La generación ‘beat’ aúlla en el Pompidou
El museo parisiense rinde homenaje al movimiento literario con una exposición que demuestra su alargada influencia en la cultura estadounidense
En lugar de acudir a sus clases en la universidad, Jack Kerouac prefirió recorrer Estados Unidos en búsqueda de experiencias algo más contundentes, en una serie de viajes que inspirarían su obra magna, En el camino. Las suelas de sus deportivas no quedaron indemnes. Se esconden en un rincón de la muestra que el Centro Pompidou de París dedica a la generación beat y definen el espíritu vagabundo que caracterizó a ese movimiento literario, que fue bohemio en el sentido original del término: así se denominó a los pueblos nómadas que yerran por Europa desde hace seis siglos. Kerouac creía en ese mismo merodeo existencial, del que da fe su peculiar kit de viaje, que completan una camiseta de algodón, un pantalón caqui y una cantimplora en forma de petaca. En el extremo opuesto de la muestra, una cita del escritor da la bienvenida al visitante: “Todo me pertenece, porque soy pobre”.
Hasta el 3 de octubre, el Pompidou celebra a ese grupo “de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos y hermosos”, como dejó escrito Kerouac. La sala central de la exposición está presidida por tres pantallas que proyectan videos aficionados de viajes por carretera en los Estados Unidos de la posguerra, dando a entender que su fascinación fue compartida. De fondo, se escucha a Thelonious Monk, Dizzy Gillespie y Charlie Parker, que inspiraron los ritmos sincopados de la literatura beat. En una esquina aparecen los collages de William S. Burroughs y las fotografías de Robert Frank, repletas de desoladores diners y gasolineras, que el mismo Kerouac definió como “un poema triste derramado en celuloide”. En la otra, se narra el relato de City Lights, la librería fundada por Lawrence Ferlinghetti en San Francisco, que hizo historia al publicar Aullido, el poema que Allen Ginsberg dedicó a las mejores mentes de su generación. Por él sería juzgado por obscenidad: su país no estaba preparado para escuchar a un judío homosexual hablando de fornicación y experiencias lisérgicas.
Esa misma sala está presidida por el manuscrito original de En el camino, un papiro mecanografiado de 36 metros, que pertenece a la colección personal del millonario Jim Irsay, propietario de los Colts de Indianápolis y ferviente secuaz de George W. Bush. Su afiliación política no es trivial. Demuestra el cambio de estatus que ha experimentado el movimiento desde los cuarenta: de aquella peligrosa subcultura a la que Hoover tildó de amenaza pública a uno de los principales movimientos culturales del siglo pasado, cuya sombra se alarga hasta nuestros días. La generación beat hizo emerger una poética alternativa a la cultura oficial estadounidense. No fue el primer movimiento disidente en el arte estadounidense –ahí están sus admirados Whitman y Thoreau para demostrarlo–, pero tal vez sí el que caló más hondo. “Se opusieron al consumo y al optimismo obligatorio de su época, aunque no fueran doctrinarios ni programáticos. Fue un movimiento libertario espontáneo, que vivió con la misma libertad que defendió”, explica el director de la colección cinematográfica del museo, Philippe-Alain Michaud, comisario de una exposición que reúne 500 fotografías, dibujos, pinturas, collages, películas y vídeos.
Interés renovado por un movimiento
La exposición del Centro Pompidou coincide con numerosas muestras de renovado interés por el movimiento beat. En Nueva York, un festival de seis días celebrado a mediados de junio se centró en el legado de sus principales figuras. En Londres, el Southbank Centre expone las máquinas de poemas ideadas por Liliane Lijn, una de las pocas mujeres artistas que frecuentaron a los beats. En la capital francesa, una exposición en la Semiose Galerie rinde homenaje a William Burroughs, poco después de que el Palais de Tokyo dedicara una retrospectiva al también poeta John Giorno.
La Filarmónica de París examina la influencia de los beats en una muestra todavía abierta sobre The Velvet Underground, igual que hace la Cinemateca Francesa en su exposición sobre Gus Van Sant. "Si los museos se interesan por los beats, tal vez sea porque su herencia se empieza a disolver. Su influencia fue máxima hasta principios de este siglo, pero nos encontramos en un punto de transición, en el que la contracultura está menos definida", sostiene Philippe-Alain Michaud.
De sus orígenes neoyorquinos a su expansión californiana, pasando por los paraísos perdidos que encontraron en México y Tánger escapando a un supuesto holocausto nuclear, la muestra recorre la influencia que su legado tuvo en las décadas posteriores. Lo ejemplifica con el cine experimental de Stan Brakhage, la psicodelia incipiente de Harry Smith o las canciones de Bob Dylan, que aparece descartando los carteles que reproducen la letra de Subterranean Homesick Blues. Pero también el Mayo del 68, las revueltas estudiantiles que brotaron desde París hasta Berkeley y el antibelicismo que hizo surgir la guerra de Vietnam. Ante la fe ciega de su tiempo en el racionalismo y la ciencia, los beats respondieron con filosofía oriental y experimentos con el peyote y la ayahuasca. Defendieron una libertad de expresión sin trabas y se opusieron repetidamente a la censura. Y, a la vez, “fueron totalmente estadounidenses en su apego por la libertad individual”, como sostiene uno de los grandes expertos en el movimiento, Bill Morgan, antiguo archivista de Ginsberg, Ferlinghetti y Timothy Leary, el padre del LSD.
“Los movimientos artísticos tienen una mayor o menor influencia en función del momento. No es extraño que, en la sociedad actual, la generación beat siga teniendo un gran eco. Su arte fue social y político y se atrevió a hablar de racismo y homofobia. Los artistas de 2016 siguen teniendo la misma necesidad”, concluye la comisaria asociada de la muestra, Rani Singh, conservadora del Getty Museum de Los Ángeles y antigua asistente de Allen Ginsberg. ¿Significa eso que su proyecto fracasó, puesto que la sociedad no se transformó como esperaban? “En efecto, hace que uno se lo pregunte”, suspira Singh. “Muchas de las cosas que defendían se han terminado volviendo normales. Pero ese paso a la normalidad suele venir acompañado de una reemergencia de las tendencias más radicales”. Una prueba de que sus enseñanzas, concluye la comisaria, siguen siendo “tan necesarias como el primer día”.
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