La suprema abstracción de Malévich llega a Argentina
El 'Cuadrado negro' es la obra estrella de la primera retrospectiva en Latinoamérica del artista ruso
Un Cuadrado negro pintado sobre un lienzo blanco. Esta obra del artista ruso Kazimir Malévich (1878-1935), firmada en 1915 y considerada el nacimiento del arte abstracto, es la obra estrella de la primera retrospectiva en Argentina y Latinoamérica de esta figura fundamental de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX. La muestra, inaugurada el domingo en la Fundación Proa de Buenos Aires, está organizada de forma cronológica, a modo de introducción de Malévich para el público argentino, que podrá apreciar sus primeras pinturas simbolistas, su paso por el cubofuturismo, el suprematismo con el que consiguió renombre internacional y el "segundo ciclo campesino" de las pinturas que realizó en los últimos años de su vida.
Se trata de más de 50 obras procedentes del Museo Estatal Ruso, en su mayoría pinturas, pero también objetos en porcelana, esculturas en yeso, vídeos y numerosa documentación. Incluye también una línea del tiempo de la obra de Malévich y de los principales acontecimientos históricos de Rusia, ya que se trayectoria artística es inseparable de los cambios vividos por el país en el siglo XX. La ruptura con la representación visual de la realidad que simbolizó el Cuadrado negro estaba en sintonía con el fuerte deseo de cambio que se vivía en la Rusia prerrevolucionaria. La obra, de la que realizó cuatro versiones, se convirtió en el manifiesto visual del suprematismo, el movimiento artístico de geometría abstracta que inventó. Pretendía representar “la supremacía del color y la forma y empezar de cero”.
El artista apoyó en un primer momento la Revolución de 1917, pero tras la llegada de Josef Stalin al poder, en 1924, comenzó a sentirse asfixiado por el régimen en medio del realismo socialista que se buscaba imponer. En 1923 había sido nombrado director del Instituto de Cultura Artística de Petrogrado (San Petesburgo), pero tres años después el centro fue cerrado por "contrarrevolucionario". La situación empeoró a partir de 1927, cuando triunfó en una retrospectiva en Berlín y a su vuelta se le prohibió volver a salir de la URSS. En sus últimos años regresó a la figuración y se apropió de la estética popular para incluirla dentro de la vanguardia. Así, sus trabajadores carecen de rostro, sus cabezas son reemplazadas por cuadrados negros o rojos y los fondos son coloridos y geométricos.
Tras su muerte, en 1935, gran parte de la colección de Malévich en el Museo Estatal Ruso se mantuvo fuera de exposición hasta 1988. "Las obras de vanguardia estuvieron escondidas en el piso de arriba del museo e inscritas en el inventario como obras de segunda línea. De esa forma se pudo conservar la colección frente a las revisiones oficiales", detalló en rueda de prensa la comisaria de la exposición, Eugenia Petrova.
Una ópera futurista
Para llegar al grado cero de la forma y el sentido, la forma mínima para producir un efecto de invisibilidad, Malévich abrazó previamente numerosos estilos de sus contemporáneos: el impresionismo, el simbolismo, el fauvismo y el cubofuturismo. El origen de su pieza más emblemática, que se expone en Buenos Aires acompañada de Círculo negro y Cruz Negra, se remonta al nacimiento de la ópera futurista Victoria sobre el sol, creada en 1913 junto al músico Mikhail Matyushin y los poetas Aleksei Kruchenykh y Velimir Khlebnikov.
El grupo abogó por la disolución del lenguaje y del pensamiento racional y la música futurista incluyó poemas fonéticos y disparos de rifle al lado de canciones convencionales. Frente a las connotaciones positivas del sol, Malévich lo substituyó por un cuadrado negro y diseñó también el vestuario geométrico de los personajes con estopa pintada sobre cartón grueso, lo que dificultaba los movimientos de los personajes. Los trajes y la ópera ocupan la cuarta y última planta de la exposición.
"El Cuadro negro de Malévich es tan conocido como el logo de Coca-Cola", afirma el artista ruso Joseph Kiblitsky en la rueda de prensa. La frase suena exagerada en Buenos Aires, a más de 13.000 kilómetros de San Petersburgo, pero la exposición de Proa aporta su grano de arena para familiarizar al público argentino con el radical artista ruso y permitir a los amantes de Malévich a contemplarlo de cerca por primera vez en el país.
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