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CAFÉ PEREC
Columna
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Gombrowicz permanece

‘Kronos’, recién editado en París, es el diario inédito de un clásico de la literatura del siglo XX

Enrique Vila-Matas

Obsérvese que el mundo se ha convertido en una opereta de Gombrowicz, llena de seres grotescos a lo Trump. Hay un espectacular triunfo de la necedad y de la peluca imposible. Y eso que, tras los años sesenta, fue dejando de existir aquella rancia cultura de modelo aristocrático y retórica romántica que Gombrowicz tanto satirizaba. Pero ahora, en términos generales, hay una sociedad aun más risible.

En medio de tanta apoteosis zombi, consuelan ciertas noticias: el pasado 21 de septiembre se publicó en París Kronos, el diario inédito de Gombrowicz.

¿No había escrito ya un Diario, todo un clásico de la literatura de la segunda mitad del siglo pasado? Sí, pero Kronos es, en cierto modo, la cara B o, mejor dicho, lo secos y fríos “bajos fondos" de aquella obra maestra.

Diario surgió de la lectura del Journal de Gide, libro en el que Gombrowicz encontró la Forma, pues no importaba allí demasiado lo que se contara (“Sin tanto nombre ilustre, Gide perdería buena parte de sus clientes”) y sí la huida de los tópicos del género (pequeños secretos aliñados con pedantes reflexiones) y sobre todo esa poderosa subjetividad reafirmándose a cada página a través de una personalidad inventada —un diarista— que creaba su vida, sin desfigurar jamás la intimidad del autor. Un diarista que opinaba que el arte es cuestión de genio, y puro cultivo de la originalidad, de la individualidad.

Curiosamente, al tiempo que iniciaba en 1952 su Diario, se lanzó a una empresa paralela, aunque opuesta: Kronos, la desabrida y fría anotación en estilo telegráfico —exento de cualquier tentación literaria— de los sucesos de su vida. Kronos es la dura reducción de su biografía a unos simples datos: una existencia entera es resumida en más de un millar de anotaciones que pueden leerse casi de un soplo, aunque sean 381 páginas. Kronos es una vida escrita en notas mínimas en las que las dualidades vida y muerte y obra y vida se vuelven obsesivas, aunque no por ello el diarista de la cara B cede a la tentación de hacer literatura, todo lo contrario: razona como el sepulturero de Hamlet, alejándose del discurso del príncipe.

Como ha señalado Frédéric Verger en Nouvelle Revue Française, si el Diario ofrece la puesta en escena estética, espiritual, distinguida de la vida, Kronos nos entrega la sucesión caótica de experiencias de la que ésta surge. Y concluye: “Quien no es capaz de mirar cara a cara a lo trivial, no es digno de afrontar el combate del arte”. La frase nos recuerda que Gombrowicz consideraba fundamental en un escritor la "superioridad espiritual", pues no veía posible una reconciliación entre la Forma y lo humano, sino una tensión constante, dolorosa, extenuante, y la “superioridad espiritual” sólo podía consistir en afrontar esa tensión. En Kronos, Gombrowicz aborda, de modo excepcional, esa tensión, y acabamos comprendiendo por qué sospechamos que en realidad este autor nunca se fue. No es que esté ahora de vuelta, sino que estuvo siempre ahí, es un autor absolutamente central de la literatura de nuestros días.

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