Exorcizando la nostalgia
'Cazafantasmas' es una película mucho más enérgica, bien construida y graciosa que el original

No respondió a ninguna decisión azarosa el hecho de que la primera película que “suecaron” Jack Black y Mos Def en la extraordinaria Rebobine, por favor (2008) fuese precisamente Los cazafantasmas (1984). La película de Michel Gondry celebraba el cine como ritual colectivo —y como apropiación comunitaria— y la elección de la película de Ivan Reitman funcionaba como icono de un pasado en el que el consumo audiovisual aún tenía su primordial territorio eucarístico en el espacio de la platea. Por otro lado, el gesto de Gondry contenía otro subtexto relevante: Los cazafantasmas ya no era tanto patrimonio de sus creadores como de los consumidores que elevaron la película a la condición de pieza insustituible en su educación sentimental.
CAZAFANTASMAS
Dirección: Paul Feig.
Intérpretes: Kristen Wiig, Melissa McCarthy, Kate McKinnon, Leslie Jones.
Género: comedia. Estados Unidos, 2016
Duración: 116 minutos.
No hay duda de que hay mucho que añorar del cine espectáculo de los 80, aunque algunos no tengamos Los cazafantasmas precisamente en un altar y a pesar de que ciertas actitudes nostálgicas numantinas bloqueen la posibilidad de apreciar los nuevos retos y alicientes del cine contemporáneo. A este crítico, Los cazafantasmas de Ivan Reitman le pareció, en su momento, una comedia con una gracia más bien escasa: su revisión a pocos días de esta resurrección del mito reafirma esa sensación y suma la convicción de que su construcción narrativa tendía a lo gratuito y deslavazado. No obstante, la curiosidad por comprobar qué habían hecho Paul Feig —cuya trayectoria desde La boda de mi mejor amiga (2011) es de las más consistentes en el terreno de la comedia americana— y su reparto femenino con esa memoria de los 80 era considerable.
Cazafantasmas —trabajo que uno no sabe si tildar de remake o refundación— es una película mucho más enérgica, electrizante, ingeniosa, bien construida y graciosa que el original en que se inspira. Los ecos del modelo y las muy bien repartidas sorpresas mitómanas nunca se interponen a la feliz dinámica de equipo de un reparto —McCarthy, Wiig, McKinnon, Jones— que coloca un constante juego de réplicas en forma de ping-pong de agudezas donde sus antecesores masculinos parecían ejecutar un perezoso partido de golf. Todo funciona: incluso la pirotecnia de efectos delirantes.
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