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Columna
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Jodorowsky y las polémicas incestuosas

Sorprende la cantidad de gente dispuesta a defender las barbaridades proferidas por sus ídolos

L. P. Beauregard
Adán y Alejandro, padre e hijo.
Adán y Alejandro, padre e hijo.Leo Paul Ridet

El festival de cine de Locarno está por comenzar. Hace unos días, las autoridades culturales mexicanas informaron de las películas presentes en la muestra en la frontera de Suiza e Italia. Además de la presencia de Arturo Ripstein, que presidirá el jurado de la competencia internacional, y un par de cineastas jóvenes, la gran estrella será Alejandro Jodorowsky. El artista recibirá el Leopardo de honor por su trayectoria y serán exhibidas Santa Sangre y La montaña sagrada, ambas coproducidas por México.

El anuncio de las autoridades se hizo en medio de un polémico torbellino creado por el chileno. El psicomago de 87 años pareció justificar en Twitter el incesto. Las redes sociales, siempre atentas a la próxima polémica y siempre dispuestas a hacer sangre, tomaron el trino y lo hicieron viral. Esto provocó que el autor, que vive en París desde hace varios años, escribiera varios mensajes y hasta un breve ensayo en Facebook para aportar contexto y explicar sus palabras. No importaba ya. El daño estaba hecho.

Estas polémicas no son nuevas, pero sí más frecuentes. Las redes sociales y su exceso de opinión suelen llenar de minas el campo de admiración que tenemos por los artistas. Sorprende la cantidad de gente dispuesta a defender las barbaridades proferidas por sus ídolos solo por mantener la imagen que se tiene de ellos. A cineastas, artistas, músicos y escritores les pasamos por alto cosas que si dijera, por ejemplo un político, no toleraríamos.

En el cine hay casos más polémicos, y que trascienden las declaraciones desafortunadas para entrar en el territorio del delito. Ahí está la batalla legal que Estados Unidos emprendió en contra de Roman Polanski para que respondiera en suelo americano por la violación a una menor de 13 años ocurrida en 1977. En noviembre pasado, Polonia rechazó enviar al director al otro lado del Atlántico. De esta forma se ha puesto punto final a una controversia que ha seguido al cineasta por cuatro décadas. Sin embargo, el cuerpo de su obra permanece intocado.

Más reciente –y espinoso– es el caso de Woody Allen. El genial director, ¿y quién duda de eso?, fue puesto en el centro del escándalo por su hija adoptiva, Dylan Farrow, que denunció haber sido víctima de abuso sexual cuando era niña. La historia se hizo pública en 1992, pero en ese entonces la noticia fue carnada para los tabloides sensacionalistas, lo que restó credibilidad a la historia.

Fue hasta 2014 que escuchamos de voz de la supuesta víctima el relato de los hechos. Dylan dio su versión en un blog de Opinión de The New York Times. La publicación coincidió con la entrega del premio Cecil B. De Mille a la trayectoria de su padre y su enésima nominación al Oscar. “Por mucho tiempo la aceptación a Woody Allen hizo que me callara. Sentía una especie de reproche, que los premios y reconocimientos eran una forma de decirme que me callara y que me hiciera a un lado”, escribió.

El testimonio de Dylan quería desmontar la versión muy extendida que afirma se puede separar la obra de la vida de sus creadores. En un par de años la estrategia se ha repetido. La última vez en la más reciente edición del festival de Cannes, donde la premier de Café Society fue opacada por una nueva carta escrita de Ronan Farrow, hermano de Dylan. Cada vez que se recuerdan las acusaciones (hechas por la familia, no judiciales) muchos salen en defensa de Allen a repetir lo que el propio director ha dicho tantas veces: “No hay ningún cargo en su contra”, “son mentiras de Mia Farrow producto de una separación amarga”, “merece la presunción de inocencia”.

En este tema no hay ninguna certeza. La numerosa audiencia que Allen sigue llevando al cine tendrá que acostumbrarse a sonreír ante sus películas y, al mismo tiempo, recordar que su creador ha sido acusado de abusar sexualmente de una niña de siete años.

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Sobre la firma

L. P. Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.

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