Tomadura de pelo
Una pieza fundamental del arte contemporáneo es el enemigo del arte contemporáneo
César Aira tiene razón: una pieza fundamental del arte contemporáneo es el enemigo del arte contemporáneo. De cuando en cuando un escritor ilustre se marca una tribuna escandalizado por la tomadura de pelo que supone que un objeto cotidiano se exponga en un museo. El último fue Vargas Llosa, que el mes pasado, en este mismo periódico, denunciaba la presencia de un vulgar palo de escoba en las nuevas salas de la Tate Modern.
Es una pena que la literatura no tenga enemigos de esa altura, porque las librerías están llenas de escobas y nadie dice nada de nada. Necesitamos alguien que, de una vez por todas, denuncie que la poesía ya no rima y que los novelistas no paran de producir bodegones. Luego queremos que los albaricoques sepan a albaricoque.
Antes de morir de SIDA hace 20 años, el artista cubano Félix González-Torres retrató el dolor por la muerte de su pareja con dos simples bombillas entrelazadas. Inexorablemente, una terminará apagándose antes que otra. La obra es tan sencilla y tan criticable que emociona solo pensar en ella. Las canciones y algunos poemas producen un efecto así.
Lo grande del arte contemporáneo, y su mayor problema, es que bombillas idénticas a esas las venden en la ferretería de la esquina. El enemigo tiene esta vez razón. Lo triste de los artistas contemporáneos es que han hecho todo lo posible por heredar los privilegios de que gozaba el arte que vinieron a superar. Vinieron a cambiar la sintaxis pero se han conformado con cambiar el léxico. ¡Ingenuos futuristas! Cambiaron las palabras, no el orden de las palabras. El discurso sigue siendo el mismo y las vitrinas del Museo del Prado sirven para el Reina Sofía. Pensábamos que querían matar a Velázquez, pero lo que querían era el Premio Velázquez. ¿Qué razón hay para que una obra técnicamente reproducible hasta el infinito sea objeto de tiradas limitadas? A mí se me ocurren dos: el fetichismo y la especulación. De algo hay que vivir, claro, pero es difícil ser a la vez funcionario y revolucionario, animal doméstico y animal salvaje.
Pese a todo, los museos de arte contemporáneo están llenos de arte (a veces en forma de escoba); también llenos de mercancía (a veces en forma de pintura al óleo). Ese es su drama, su contradicción: Dadá cumple 100 años subido a una peana y los punkies de nuestra infancia son ahora guardas jurados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.