Un incómodo homenajeado
Léo Ferré deberá conformarse con un discreto homenaje en Francia y Mónaco
Léo Ferré hizo historia cantando al amor, a la revuelta y al implacable desgarro del paso del tiempo, pero ni Francia ni su Mónaco natal rendirán este miércoles más que un discreto homenaje a uno de sus mayores cantautores en la celebración de su centenario. Nacido el 24 de agosto de 1916, Ferré deberá conformarse con dar su nombre a un nuevo auditorio inaugurado en el antiguo mercado de abastos de Les Halles de París y con prestar su rostro a un nuevo sello conmemorativo que entrará en circulación en septiembre.
En los últimos meses, dos novedades editoriales pensadas para coincidir con el aniversario —Léo Férré vivant, del politólogo Pascal Boniface; y Léo Ferré, droit de réponse, del periodista Frantz Vaillant— han indagado en los rincones más oscuros de su biografía. Mientras, el cantante Vincent Delerm ha recordado su legado en la radio pública y la Comédie Française le ha dedicado un espectáculo en el que cantantes no profesionales revisaban todo su repertorio.
En Gourdon, la localidad occitana donde adquirió un castillo medieval, distintos actos han recordado la figura de su hijo predilecto. Y una modesta exposición en Beaune, en la Borgoña francesa, también revisa su trayectoria hasta octubre, de su infancia marcada por los abusos de un cura pedófilo hasta su exilio voluntario en la Toscana, donde viviría rodeado de animales hasta su muerte en 1993, sin olvidar su llegada a París en tiempos ingratos. “La gente siempre tuvo miedo de él, y sigue teniéndolo hoy. Por eso hay tan pocas exposiciones sobre Léo y no se le escucha demasiado en la radio, y todavía menos en la televisión”, protestó su viuda, Marie-Christine Ferré, durante la inauguración.
Hablar de boicot es exagerado, aunque sí sorprenden los escasos honores que han acompañado esta efeméride, en comparación a la que recibieron algunos de sus compañeros. De la mítica foto de 1969 que reunía a la santa trinidad de la chanson —Brel, Ferré, Brassens—, el que se sentaba en medio sigue siendo el menos reconocido. Su carácter difícil y su gusto innato por la provocación no ayudaron. Como tampoco sus numerosas contradicciones: fue decididamente antiburgués, pero propietario de un castillo —en Francia le llamaron “anarquista en Rolls Royce”—, y contrario a los homenajes públicos, pero enojado por la falta de reconocimiento.
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