Poder ver algo desde otra perspectiva cambia la realidad que percibimos y en ese sentido, Google Earth supuso otra forma de observar el mundo, cualquier punto del planeta desde el sofá de casa. Desde 2005 la calidad y las posibilidades de esta herramienta se han multiplicado, y han servido, desde casi el principio, para el descubrimiento.

El mismo año de la llegada de la herramienta de Google, el zoólogo Julian Bayliss, con base en Mozambique, localizó una masa de vegetación no identificada mientras buscaba bosques para meter en proyectos de conservación. Tres años después, en octubre de 2008, el botánico Jonathan Timberlake lideró una expedición hasta el Monte Mabu mozambiqueño. 28 exploradores de seis países africanos y europeos vieron por primera vez un bosque de unos 60 kilómetros cuadrados donde descubrieron nuevas especies animales y vegetales.

La construcción conocida como el Cuadrado Ushtogaysky.
La construcción conocida como el Cuadrado Ushtogaysky. DigitalGlobe / NASA

También así, buscando algo concreto en Google Earth, Dmitriy Dey, un kazajo amante de la arqueología dedicado a la economía en horario laboral, encontró en 2007 los geoglifos de la estepa, alrededor de 260 montículos, zanjas y terraplenes que forman cuadrados, cruces, anillos y líneas en la región de Turgai, al norte de Kazajistán que, según las investigaciones posteriores, pueden llegar a tener hasta 8.000 años. Estaba viendo Pirámides, momias y tumbas, un programa del canal Discovery y pensó que si había pirámides por todo el mundo, por qué no iba a haberlas en Kazajistán. Así que se puso a buscar imágenes de Kostanay y sus alrededores y, aunque no encontró pirámides, sí un cuadrado gigante de más de 275 metros de lado, formado por pequeños puntos y atravesado por una X, también punteada. Era el primero de los geoglifos que el pasado año dieron la vuelta a todo el mundo en varios medios de comunicación y se han convertido en objeto de estudio de cientos de científicos, incluidos los de la NASA.

Y exactamente lo mismo fue lo que ocurrió con la vida de Saroo Brierley, un niño que un día, jugando con su hermano, se perdió en una estación de tren en India y que, 25 años después, pudo volver a casa gracias a unos cuantos recuerdos borrosos y muchas horas haciendo zoom en Google Earth. Esa historia se ha convertido en Lion, una película del debutante Garth Davis a partir de la autobiografía de Saroo, Un largo camino a casa (Ediciones Península).

La historia real de este hombre que emprendió una búsqueda para encontrarse con su pasado empezó en 1986. Saroo había cumplido cinco años y Khandwa —la ciudad india donde vivía— era para él una enorme jungla. Hasta su casa, cuatro paredes de ladrillo y unas cuantas chapas que hacían de techo, llegaba cada noche. Allí dormía junto a su madre, Kamala, su hermana pequeña, Shekila, y sus dos hermanos mayores, Guddu y Kullu, con la ausencia de un padre que los había abandonado dos años antes y que Guddu parecía haber cubierto: tenía nueve años y se pasaba el día buscando monedas en la estación de tren de Khandwa.

Una tarde se llevó a Saroo con él. Aquel día Saroo y Guddu se subieron a un tren con destino a Burhanpur y se pasaron las dos horas de viaje arrodillados sobre el suelo, escudriñándolo, buscando monedas. Cuando llegaron a Burhanpur, Saroo quiso dormir un rato; Guddu lo dejó en un banco y le pidió que no se moviera de ahí cuando despertara. Pero cuando Saroo abrió los ojos su hermano no estaba, así que, todavía soñoliento, se subió a otro tren casi vacío pensando que estaría esperándolo ahí. Y volvió a dormirse.

Una escena de la película 'Lion'.
Una escena de la película 'Lion'. Mark Rogers

Cuando se despertó de nuevo, el tren atravesaba las praderas indias a toda velocidad. Saroo corrió por todo el vagón llamando a su hermano. Lloró y, cuando el tren paró, se bajó. Aquel niño de cinco años no sabía leer, ni escribir, y nadie le prestaba atención. Durante siete días más, Saroo subió y bajó de trenes con la esperanza de que alguno lo devolviera a su ciudad. Ninguno lo hizo, y después de algunas semanas vagando por las calles de Calcuta, durmiendo a la intemperie y mendigando, Saroo acabó en un orfanato.

Nadie contestó al anuncio de desaparición que la Sociedad India para el Patrocinio y la Adopción publicó en uno de sus boletines con la imagen de Saroo. Lo incluyeron en las listas de adopción. Y así, seis meses después de que se perdiese, recibió un día un álbum de fotos con imágenes de su nueva familia, los Brierley, de su nueva casa, y del avión que lo llevaría hasta Hobart, un pueblo de la australiana Tasmania. Allí comió chocolate por primera vez, navegó en barco, aprendió a nadar y, durante dos décadas fue feliz en aquella casa de ladrillo rojo a más de 10.000 kilómetros de Khandwa.

Después de licenciarse en la universidad, en 2009, el deseo, intenso, de saber dónde estaba su familia y quiénes eran se convirtió en una búsqueda continua haciendo clicks sobre los mapas de Google Earth. Ordenó los pocos recuerdos que tenía –estaciones de tren, una presa, una fuente, un puente, un tanque industrial- y empezó por donde creía que era más lógico: Calcuta. Desde allí, los raíles de los trenes se esparcían como una enorme telaraña. Después de varias semanas sin ningún resultado, abandonó.

Tres años después, con un Google Earth mejorado y una conexión a Internet más rápida, Saroo se hizo la promesa firme de encontrar el lugar donde había nacido. Pensó que si se había quedado dormido en un tren al atardecer y a la mañana siguiente estaba en Calcuta, habrían pasado unas 12 horas. Tenía que averiguar a qué velocidad iban los trenes a mediados de los 80 en India y así, relacionando velocidad y tiempo tendría una zona más específica en la que buscar. 960 kilómetros fue el radio que calculó y siguió reduciendo a partir de ahí eliminando aquellos lugares en los que no se hablase hindi y donde hacía frío. Pasaron meses. Y Saroo llegó a estar hasta seis horas al día sobrevolando coordenadas a través de una pantalla. Hasta que un día, creyó encontrar lo que había estado buscando… Lion, que se estrenó el 10 de septiembre de 2016 durante el Festival Internacional de Cine de Toronto y llega ahora a España, el próximo 27 de enero, protagonizada por Dev Patel, Rooney Mara, David Wenham y Nicole Kidman, cuenta el resto de esta historia.

Los chips del encuentro

María Elena Cartaya encontró a Duke, un rottweiler, vagando por una carretera de Miami una tarde de mayo de 2015, sucio y cojeando, lo subió a su coche y lo llevó a una clínica veterinaria. Allí, después de una exploración, el veterinario Juan Santamarina quiso comprobar si el animal tenía microchip. El Sistema de Identificación de Avid dio un resultado: Joshua Edwards.

Cartaya y el veterinario localizaron a aquel hombre, pero cuando le dijeron que habían encontrado a Duke, Edwards no lo creyó. Duke había desaparecido en 2007, siendo todavía un cachorro, y Edwards lo había buscado durante meses, poniendo carteles, peinando cada calle, llamando a cada puerta. Al final desistió, creyendo que alguien lo había robado.

El martes 19 de mayo de 2015, Edwards fue hasta el Hospital Animal Tamiami para volver a encontrarse con aquel perro que ya no era un cachorro, era un rottweiler de casi diez kilos. Duke se quedó parado frente a él, que se había arrodillado, lo olisqueó durante unos segundos y empezó a lamerlo. Ambos volvieron juntos a la casa de donde había desaparecido ocho años antes.

Esta noticia, patrocinada por Diamond Films España, ha sido elaborada por un colaborador de EL PAÍS.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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