Las amistades portuguesas de Cervantes
Diogo Rodrigues le ayudó a escapar de Argel, Freire de Lima le timó y Simão Mendes se amancebó con su hija Isabel
Diogo Rodrigues le ayudó a escaparse (sin éxito), Simão Freire le timó (con éxito) y Simão Mendes se amancebó con su hija Isabel. Eran los amigos portugueses de Cervantes, al menos tres de una quincena de ellos, según Aurelio Vargas Díaz-Toledo, investigador de la Universidad de Oporto.
Las andanzas por Portugal y sus amistades portuguesas han centrado el Congreso Internacional del Instituto Cervantes de Lisboa en torno a la vida del autor del Quijote. Una veintena de profesores e investigadores cervantistas pusieron algo de luz y muchas sombras sobre la experiencia lusa del escritor, que no dejó rastro en ningún documento oficial. Se sabe que estuvo hacia 1581 en Tomar y quizás en Lisboa, pero poco más. En cambio, sí están documentadas sus amistades portuguesas.
El homenaje lisboeta a Cervantes en el cuarto centenario de su muerte se completa con la exposición de las ilustraciones O Quixote, que realizó Júlio Pomar (Lisboa, 1926) en 2005. El patriarca de los pintores portugueses acudió al Instituto Cervantes con su bonhomía y su cachava a respaldar el recuerdo de su gran ídolo literario.
Los cinco años de cautiverio en Argel (1575-1580) fue el granero de las amistades portuguesas de Cervantes, según puso de relieve el profesor Vargas, y a partir de ahí siguieron otras, con mayor o menor fortuna.
De adelante hacia atrás, en 1605, Simão Mendes fue acusado de amancebarse con Isabel, la hija de Cervantes en su casa de Valladolid. La testigo Isabel de Ayala, dice “que es público y notorio que está amancebado con la dicha doña Isabel, y ésta testigo se lo ha reprendido muchas veces al dicho Simón, aunque él decía que no entraba sino por buena amistad que tenía en dicha casa”. La hija, en cambio, no reconoce tal apareamiento, sino que Simão iba “a tratar y comunicar sus negocios con su padre”. El portugués fue condenado a no acercarse por la casa ni hablar con la hija del escritor.
Antes, en 1594, cuando Cervantes disfrutaba por fin de un empleo seguro como recaudador de tributos en Sevilla contrató los servicios del banquero Simåo Freire de Lima que, al parecer, (se da por probado que nuestro héroe es inocente) se quedó con parte de la recaudación. Cervantes se pasó un año en la cárcel (en 1597) por un desfase con el fisco de 80.000 maravedíes, de donde cabe deducir que históricamente Hacienda no se ha limitado a perseguir a Neymar y Messi.
Sin embargo, fue en los cinco años de cautiverio argelino (1575-1580) donde el Príncipe de las Letras encontró más y mejores amigos portugueses; una decena, algunos para siempre, como António de Sousa Coutinho, y otros como compañeros de fugas, en especial Diogo Rodrigues, un esclavo del turco Hazan Bajá que se dedicaba a organizar huidas de cristianos, con desigual suerte. Gracias a su buenos oficios como platero, reunía dinero para comprar armas y barcos con los que ayudaba a escapar a cristianos cautivos.
Uno de esos planes coincide con el cuarto intento de fuga de Cervantes en octubre de 1579. Diogo compró una fragata a un veneciano, que rompió el trato; él fue ahorcado y Diogo golpeado con 200 palos, que le dejaron tres cuartos muerto.
Meses después, Cervantes fue rescatado mediante el pago de dinero, a la vez que el portugués Francisco de Aguiar. Ambos dejaron deudas a la Orden de los Trinitarios, que más tarde pagaron. Los dos viajaron a Valencia, según el profesor Miguel Ángel Teijeiro Fuentes, de la Universidad de Extremadura. Aguiar estuvo dos veces en Madrid para testificar sobre el cautiverio del escritor, a quien vio “como cautivo con su argolla en el pie y ahora le ha visto libre y rescatado en la ciudad de Valencia”.
En cuatro ocasiones Cervantes intentó fugarse del cautiverio de Argel, “cuatro son las contadas por él”, puntualiza el investigador del CSIC Alfredo Alvear, “lo que no quiere decir que no hubiera más”.
Malo para la Corte (siempre apostaba tarde por la facción real ganadora) y malo para la piratería, como puntualizó el director del Instituto Cervantes en Lisboa, Javier Rioyo, es casi milagroso que llegara a los 69 y, salvo la mano inútil, íntegro. Por ello asalta a los estudiosos de Cervantes otra misteriosa pregunta. Si los presos que fallaban en su fuga eran torturados hasta la muerte, ¿por qué Cervantes sobrevivió a cuatro?
La respuesta nos la da el CSIC: “Ay”, reconoce el investigador Alvear, “es que de Cervantes no sabemos nada”.
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