Correcta y sentida ópera prima
'Pastoral americana' cuenta la trágica historia de un derrumbe personal del que su protagonista no tiene la culpa
Le debo muchas horas de placer y también de desasosiego a la prosa de Philip Roth, alguien que utiliza el bisturí y la lucidez para diseccionar sentimientos, con el que inevitablemente te acabas reconociendo en las sensaciones que describe y estas son frecuentemente amargas. Pero, por esas cosas raras de la vida, jamás he leído Pastoral americana, que el actor Ewan McGregor acaba de adaptar al cine. Los que han leído con entusiasmo la novela de Roth me aseguran que el cine la ha desvirtuado, que se ha quedado solo con la cáscara. Como no puedo comparar ni opinar sobre la base literaria me ha parecido una película aceptable, de temática dolorosa y sombría, con interpretaciones como la del propio McGregor o la de la eternamente guapa Jennifer Connelly que podrían ser mejorables, pero no hemos tenido una sección oficial para lanzar cohetes y menos da una piedra.
Pastoral americana cuenta la trágica historia de un derrumbe personal del que su protagonista no tiene la culpa. Comienza con la muerte (no sabemos si de pena y depresión, o si ha optado por solución rápida de suicidarse, que al final es lo mismo) de un hombre dotado de todas las papeletas para triunfar en la vida, un judío conocido paradójicamente como El Sueco, deportista legendario, alto, rubio, guapo, rico, honrado, casado felizmente con la más hermosa, patrón modélico al que sus empleados respetan y quieren, sin el menor atisbo de nubes negras en su futuro, padre de una cría preciosa, que es tartamuda, con un feroz complejo de Edipo, dispuesta en su adolescencia para volar el mundo, repitiendo clichés incendiarios, renegando hasta la náusea de todo, empezando por sus padres, eterna fugitiva después de cargarse con bombas a varias personas.
El salvaje declive de este hombre desesperado que no puede dejar de amar a su hija, el enloquecimiento de su mujer, el violento alboroto de las calles intentando dinamitar el sistema, está correctamente narrado. Pero, ante todo, lo más urgente que me provoca esta película es leer inmediatamente la novela de Philip Roth.
Cerrando la sección oficial ha llegado el cine oriental, que ya me extrañaba que se demorase tanto, pero que al parecer ya no está de moda ya que su presencia aquí y en el resto de los festivales es mucho más leve. La japonesa Iraki dura dos horas y media. Y durante mucho rato no entiendo qué conexión puede haber entre las variadas historias que está contando de forma chapucera, con mucho grito y mucho llanto, cosa extraña en un cine que prefiere la sutileza y la contención al expresar emociones. Y efectivamente existe una relación entre los personajes en ese mundo de asesinatos, adolescentes prostituidas, violaciones automutilaciones y demás lindezas pero cuando me lo explican ya estoy agotado, no me entero del todo y además me da igual.
En cuanto a la coreana Yourself and Yours, dirigida por el muy promocionado Hong Sang- soo, describe una ruptura amorosa y la búsqueda de un reencuentro por parte del abandonado. Es corta, pero abrumadora en su parloteo. Habitada por sucesivas secuencias en plano fijo de diez minutos en las que el amigo previene al novio de que hay rumores de que su novia anda bolinga todo el rato y se enrolla hablando con desconocidos que encuentra en los bares, seguida de otra secuencia inacabable de este pidiéndole explicaciones a la dipsómana y de otra en la que el abandonado y desolado le vuelve a contar su angustia y su mono por la pérdida de la amada al amigo de antes y la esposa de este. Y luego veremos que nada es lo que parece, que la borracha tiene muchas vueltas. Y venga a hablar. Me pierdo el final. Salgo a la calle y respiro.
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