Calatrava, del olimpo al repudio
El periodista Llàtzer Moix analiza en un libro el ascenso y declive del arquitecto español más popular e internacional
No deja de ser paradójico que el arquitecto español más popular e internacional haya terminado convertido en el símbolo del pelotazo arquitectónico. En menos de tres décadas, Santiago Calatrava (Benimámet, Valencia, 1951) ha pasado de ser el prometedor nuevo Gaudí a encarnar, en el imaginario popular, la irresponsabilidad profesional y la ética cuestionable: alguien que retrasa sus entregas, cuyos presupuestos se multiplican sistemáticamente —hasta por cinco— y que comete una y otra vez el mismo error en la construcción de puentes resbaladizos o de mecanismos móviles que, tras un desembolso millonario, terminan inmovilizados.
Los anuncios de sus proyectos a bombo y platillo, la sucesión de problemas durante su construcción y hasta los juicios se han visto en la prensa a lo largo de los años. Pero no se conocía tanto la trastienda: ¿por qué Calatrava pasó de ser el más deseado a convertirse en el más criticado? Tratar de averiguarlo le ha costado al periodista Llàtzer Moix cinco años de investigación. El resultado es Queríamos un Calatrava (Anagrama), un libro en el que el periodista dibuja a un ser endiosado, un tipo tan dotado para el dibujo como tacaño y cargado de prejuicios convencido de que le corresponde un lugar en la historia. El estudio del arquitecto no ha querido pronunciarse sobre el contenido del libro.
“¿Qué te parecería si te propusiera a ti que vinieras a barrer mi estudio?”, le espetó Calatrava al director y fundador de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad de Cataluña, Alberto Estévez, cuando este le propuso impartir clases allí. “Para que te quede claro, tú me estás hablando desde tu isla, que está en el culo de Europa, y yo te hablo desde Zúrich, que está en su corazón. Tu isla no me merece”, le dijo al ingeniero Enrique Amigó, del Cabildo de Tenerife, cuando trataba de reconducir los múltiples problemas del Auditorio, un proyecto que casi cuatriplicó su presupuesto y con el que Calatrava ganó 12 millones de euros, de los 200 que costó.
El libro recoge declaraciones y opiniones de antiguos empleados, colaboradores y clientes de varias ciudades del mundo recopiladas por Moix: de Atenas a Nueva York pasando por Venecia, Bilbao, Barcelona o Valencia. El volumen compone una vergonzosa instantánea de una clase política abducida que permitió al proyectista comenzar obras sin licencia ni límite presupuestario. Rigurosamente documentada y no exenta de humor ni de datos técnicos lo que falta en esta “taxonomía Calatrava” son declaraciones del arquitecto. “Sus representantes me dijeron que no estaba interesado en participar en obras que pudieran contener algún elemento crítico”, asegura Moix.
En 2012, el diputado de EUPV Ignacio Blanco creó la web www.calatravatelaclava.com para desvelar detalles onerosos de sus relaciones con la Generalitat Valenciana. El primer día recibió 80.000 visitantes. Su eco llegó a la prensa extranjera. Calatrava presentó una demanda contra EUPV y logró cerrarla y una indemnización de 30.000 euros. Sus promotores realojaron la información en otra web: www.calatravanonoscalla.com y solicitaron ayuda para pagar la indemnización. Este año el tribunal Supremo le denegó a Calatrava el cierre de esta segunda web.
La panacea, la pesadilla y el contagio
A finales del siglo XX, Calatrava tenía oficinas en varias ciudades del mundo. Saltó de los puentes a los edificios icónicos con efecto contagio. ¿Por qué no disuadían los problemas, cada vez más públicos, a sus futuros clientes? Moix atribuye ese aguante "a la dificultad de abortar estas operaciones por las inversiones realizadas y los compromisos adquiridos con los contratistas". Con todo, lo que en España costó décadas asumir, se aceleró tras el desembarco de Calatrava en Nueva York, donde, tras exponer en el Metropolitan Museum, el arquitecto aceptó sucesivos abaratamientos de su intercambiador de transportes en la Zona Cero. Aun así, en apenas un lustro, la prensa pasó de aplaudir su "paloma" a criticar su "puerco espín". The New York Times lo llamó "monumento a un ego creativo" y The Wall Street Journal de "obra pública vergonzosa".
Frente al rosario de controversias hay dos excepciones. La ampliación del Museo de Arte de Milwaukee: un proyecto que funciona, que mantiene el movimiento planeado de sus cubiertas y que apenas ha sufrido contratiempos más allá de multiplicar por cuatro el coste previsto. El encargo del puente veneciano por el filósofo Massimo Cacciari, entonces alcalde de la Serenísima, también constituye una rareza. “Sorprendía que una persona de su inteligencia creyera que un puente de Calatrava podría modificar significativamente la imagen de Venecia”, opina el autor ante una ciudad que descartó un hospital de Le Corbusier, un edificio de Frank Lloyd Wright o un aeropuerto de Frank Gehry.
Que uno conozca los escándalos asociados a Calatrava no es óbice para que vuelva a temblar ante el retrato coral que describe el libro. Es cierto que adolece de un exceso de testigos vagamente identificados (“fuentes de su estudio”, “un ingeniero”). Con todo, el fresco que terminan por dibujar los hechos vuelve a sorprender a quien cree haberlo leído todo sobre el autor del Intercambiador de transportes del World Trade Center de Nueva York. Fue Miguel Blesa, entonces presidente de Caja Madrid, quien le encargó a Calatrava la columna para la Plaza de Castilla. “La ausencia de Calatrava en Madrid era una herida que nos dolía”, declaró el entonces alcalde Alberto Ruiz Gallardón, que, escribe Moix, “al comprometerse a mantenerla o ignoraba irresponsablemente el monto del mantenimiento o, aún más irresponsablemente, aceptó un enorme coste para el ayuntamiento sin conocerlo". La de Madrid es una obra tan anecdótica como reveladora. Empleó el 65% de su presupuesto en bronce que, a la postre, fue forrado con pan de oro. El movimiento original ha terminado por desaparecer y el propio Calatrava no asistió, en 2009, a la inauguración presidida por el entonces rey Juan Carlos. Y todo, a pesar de que en los jardines de la Zarzuela, no lejos de una pieza de Eduardo Chillida, hay instalada una de las esculturas del valenciano.
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