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LECTURA Y VIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ferretero que era agente de la Interpol

Hasta qué punto lo que imaginamos acerca de nosotros nos constituye más que lo que nos sucede en la realidad

Juan José Millás
Nicolás Aznárez

En fin, si los alumnos a los que he venido dirigiéndome no están a estas alturas muy cansados, les cuento aún un par de anécdotas personales que demuestran el grado de real de lo que llamamos irreal. Hace años, por ejemplo, cuando me disponía a escribir El orden alfabético, una novela que guarda mucha relación con todo lo que he venido exponiendo hasta el momento, me acordé de un compañero del colegio cuyo padre era el ferretero del barrio. En El orden alfabético trato de mostrar hasta qué punto lo que imaginamos acerca de nosotros nos constituye más que lo que nos sucede en la realidad, o en lo que llamamos realidad. Recordé entonces que el hijo del ferretero nos había dicho en cierta ocasión a los amigos más íntimos que la ferretería era una tapadera bajo la que su padre ocultaba su verdadera actividad profesional, pues por lo visto era agente de la INTERPOL.

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Imagínense cómo cambió la percepción que teníamos de aquel hombre, al que empezamos a mirar desde entonces con un respeto casi religioso. Yo pasaba por delante de la ferretería cuando iba o venía del colegio y siempre me asomaba para verle enfundado en su guardapolvo gris, despachando clavos o tornillos con una naturalidad tal que parecía que no había hecho otra cosa en la vida. Y sin embargo, detrás de aquella apariencia se ocultaba todo un agente de la INTERPOL. Quizá en alguna ocasión me pregunté de dónde sacaría el tiempo para interpolar, teniendo en cuenta que no abandonaba nunca el mostrador, pero eran dudas pasajeras. Crecí con el convencimiento de que aquel hombre era lo que nos había dicho su hijo y cuando tuve edad de descubrir el engaño, jamás se lo eché en cara.

Pues bien, me acordé de mi amigo, decíamos, y conseguí localizarle e invitarle a comer. Le expliqué que me disponía a escribir un libro dedicado al peso que tiene en nuestras vidas lo irreal, lo que se nos ocurre, y que me ayudaría mucho que me hablara de su padre, el agente de la INTERPOL. Mi amigo dio un sorbo a su vaso de vino y compuso un gesto nostálgico antes de comenzar a hablar.

–Yo —dijo finalmente— he tenido dos padres, en efecto: uno real, el ferretero, y otro irreal, el agente de la INTERPOL. Lo curioso, Juanjo, es que el más importante para mí ha sido el irreal. De él he recibido los mejores consejos, así como las lecciones verdaderamente importantes para enfrentarme a la existencia. Mi padre real, como tú sabes, se pasaba la vida en la ferretería y jamás prestó mucha atención a su familia, en parte porque era un hombre muy limitado también. El padre irreal, en cambio, no solo llevaba una vida apasionante, sino que le gustaba pasarme la mano por encima del hombro, o eso imaginaba yo, y contarme experiencias inventadas por mí que constituyeron el espejo gracias al cual crecí y me hice un hombre.

Hasta qué punto lo que imaginamos acerca de nosotros nos constituye más que lo que nos sucede en la realidad.

A medida que mi amigo hablaba de su padre irreal, que paradójicamente era el verdadero, él mismo se quedaba asombrado del peso que tienen en la existencia las cosas que no existen. Ya en los postres me dijo que su padre real había fallecido el año anterior y que un día, cuando se encontraba muy enfermo, pensó que el ferretero no podía morir sin saber que había sido también un agente de la INTERPOL, de modo que se lo dijo. Le dijo: Papá, tú no has sido para mí un ferretero, sino un agente de la INTERPOL. Por lo visto, su padre se quedó mirándole con extrañeza durante unos segundos y al final dijo:

–¿Pues sabes que algo había notado yo?

O sea, que nunca sabemos dónde está realmente la frontera entre lo que nos ocurre y lo que se nos ocurre.

Ya de mayor, viví durante algún tiempo en un apartamento minúsculo, situado precisamente en el barrio de mi infancia, muy cerca de la ferretería que había servido de tapadera al padre de mi amigo. Un día, estaba intentando escribir, o quizá buscando alguna coartada para no hacerlo, cuando sonó el timbre de la puerta y apareció una chica joven, muy menuda, con melena y una carpeta azul entre las manos. Me dijo que estaba haciendo una encuesta sobre hábitos de consumo entre los vecinos de la zona, para estudiar la viabilidad de un supermercado, y rogó que me dejara. Me dejé y poco a poco fui dándome cuenta con espanto de que todos los actos de mi vida, incluso los que yo consideraba menos sociales, como comprar discos o libros, estaban catalogados en algún despacho de esta ciudad como hábitos de consumo. De manera que cuando la chica te preguntaba si dormías con la luz encendida, no tenía ningún interés en saber si eras miedoso, sino cuántos vatios tenías el hábito de consumir al mes. Y cuando indagaba si estabas casado, lo que quería saber en realidad era si tenías el hábito de consumir esposa. Resultaba imposible consumir esposa en un apartamento tan pequeño, pero ella de todos modos lo preguntaba y preguntaba si consumías hijos y quizá si preferías adquirirlos en tiendas de barrio o grandes superficies.

Los grandes dramas en los que se ha visto envuelta la humanidad han estado motivados por cuestiones irreales.

No había forma de escapar, en fin, a aquella radiografía implacable, pero cuando llegamos a la zona de los hábitos de consumo de animales domésticos, reaccioné a tiempo y mentí. Le dije que tenía un canario, ya que había adquirido en mi infancia el hábito de consumir canarios, por decirlo en su lenguaje. Esa noche, cuando me encontraba en la cama leyendo una novela, oí cantar al canario inexistente en el salón. Qué curioso, me dije, este canario, sin necesidad de existir, es ahora lo más real de mi vida justamente porque es lo único de ella que ha logrado escapar a las leyes del consumo.

Decíamos antes que vivimos en un mundo en el que todo aquello que no se pueda cuantificar no existe. Pero sí existe. Los grandes dramas individuales o colectivos en los que se ha visto envuelta la humanidad no han estado motivados por cuestiones reales, sino por cuestiones irreales. Todavía hoy seguimos matando y muriendo, cuando hay tantas necesidades reales que atender, por entelequias como la patria o Dios. Por todo ello, para que no sean víctimas de lo irreal ni de lo real, ni de sí mismos, yo termino mi charla en los institutos o colegios asegurando a los alumnos que a esas alturas todavía me siguen, que lean literatura porque la literatura constituye un modo de conocimiento que nos acerca a zonas de la realidad a las que no se puede acceder de otro modo. Permítanme el atrevimiento de terminar este texto del mismo modo, solicitándoles a todos ustedes que lean también mucho, incluso aunque no me lean a mí. Muchas gracias.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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