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El lavadero también es patrimonio y no solo de las mujeres

Algodonales, pueblo de Cádiz, rescata la costumbre de lavar a mano para documentar el ritual y homenajear a las “depositarias de la cultura viva”

Jesús A. Cañas
María Atienza, 'Mariquita la Maura', participante en las actividades culturales 'De lavadero a las lavadora' en Algodonales.
María Atienza, 'Mariquita la Maura', participante en las actividades culturales 'De lavadero a las lavadora' en Algodonales.Paco Puentes

En una mano, el cubo de cinc repleto de ropa; en la otra, la panera de madera para frotar, la pastilla de jabón de sosa y un poco de ceniza para blanquear. Equipada con delantal y deportivas, Mariquita, La maúra, llega puntual a su cita en el lavadero de su pueblo, Algodonales (Cádiz). A María del Rosario Atienza (es su verdadero nombre, aunque nadie la llame así) le propusieron participar en unas jornadas para reconstruir y documentar el ritual del lavado a mano y no lo dudó. Lejos de recordar los sinsabores de la ardua tarea, Mariquita desdramatiza: “Echo de menos los ratos que echábamos aquí”. No es la única, hasta 15 algodoneñas, de entre 65 y 75 años, se han citado esta mañana de domingo en el lavadero público de Algodonales, un sencillo edificio del siglo XIX, para explicar a los jóvenes del pueblo sus vivencias, cantos y recuerdos entre prendas y jabones.

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Las lavanderas de Horta (2000). Artículo de Isabel Olesti

Era la última y pública sesión de las jornadas Del lavadero a la lavadora, un encuentro ideado por la Fundación Provincial de Cultura de la Diputación de Cádiz que se ha celebrado durante toda la semana y perseguía un doble objetivo. “Se trata de recuperar un patrimonio inmaterial, oral, que se transmitía de generación en generación, de madres a hijas”, como ha explicado el diputado provincial de Cultura, Salvador Puerto, presente en la cita. Todo ello, sin olvidar la necesidad de reivindicar la igualdad efectiva en el desempeño de las tareas domésticas entre el hombre y la mujer en un entorno rural. “No ha sido fácil, había un delicado equilibrio para poner en valor su trabajo, sin ensalzar que eso es lo bueno sin entrar a profundizar más”, ha matizado Rocío Romera, técnica de la Fundación y una de las organizadoras de las jornadas. 

Y lo cierto es que el lavadero “era mucho más que un espacio al que venir a lavar”, como ha explicado hoy alcalde de Algodonales, José María Gómez. Al rumor del agua que brota de un manantial tras el lavadero, “se hablaba de lo que se hacía en el día, de lo que ocurría en el pueblo, se cantaba y, por qué no reconocerlo, se criticaba bastante”, ha rememorado entre risas Mariquita. “Era como el Facebook de entonces”, ha bromeado la algodoneña de 72 años.

El propio escritor Miguel García Argüez ha corroborado la veracidad de la aseveración de Mariquita. Durante la semana, ha dirigido un taller con las antiguas lavanderas del pueblo para documentar las canciones populares que se cantaban mientras se lavaba, conservadas como tradición oral. “Pero el taller ha dado para mucho más que eso”, ha aseverado. “En el patrimonio inmaterial, la mujer es una enorme depositaria de la cultura viva porque ella estaba en los pueblo, en las casas, mientras que el hombre salía fuera a trabajar”, rememora Romera.

Detalle de una mujer lavando.
Detalle de una mujer lavando.PACO PUENTES

No han sido pocos los que han querido aprovechar la oportunidad de aprender parte de ese saber popular. A la vera de Mariquita no ha tardado en arrodillarse Andrew, un británico que lleva dos años viviendo en Algodonales. “Me ha encantado vivir la experiencia y aprender una tarea tan dura”, ha reconocido el joven. El propio alcalde, el diputado de Cultura y diversos niños de la localidad también se arremangaron para frotar la ropa junto al agua.

La costumbre dictaba que, tras el lavado, la ropa se soleaba en prados o tendederos cercanos. Pero, en esta ocasión, tras el lavado ha venido la moraleja. El movimiento La Revolución de las Mariposas (integrado por artistas) ha realizado una performance en la que han querido reflexionar “hasta qué punto la aparición de la lavadora liberó o no a la mujer”, como ha puesto en duda Patricia Garzón, responsable del grupo. “El hombre nos regalaba una máquina para que trabajemos menos, pero, en realidad, servía para que la mujer se quedara sola en su casa, sin socializar y echando el tiempo en otras tareas domésticas”, ha apostillado Garzón. Y es que, como ha reconocido Romera: “Realmente, todo no es blanco o negro”.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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