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La tormenta amarilla en Israel

Mario Vargas Llosa visita Cisjordania y escribe sobre el drama de los territorios ocupados

Vídeo: Oren Ziv
Juan Cruz

David Grossman es uno de los grandes escritores israelíes. Era un joven periodista de la radio oficial en 1987, cuando decidió abandonar la rutina de las noticias para adentrarse en el drama provocado por los asentamientos de colonos en territorios ocupados a Palestina desde la guerra de 1967.

En 20 años ningún escritor se había acercado allí. Ahora un alto porcentaje de israelíes no sabe qué sucede en esa zona, donde se desarrolla lo que entonces Grossman (Jerusalén, 1954) contempló como una agresión a los derechos humanos. La situación ha empeorado. El resultado de aquella visita fue un libro, El viento amarillo, que conmovió a miles de lectores y provocó su expulsión de la radio y la inquina de algunos de sus compañeros. Esa obra de Grossman ha servido para que ahora un grupo de escritores prolonguen la experiencia dramática del escritor israelí con sus propios textos. Entre esos autores está el premio Nobel Mario Vargas Llosa, que acaba de revisitar los territorios ocupados de Cisjordania.

Hubo jefes del Ejército, responsable principal de aquella agresión a los derechos humanos de los palestinos, que aconsejaron a sus oficiales que leyeran también El viento amarillo. A Yehuda Shaul, que ahora tiene 33 años, no hizo falta que se lo aconsejaran sus jefes: él lo leyó cuando aún era un sargento de operaciones en Hebrón, una de las metáforas de la política de asentamientos israelí, y encontró que lo que relataba Grossman sobre la discriminación, racial, política y civil de los palestinos debía ser denunciado.

El Nobel publicará una serie de crónicas

La agenda de Mario Vargas Llosa, de 80 años, ha sido casi la de un reportero de guerra, y él mismo la desmenuzará en EL PAÍS a través de la publicación de varios reportajes a partir del 30 de junio. Además, la experiencia ha sido recogida en un documental por EL PAÍS TV, que también será emitido en la web del diario.

La experiencia, no en vano, ha sido muy intensa. Tanto la de él como la de quienes le hemos podido acompañar. Hemos visto cómo se levanta a las cuatro de la madrugada para asistir a las colas de los trabajadores palestinos que han de aguardar horas ante unas rejas implacables en un checkpoint para entrar a cumplir sus horarios en Israel, o cómo sube y baja por las carreteras o caminos o cuevas imposibles de las aldeas donde resisten los palestinos, o cómo va haciéndose con la información que precisa para luego confeccionar su relato. Al presenciar su forma de actuar no solo entendemos cómo ha hecho algunos de sus libros más famosos sino también cómo conserva en forma su teoría del compromiso del escritor con la realidad. No es nada frecuente que un premio Nobel de Literatura, autor de novelas como Conversación en La Catedral o La fiesta del chivo, realice un ejercicio de este tipo.

Él, con Miki Kratsman, judío argentino que llegó a Israel a los 12 años y aquí se hizo fotógrafo y profesor, crearon Breaking the Silence (Romper el Silencio) el 12 de marzo de 2004. Compuesta por militares que cumplieron el servicio, la organización decidió recopilar testimonios anónimos de soldados cuyas identidades guardan en secreto. El escándalo ha sido tan grande como las amenazas que ahora se han intensificado contra ellos. Miki Kratsman dice, con la tranquilidad de un veterano (tiene 57 años), que se va a subir el tono de esa represión. Y las evidencias que tienen en Breaking the Silence son abrumadoras. “Pero no nos rendiremos. Ganaremos” dice Shaul.

“La lucha es contra los asentamientos. No es contra Israel”, continúa: “Yo soy un patriota, un sionista, mi familia es conservadora, tengo 10 hermanos, algunos son colonos; yo no iría adonde hay colonos, pero no quiero que mis sobrinos crezcan sin mí ni yo quiero vivir sin ellos. Así que voy a verlos”. Su lucha es moral: ni él, ni Miki ni el medio centenar de personas que constituyen su equipo, ni los mil colaboradores que de una u otra forman alimentan su lucha (muchos de ellos, militares que han testificado el lado oscuro de su trabajo), tienen nada contra el Estado de Israel. Quieren que cese la discriminación de los palestinos.

Represalias

Los documentos que incriminan a las fuerzas armadas han sido pasados por la censura militar. Ellos no tienen nada que temer sobre la legitimad de su lucha, pero con eso no basta para estar seguros de que no sufrirán represalias.

En esa lucha tiene mucho que ver aquel libro de Grossman. Para prolongarlo, este lector que fue militar y ahora se confiesa no pacifista (“yo daría mi vida por Israel”) concibió un proyecto al que él y los suyos dedica una pasión irrefrenable: convocar a escritores de todo el mundo para que aporten sus testimonios sobre lo que ya un día escribió Grossman. El libro saldrá en mayo de 2017 en todo el mundo y aún no tiene título. Entonces se cumplirá medio siglo de la ocupación.

Mario Vargas Llosa es uno de ellos. Colaborador de EL PAÍS, reportero en Irak, en Israel y en otras partes del mundo, ha recorrido esta última semana esos territorios ocupados para compartir la información que tienen tanto los palestinos expulsados de sus territorios, que malviven en algunas aldeas o ciudades (como Hebrón) que ahora son lugares tan fantasmales como el Pedro Páramo de Juan Rulfo, como los que son colonos de esos mismos territorios.

El libro de Grossman se tituló El viento amarillo porque amarillo es en Israel el color del odio. Lo que Breaking the Silence quiere ahora es desterrar ese color de las relaciones difíciles, políticamente imposibles, humanamente degradantes, entre israelíes y palestinos, estos últimos condenados a vivir en la última clase de la historia.

El color del odio

Algunos de los representantes de BTS (como el propio Shaul, como Morial Rothman-Zecher, un joven de 26 años que estudió Ciencias Políticas, renunció al Ejército y pagó por ello) hablan árabe, y tratan de desmentir ese color de odio que marca el estupor con el que Grossman dibujó el alma y la piel de este conflicto hace cerca de 40 años.

Ellos han invitado a Vargas Llosa (y a Colm Tóibín, y a Colum McCann, y así hasta 26 autores, entre poetas, narradores o ensayistas de todo el mundo, incluidos Israel y Palestina) para que observen esta lucha moral y obtengan los testimonios de los habitantes de los territorios ocupados. Esos escritores van viniendo.

El autor de La tía Julia y el escribidor le contó a EL PAÍS TV que la primera vez que vino a Israel fue en 1974, “y entonces aún era un izquierdista”. Aquel Israel le fascinó, pues expresaba ideales de justicia social que formaban parte del credo de la izquierda a la que perteneció. El fenómeno de los asentamientos desmintió luego aquella imagen.

Ni él ni los que lo invitan cuestionan el Estado de Israel; él dirá, en las entregas de sus reportajes (que comienzan a publicarse en EL PAÍS el próximo jueves 30 de junio), cómo ha visto ese problema y otros surgidos de este crucial asunto de los asentamientos.

Lo que cuestiona Breaking the Silence, y por eso la organización trabaja por el fin del odio entre palestinos e israelíes, es que en el territorio común, en Cisjordania, en Jerusalén, en todas las zonas en las que los colonos reciben una protección que se niega a los palestinos expulsados de sus tierras, haya ciudadanos condenados a vivir como seres sin derechos elementales.

El libro que inspiró esta lucha es El viento amarillo. El nuevo libro, en el que trabaja Breaking the Silence y para eso han invitado a Vargas Llosa y a otros, aún está por definir. Le sugerimos al propio Grossman, que tanto ha marcado a Shaul y a sus compañeros, si aquel viento sería ahora una tormenta: “Sí, probablemente”, afirmó.

Amarillo es aquí el color del odio. Hasta los más optimistas creen que Israel vive la continuación peligrosa de una larga tormenta amarilla. Breaking the Silence nació para romper el silencio que ha alentado ese odio. E insiste en querer romper el origen de esa tormenta.

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