Laika, una década de animación inesperada
Travis Knight ha pasado de ser el hijo del dueño de Nike a dirigir el estudio que ha revitalizado la ‘stop motion’
En Hollywood no faltan historias de niños de papá. Las hay protagonizadas por gente con talento, como la del actor Armie Hammer, descendiente de una dinastía vinculada al petróleo; las hay singulares como la de Patty Hearst, heredera del magnate de la prensa, o dudosas como la de Paris Hilton, que hizo del famoseo moneda de cambio gracias a ese apellido con sabor a hotel. Todos ellos han probado su suerte en el cine con más o menos fortuna, pero ninguno como Travis Knight. El hijo de Phil, cofundador de Nike, invirtió su afortunada posición en lo que ahora son los estudios Laika, un milagro animado que devolvió la vida a la técnica de stop motion con películas como Los mundos de Coraline (2009), El alucinante mundo de Norman (2011) y Los Boxtrolls (2013).
Knight estrena Kubo y las dos cuerdas mágicas, su primera película como director tras 10 años como animador y al frente de su compañía. “Mi esperanza es que el logo de Laika sea sinónimo de la pasión, de la dedicación que ponemos y de historias diferentes, que significan algo para el público. Sobre todo, que represente lo inesperado. No una película de animación formulada y dirigida por un comité sino un símbolo de ese lugar extraño que creamos hace más de 10 años y donde realizamos filmes capaces de revolucionar la industria”, explica.
Durante años Knight no tuvo claro qué hacer con su fortuna. Como muchos otros, de joven probó la música (bajo el nombre de Chilly Tee) y el dinero le permitió hasta sacar un disco de rap (Get Off Mine) en 1993. Pero nada sació las inquietudes labradas en una infancia dorada pero solitaria, llena de libros y obras de arte pero sin compañeros de juego, en la que disfrutó de las películas de Ray Harryhausen, el maestro del stop motion que se encargó de secuencias míticas como la lucha de los esqueletos de Jason y los argonautas (1963). Sus padres habrían preferido que siguiera sus estudios de ciencias políticas en la Universidad de Portland. Él sin embargo eligió probar suerte en el estudio de Will Vinton, el último reducto de la animación stop motion en EE UU. En los noventa Knight incluso convenció a su padre para que invirtiera dinero en ese estudio en quiebra que finalmente sería la semilla de lo que hoy es Laika. Un lugar inusual, como dice el empresario y artista, que mantiene una plantilla estable de entre 500 y 600 profesionales dedicados a un arte que se creía desaparecido y que con Kubo se han embarcado en su historia más personal y ambiciosa hasta la fecha.
“Hemos querido que se sienta como una gran filme épico de David Lean en animación”, describe Knight. Si en películas como Pesadilla antes de Navidad (1993) su protagonista Jack Skellington contaba con 800 caras diferentes, el catálogo de expresiones de Kubo supera las 25.000. Lo mismo ocurre con el tamaño de los decorados donde los animadores dan vida a los muñecos foto a foto, desde un esqueleto gigantesco de cerca de cuatro metros de altura hasta las pequeñas creaciones de Kubo en papiroflexia que no superan unos pocos centímetros. “Con Coraline empezamos a utilizar la perfecta simbiosis entre el stop motion y técnicas industriales como la impresora 3D que nos han permitido grandes avances”, reconoce. Knight quiere dejar claro que lo suyo no es el purismo en la animación sino que utiliza junto al stop motion todo lo que sea necesario (efectos por ordenador, pinturas mates, animación tradicional) para contar la mejor historia. “Es como tener a astronautas y a hombres de las cavernas bajo el mismo techo. No queremos que las limitaciones del medio limiten nuestras historias”, describe de Laika.
Todo ello además por una fracción del precio de una película de animación de Hollywood. Aunque sin reconocer los costos, Knight asegura que sumando el presupuesto de las cuatro películas de Laika hasta la fecha el total sería inferior al de una gran producción de Disney o Pixar. Y eso sí, siempre con un toque algo más macabro, nada “disneyficado”, de lo que son las películas infantiles al uso. Al fin y al cabo, reconoce riéndose, qué vas a esperar de alguien que vio El exorcista cuando tenía cinco años: “En esencia Kubo soy yo. Un cuentacuentos capaz de animar objetos inanimados con una gran relación con su madre, en el centro de esta historia, y que añora una conexión más estrecha con su padre”.
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