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LECTURA Y VIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud

La realidad colabora en la creación del estereotipo para que coincida con nuestra idea Quien descubre el Aparato Imaginario se convierte en un individuo libre

Juan José Millás
NICOLÁS AZNÁREZ

Entrados en este debate, se quedan muy sorprendidos cuando consigo hacerles entender que la realidad es en gran medida una construcción verbal. Lo explica Castaneda en Las enseñanzas de don Juan, me parece, cuando afirma que "la realidad es lo que decimos que es la realidad". Hay un cuento, no recuerdo ahora de quién, en el que se relata la historia de un antropólogo que tras estudiar durante años en una universidad europea las características de una tribu del centro de África, consigue ir a conocerla y no logra ver más que lo que ha estudiado. Le ocurre lo que a los habitantes del pueblo de El rey desnudo, que no ven sino lo que esperaban ver. Es sabido además, nos advierte el autor del relato, que estas tribus africanas tienen ojeadores que avisan, cuando ven venir al antropólogo, para que los negros se pongan a hacer las tonterías que el antropólogo espera que hagan. De manera que la realidad colabora en la creación del estereotipo para que lo que tenemos dentro de la cabeza coincida con lo que hay fuera de ella.

A estas alturas, los alumnos que todavía me escuchan van haciéndose cargo de que en efecto, lo que llamamos realidad no es algo dado, inmutable y fijo, sino algo en perpetuo movimiento que se modifica en función de que lo nombremos de un modo o de otro, lo que sin duda alguna depende de la capacidad verbal de los usuarios de la realidad. Entonces es cuando trato de explicarles que también la ausencia de palabras genera realidades, y les cuento una anécdota, extraída de una película canadiense titulada Léolo, que quizá muchos de ustedes hayan visto y que les hace bastante gracia. Hay una escena en esta película, digo, en la que aparece una clase de inglés. Los alumnos, críos de 9 o 10 años, son de habla francesa. El profesor ha dibujado en la pizarra el esquema corporal de un niño al que llama Johnny, cuyo cuerpo va recorriendo con un puntero al mismo tiempo que los alumnos pronuncian en inglés la zona señalada. De este modo, se oye un coro de voces que repite como una letanía: el pelo de Johnny, la frente de Johnny, los ojos de Johnny, los párpados de Johnny, la nariz de Johnny, los labios de Johnny, etcétera. El protagonista de la película, que es uno de esos niños, llega muy excitado cada mañana a la clase de inglés para ver si ese día, por fin, nombran la polla de Johnny, pues el muchacho no comprende que se mencionen cosas tan insignificantes e innecesarias como las uñas o los párpados y se ignore la polla, que se encuentra en el centro de sus intereses. Pero como los días pasan y el profesor de inglés recorre todo el cuerpo de Johnny sin mencionar ese órgano, el niño crece convencido de que los ingleses no tienen polla. Y esto, que a primera vista parece el despropósito de un niño disparatado, les explico, es en realidad un desatino del sistema. El niño, por el contrario, está haciendo unos esfuerzos increíbles para entender algo que no tiene otra explicación que la que él se da. Ese niño constituye una isla de racionalidad en un entorno desquiciado.

Pero el problema, añado, no es que nos hurten zonas enteras de la realidad tan importantes como la polla de Johnny, sino que ni siquiera somos capaces de advertirlo. Cualquiera de vosotros, digo a los muchachos, podría hablarme de su cuerpo. Cualquiera de vosotros podría decirme que estamos compuestos de un aparato locomotor, respiratorio, circulatorio, digestivo, etcétera. Y podría decirlo porque hay una asignatura, llamada Naturales, creo, donde se estudia todo eso. Pero si os preguntara dónde está o en qué consiste la capacidad de fantasear, de imaginar, os quedaríais mudos porque no hay una sola asignatura, ni siquiera una lección de una asignatura, en la que se estudie que además de todos los aparatos mencionados, tenemos otro, al que vamos a llamar por entendernos el Aparato Imaginario, que sirve precisamente para levantar fantasías sobre nosotros mismos y sobre los demás, fantasías que por suerte o por desgracia tarde o temprano se realizan. Todo lo que pasa por la cabeza, pasa tarde o temprano por la calle. Ahí tienen el submarino, el autogiro, el viaje a la Luna o la caída de las Torres Gemelas. Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud, decía Henry James, me parece, porque lo tendrás en la edad madura.

Y bien, pregunto a los alumnos y alumnas, ¿no os parece escandalosa la ausencia, en los planes de estudio, de este Aparato, el Imaginario, cuando se usa mucho más que el digestivo y que el locomotor, mucho más incluso que el aparato sexual, cuyo funcionamiento depende en gran medida de la imaginación? ¿Qué hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos?: fantasear. No hay más que mirar, digo, la cara que lleva la gente por la mañana en el interior de los coches o en el metro para darse cuenta de que van imaginando que les toca la lotería, que se muere su jefe, que la vida, en fin, va a empezar a tratarles como se merecen. Y si entramos en un aula y contemplamos las caras de los alumnos mientras el profesor hace ecuaciones en la pizarra, en seguida advertiremos que muchos de esos alumnos están en otra parte. Aquí mismo, les digo para comprobar si todavía me escuchan, habrá mucha gente que ha desconectado hace tiempo de mi charla para preparar el fin de semana. La cantidad de sonrisas me indica el número de alumnos que todavía me sigue para saber si debo rematar la faena o puedo continuar haciendo apostolado.

Pues bien, ¿por qué ese interés desmesurado en que nos aprendamos el aparato digestivo con todos sus píloros y todas sus vesículas y todas sus glándulas y todos sus jugos, y esa falta de interés en que averigüemos algo, aunque sea poco, acerca de nosotros mismos? He conocido a mucha gente que se sabía los nombres de todos los huesos de los que estamos compuestos, pero que vivía en una oscuridad terrible respecto de sí misma. ¿No resulta sospechoso ese acuerdo universal en que no se estudie el Aparato Imaginario? Quizá sí, porque quien descubre dentro de sí la existencia de ese Aparato y llega a conocer cómo funciona se convierte en un individuo difícil de manipular, en un individuo libre. Quien lo ignora, por el contrario, vivirá alienado, generando deseos y fantasías de otro. Será un esclavo. No verá más, cuando abra los ojos, que lo que espera ver y contribuirá al fortalecimiento de un sistema con el que seguramente no está de acuerdo.

Ignorar la existencia del aparato imaginario, en fin, como si no perteneciera a la realidad tiene consecuencias catastróficas tanto individuales como sociales. Si la vida entera es un malentendido, se debe a esta omisión, pues lo que llamamos realidad (y que ya vamos viendo que no es sino una parte muy pequeña de ella) es el producto de lo que venimos denominando con poca fortuna el Aparato Imaginario. En efecto, digo a los chicos y chicas, observad este vaso de agua, esta botella, este micrófono, esta mesa... Todo, en fin, cuando hay a vuestro alrededor ha sido un fantasma en la cabeza de alguien antes de convertirse en un objeto real. De manera que no es que el Aparato Imaginario, del que lo ignoramos todo, exista, sino que de él depende la existencia de la realidad extramental, de la realidad que hay al otro lado de la cabeza. Cualquier cosa que seamos capaces de nombrar, desde las leyes a los sacapuntas, pasando por las bañeras, las lavativas, el reloj de arena, el Ajax Vim Cloro o las compresas extraplanas con alas, es el resultado de la actividad de ese Aparato.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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