Grandes minucias de Remedios Varo
Una exposición en México escarba en detalles marginales de la surrealista española
A los 55 años, a Remedios Varo (1908-1963) se le paró el corazón en México. Terminaba a traición, cuando su firma se consolidaba, la vida de una artista singular que a los 24 años ya había entrado en la reputada Academia de San Fernando en Madrid y se codeaba con Dalí, aunque Dalí no quisiera codearse con ella. “Las nenas hacen pis en las escaleras”, le dijo un día el hombre que convirtió las puntas de su bigote en un ensayo sobre la vanidad. En los treinta, Varo, una española tímida con ojos de gato esfinge, se movió en el círculo de los surrealistas de París, hasta que los nazis entraron en la ciudad y ella salió: hacia México, la Nación Surreal según André Bretón, donde más creó, donde se murió y donde sigue viva.
"Las nenas hacen pis en las escaleras", le dijo un día Salvador Dalí a Varo
En la capital, el Museo de Arte Moderno ha abierto una exposición con las 39 obras de Varo que atesora. Se titula Remedios Varo. Apuntes y anécdotas de una colección. Una intrahistoria de su trabajo, utilizando el concepto de Unamuno. Varo era una mujer que en realidad prefería mantenerse al margen, pero esta exposición, respetuosamente, se mete en sus márgenes. En lo que a nadie le importa, es decir, en lo importante de una vida. Como el hecho de que su padre, un ingeniero liberal, supiese hablar esperanto. O que en París estuvo en un colegio de monjas estrictísimas cuyas labores de vigilancia de los cuartos detectaba Remedios echando al pie de su puerta una banda de azúcar que registraría sus pisadas: en sí misma, esa estrategia antimonjas chismosas, una obra de arte. Surrealismo operativo.
En la exposición hay obras insignia de Varo. Está Mujer saliendo del psicoanalista (1960): una mujer de aspecto misterioso tira a un pozo la cabeza de su padre como si fuera un moco colgante. Está Vagabundo (1957) y un textito de Varo en el que dice: “A mi juicio uno de los mejores que he pintado”, a lo que añade la explicación de que estamos ante un vagabundo especial –“un vagabundo no liberado”– porque es un vagabundo que es incapaz de desprenderse de tres cosas: un cuadro, un gato y una rosa. Vagabundo pero apegado.
Varo, una figura introvertida, dibujó para Bayer, navegó el Orinoco...
Remedios Varo, que se casó tres veces, la primera para huir de casa. Remedios Varo la introvertida que nunca quería hablar de aquel episodio de la Segunda Guerra Mundial en el que fue encarcelada por esconder a un desertor del ejército francés. Participó en 1947 en una expedición indómita por el Orinoco. Dibujó publicidad para Bayer y la firmó a nombre de Uranga, porque manejaba varias firmas: R. V., R. Varo, Uranga, Remedios, Remedios de Varo y Remedios Varo. Los anuncios de Bayer, de antes de 1950, son de una audacia que uno no esperaría en aquellos tiempos de una empresa farmacéutica alemana. Plasma el insomnio como un hombre con barba que sale de su castillo, ilumina el negror de la noche con una antorcha y se encuentra un monstruo verde: dientes-cuchillo, sonrisa amistosa. El reúma es una damisela encadenada a una columna y con un puñal hundido en la espalda.
Las obras las donaron Walter Gruen, expreso de campo de concentración nazi y tercer y último esposo de la artista, y Anna Alexandra Varsoviano, amiga de Varo y esposa de Gruen después de su muerte. A Gruen dedicó la obra que estaba pintando cuando se le detuvo el corazón, Música del bosque (1963), un hombre sentado en un bosque de Viena y creando un extraño instrumento musical con una rodaja de tronco como platillo de batería.
"Construyó un universo muy cerrado", explica la curadora de la muestra
El mundo de Varo era para dentro, explica la curadora Marisol Argüelles. “Siento que construyó un universo muy cerrado, y tal vez tenga algo que ver con la experiencia de la guerra. Muchos artistas que la vivieron pusieron una muralla entre ellos y el mundo. En su obra no hay rastro de México, por ejemplo. Podría haberla hecho en cualquier lugar”.
Interesadísima en la alquimia, en el ocultismo, en la literatura fantástica, la hija del ingeniero que hablaba esperanto dejó un legado que paso años bastante ignorado y que desde los noventa viene asomando más y siendo investigado.
Babelia
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