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El mensajero de la revolución rusa

El político y escritor francés narra en primera persona cómo fue el nacimiento del régimen soviético

Obra del pintor Isaak Brodsky en la que se ve a Lenin dirigiéndose a  los trabajadores de las fábricas Putílov, en 1917.
Obra del pintor Isaak Brodsky en la que se ve a Lenin dirigiéndose a los trabajadores de las fábricas Putílov, en 1917.Lemage (Getty)

Mi querido amigo, sigue reinando un orden perfecto en Petrogrado, acabo de oír un tiroteo a lo lejos, en dirección a las fábricas Putílov. Larga entrevista con Trotski, que cada vez insiste más para que acuda cada noche a charlar con él. Me recibe, dejando de lado todo lo demás. Sigo siendo el único lazo de unión entre el Gobierno revolucionario y los aliados.

Trotski parece cansado, nervioso, y lo reconoce. Desde el 20 de octubre, no ha vuelto a su casa. Su mujer, amable pequeña militante, lozana, vivaz, agraciada, me decía que los inquilinos de su casa amenazan con matar a su marido. Nadie es profeta en su barrio, pero ¿no es gracioso pensar que este dictador implacable, este maestro de todas las Rusias no se atreve a dormir en su casa por miedo a la escoba de su portera?

Trotski tiene dos hijos encantadores, dos chicos de diez y doce años, que a veces vienen a molestar a su papá y le manifiestan una admiración visiblemente compartida por el temible líder.

Cartas desde la revolución Bolchevique

Jacques Sadoul viajó a Rusia durante la I Guerra Mundial como integrante de una comisión francesa que buscaba el apoyo militar de Moscú. En 1917 decidió colaborar con el régimen soviético (más tarde fundaría el Partido Comunista Francés). Desde allí escribió cartas, publicadas en 1919, en las que muestra cómo era la Rusia bolchevique y la diplomacia europea. Con motivo del próximo centenario de aquella revolución, Turner publica el 5 octubre esas misivas en español, ‘Cartas desde la revolución bolchevique’.

¡¡Acaso este “monstruo” tiene sentimientos humanos!!

Rara vez sale de Smolny, pasa sus noches sin sueño y efectúa un trabajo formidable. Asume más o menos solo la dirección y gestión del Gobierno revolucionario con la colaboración de Lenin. Este asiste a menudo a nuestras conversaciones. Entiende bien el francés, pero lo habla peor que Trotski, así que interviene poco.

Corre el rumor en los círculos bien informados de que ayer le llegó a Trotski un telegrama cifrado con la respuesta de Alemania a las propuestas de paz de los bolcheviques. Por otra parte, los periódicos han publicado esta mañana una nota que parece oficial anunciando que el Gobierno revolucionario, en caso de que la respuesta de los aliados a la proclamación por la paz no llegara antes del 10 de noviembre, se reservaba el derecho o bien de concluir un armisticio, o incluso de firmar una paz separada.

“Comprenderá —me dice Trotski— que no le puedo contar todo, pero nunca le he engañado ni le engañaré. Le anuncié nuestra intención de enviar una nota diplomática a los diferentes Gobiernos. Todavía no la hemos enviado. Por tanto, no se cumplirá ningún ultimátum cuando expire el 10 de noviembre. También le repito que hasta ahora no hemos recibido ninguna respuesta directa o indirecta de Alemania”.

Pero el Gobierno bolchevique ha recibido a través de Estocolmo telegramas de simpatía y promesas de acción de los minoritarios y mayoritarios alemanes y de todos los partidos socialistas austriacos.

Ningún aliado ha dado señales de vida hasta ahora, menos los americanos y de forma muy oficiosa. Trotski me pregunta si no han querido tenderle una trampa. He aquí en qué términos me ha contado esta extraña propuesta: “Si Rusia está realmente fuera de combate —le ha dicho el enviado americano—, si le es imposible retomar un combate efectivo sin arriesgarse a agravar mortalmente el estado anárquico interior, Estados Unidos no considerará un acto inamistoso la firma de un armisticio ruso-alemán, a condición de que Rusia se comprometa, ante Estados Unidos, a no proporcionar ayuda de ningún género y a no retomar las relaciones comerciales con los imperios centrales antes de que se concluya una paz general”.

Si esta propuesta ha sido efectuada, y lo creo, si es seria, y Trotski lo duda, prueba que los americanos realistas se resignan a esta penosa pero inmediata resolución para bloquear el peligro de una paz bruscamente firmada con Alemania.

El estado de cosas es tal aquí, en efecto, que muchos suponen que, sin quererlo, el Gobierno ruso, sea cual sea, puede ser empujado muy rápidamente, bajo la presión popular, a una conclusión de este orden.

Trotski me afirma no haber contemplado nunca un armisticio sin la aceptación previa por el enemigo de las bases de una paz democrática y justa.

Pero ¿cuánto tiempo esperará el Gobierno revolucionario la respuesta de Alemania, que sin duda nunca llegará? Hasta el día en que Alemania retome una actitud activa en el frente oriental, es decir, le hago observar a Trotski, cuando hayan terminado, con toda tranquilidad, gracias a la inacción rusa, las operaciones emprendidas en Occidente.

Trotski objeta que, actualmente, las tropas carecen de todo valor combativo. Solo un ataque alemán podrá hacer comprender al Ejército que, puesto que la discusión de los objetivos de guerra, claramente propuesta por Rusia, ha sido rechazada, las conquistas de la revolución están en peligro, y hay que defenderlas. Hasta ese momento, quizá lejano, existirá pues un armisticio de hecho, pero aprovecharán este periodo para reorganizar el Ejército con las misiones aliadas, si ellas quieren.

He estado trabajando a Trotski en este sentido ­desde hace unos días. El resultado se ha logrado. ­Trotski parece seguro de poder retener a las tropas en el frente todo el tiempo que él quiera. Una vez más, me habla de las numerosas delegaciones y de los innumerables despachos que proclaman la fe bolchevique de los soldados y su resolución de emprender, si es necesario, la guerra revolucionaria contra el verdugo Guillermo II.

Me pregunto si Trotski no empieza a darse cuenta de que la paz inmediata implicaría la desmovilización sin preparación de diez millones de hombres, lo cual afectaría profundamente al país y también privaría al Gobierno revolucionario de los elementos que constituyen su fuerza esencial, los elementos militares.

En algunos puntos del frente, los alemanes les piden a los rusos que no olviden que les han permitido hacer la revolución de febrero con toda tranquilidad. Como medida de reciprocidad, los rusos no deben atacar a los alemanes durante el invierno para que los trabajadores alemanes puedan preparar, ellos también, un movimiento revolucionario.

Extracto de una carta fechada en Petrogrado (San Petersburgo) en noviembre de 1917 y dirigida al diputado francés Albert Thomas.

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