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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Ensayando con Pasqual

Marcos Ordóñez

Hablo con Joan Solé, uno de los seis actores de la nueva Joven Compañía del Lliure, elegidos de entre cuatrocientos aspirantes. Acaban de estrenar La quinta del biberó, formidable espectáculo. Me interesa saber cómo trabaja Lluís Pasqual. De las dos horas de conversación entresaco frases y destellos para la columna. “Ha sido un subidón máximo”, me cuenta. “Pasqual es un regalo; una escuela completa concentrada en una sola persona. Hay muchos motivos para admirarle. El primero, su sentido del riesgo: podía haber escogido a actores hechos y confió en nosotros. Empezamos en junio. Un mes de lecturas con él. Montañas de textos sobre la mesa. Libros de historia, testimonios… Luego nos llevó a recorrer lo que fue el frente del Ebro. ¿Sabes lo que más me llamó la atención? La dureza, la sequedad del territorio. Entendimos muy bien, por ejemplo, que los soldados no pudieran enterrar a sus compañeros. Sensaciones que luego te van a servir. Si nos dolía caminar por aquellas rocas, imaginamos lo que había sido para ellos hacerlo con alpargatas gastadas”.

A la vuelta comenzaron a ensayar. Me sorprende un detalle: a la manera de un sargento mayor, Pasqual les rapó a todos al cero con una maquinilla eléctrica. “¡Inmersión pura! He trabajado con directores teóricos. En él todo es visceral. Lo vive todo con el actor. Se implica físicamente y acaba agotado. Su respiración es la de cada uno. Si el actor llora, él llora. Tiene algo militar, porque es un gran estratega, lo controla todo, las luces, las emociones, los tempos. En su cabeza hay un mapa de lo que está pasando en el escenario a cada momento, con una memoria enorme y una sensibilidad increíble. Todo pasa por su experiencia. El Lliure, el María Guerrero, el Odéon de París… innumerables funciones y óperas. Y la vida. Toda la belleza y todo el dolor que le ha dado la vida”.

Le pregunto a Solé por las demandas específicas del director: “Al principio nos marcaba mucho los tonos, pero a medida que avanzábamos nos dio alas para que los encontrásemos. Nos pedía que las frases nunca sonaran escritas, que no hubiera recitado. Y para eso nos guiaba, nos hacía ver todo lo que faltaba en cada escena. Te preguntaba: ‘¿Aquél día llovía? ¿Cómo era el bar, cómo eran sus ojos?’. Quería que tuviéramos siempre muy claras las imágenes. Nos decía: ‘Lo imaginario siempre ha de ser concreto. Es lo que hueles, lo que percibes. Si vas a la vida real serás infalible, la organicidad saldrá sola".

Estrenaron en Girona, pero Pasqual siguió ensayando, puliendo, probando. “Para que no se perdiera la escucha entre nosotros. Y para evitar la mecanización de tonos y de gestos. Nos decía: ‘Ahora vamos a hacerlo a toda velocidad. Ahora a esta distancia, íntimo’. Siempre busca los puntos altos de la emoción. Si la emoción no sube, Pasqual no la fuerza. Trata de encontrar la causa, pero confía en el instinto del actor. Y allanar el camino. Él habla de las 'piedrecitas', lo que impide la fluidez. A veces, al hacerlo rápido, detectas el bloqueo. O cuando no está claro el paso de un pensamiento al siguiente, porque la piedra viene de más atrás y frena el recorrido. Hablando de piedras, tiene una frase muy buena: ‘Trabajar el texto es como picar piedra para que se convierta en agua".

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