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El mal a secas

Las últimas películas de terror muestran un cambio en el comportamiento de sus protagonistas: ya no hay excusas ni justificaciones, solo violencia y muerte sin coartadas

Gregorio Belinchón

Algo ha cambiado en la sociedad y en el cine de los últimos años. Hasta hace poco, los miedos, los terrores del ser humano eran reflejados en el arte —cine, literatura, teatro...— de forma elaborada, con cierta explicación plausible que daba alguna paz al espectador y al lector. Si había zombies, era a causa de una infección. Si un asesino en serie se dedicaba a descuartizar víctimas a troche y moche, la culpa de ese comportamiento se buscaba en un terrible acontecimiento de su infancia. Una justificación explicaba el baño de sangre. Hoy, en cambio, las películas muestran al mal manifestándose porque sí, como un fantasma que recorre las calles y golpea a la gente sin explicación.

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Porque así ocurre en la vida real. “El mal es arbitrario. Lo que ocurre es que cambian las explicaciones del mal a lo largo de la historia”, explica Luis Muiño, psicólogo y psicoterapeuta. “Fíjate en la literatura gótica, en obras como El monje o Drácula, que defienden una antiteología: el malvado tiene una razón para hacer sus cosas. Existe una narrativa que muestra el mal como opuesto al bien”. El cine se agarra a ese juego en el género de los psycho killer o asesinos psicópatas: “Hay un desarrollo para comprender su comportamiento”, incide el psicólogo. “Para los expertos, pajas mentales. Ojalá el mal tuviera una raíz. Mira, todos podemos ser malvados, el mal no posee explicación. Los seres humanos la necesitamos para reconfortarnos”.

El cine madura en el siglo XXI y empieza a estrenar películas que muestren lo que ocurre a nuestro alrededor. El terrorismo yihadista ha llevado la muerte a cualquier rincón del planeta, sin que nadie puede preverla. Si hace unos meses el mal se enseñoreaba por el metraje de La bruja, donde una familia de colonos en la Nueva Inglaterra de 1630 devenía en caldo de cultivo de brujería, o de The Green Room, en la que un grupo de punk rock se encuentra atrapados en un recóndito club musical neonazis asesinos, ahora en cartelera coinciden Nunca apagues la luz, de David F. Sandberg, y No respires, de Fede Álvarez, uruguayo que triunfa en Hollywood con su nueva visión del terror, y que hoy se estrena en España. El ser humano es depredador del ser humano sin más ni más. Jeremy Saulnier, director de The Green Room, apunta: “En mi infancia viví en una ciudad realmente violenta, Washington D. C. ¿Si había nazis? Pues sí, formaban parte de aquel ecosistema. La violencia atraía a mucha gente distinta”. Porque el mal es atractivo. “De acuerdo, pero sin explicación”, incide Muiño. “Es simple y arbitrario, conclusión que no nos gusta. No sé si estamos madurando como para reflejarlo así en pantalla. Parece que sí, que vamos aceptando que las cosas pasan sin control”.

Nunca apagues la luz no tiene ni la contundencia ni el gusto por el terror puro de Lights out, el cortometraje de 2013 de Sandberg semilla de su salto al largo, con unos extraordinarios tres minutos que le sirvieron de presentación en Hollywood. Miedo por el placer de meter miedo. En cuanto a Álvarez, ya dirigió en EE UU la nueva versión de Posesión infernal (2013), y sabe lo que es plasmar el terror en pantalla. Lo confirma No respires: “En mis películas vierto mis miedos. Porque cuando escribes guiones de este género no puedes hacer una labor de diseño, pensando en qué cosas dan miedo a qué gente. No funciona. Tienes que bucear en tus miedos primarios”.

Sociedad en cambio

El uruguayo también cree que la sociedad está cambiando, aunque en No respires sí haya justificación a las acciones de los personajes. A cambio, diluye, emborrona las fronteras entre el bien y el mal”. “Bueno, depuro el miedo, ¿no? No hay que olvidar que los grandes maestros del suspense demostraron que con mucho menos se podía hacer mucho más. En Psicosis, en la secuencia de la ducha el cuchillo nunca corta la carne en pantalla”. En su guion juega con algo que ocurre en la vida: “Nunca sabemos cómo acaban las historias. Nunca. Eso lo aplico a No respires. Nunca puedes vislumbrar su final. Un espectador puede formular una resolución correcta porque moralmente debería de ser así... Sin embargo, en la vida real no mueren los malos ni sobreviven los buenos. La gente muere. Punto. Lo que da más miedo a la gente es lo que no puede entender”.

En No respires, la violencia choca con la violencia. “Como ocurre en la sociedad actual, ¿verdad? Aquí en EE UU vivimos un gran debate sobre qué justifica o no disparar. Ahora bien, una cosa es el debate teórico y otra, el día a día, los asesinatos diarios en tiroteos sin causa”.

Al final, el psicoterapeuta Luis Muiño insiste. “No depende ni de tu estilo de vida ni de tu ética: tú y yo podemos ser malvados”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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