“¿Qué pasaría si una droga te conectara con los animales?”
La novelista argentina crea una 'América alucinada'
¿Qué pasaría si de tanto proteger a los ciervos de repente se convierten en una plaga que amenaza a una ciudad?, ¿si la gente que habla de vuelta a la naturaleza da un paso más y abandona a sus hijos a cargo del Estado para irse a vivir al bosque?, ¿si una droga te conectara con los animales?. Enraizada en estas hipótesis creció a lo largo de seis años América alucinada, el último libro de la escritora argentina Betina González (Buenos Aires, 1972). Tras ganar el premio Tusquets con Las poseídas, regresa con una novela ambientada en una imaginaria ciudad de Estados Unidos, país en el que vivió durante una década. En sus páginas se entrecruzan tres historias: la de Miss Beryl, una anciana exhippie que funda un club de caza para matar venados; Berenice, una niña que sospecha haber sido abandonada por su madre; y Vik, un inmigrante.
Pregunta. Tiene muy poco de argentina esta novela, ¿no? Ni el lenguaje, ni los escenarios, ni los personajes lo parecen.
Respuesta. Creo que en Argentina predomina cierto realismo muy local. Los escritores de mi generación se volcaron a un realismo casi etnográfico. Para mí fue un camino personal el irme deshaciendo, darme cuenta que algunas apuestas que el realismo toma como naturales son una traba para el escritor. Cuando vivís fuera de tu lengua mucho tiempo empezás a percibir la propia lengua como materia expresiva y se te abren todas las posibilidades del mundo. Es una novela más global, que juega a que el lector cuando se meta en su mundo lo sienta artificial, que no sea de ninguna parte o de todas las partes a la vez.
P. ¿Esa América en el título y el epígrafe juega también con la ambigüedad?
R. Sí. Me gustaba la palabra América porque connotaba el continente, pero también a Estados Unidos. Estados Unidos como imaginario ya está presente en toda la cultura mundial. Acá en una emergencia llamás al 911, antes llamabas a la policía. Cuando vi eso pensé: ya está, ¿qué más? El imaginario de las series de televisión es tan fuerte que va penetrando en todas partes. Consumimos música, literatura, cine norteamericano... muchísimo más que lo que se produce acá. ¿Por qué no usar eso como material creativo? Pensarse como escritor nacional es limitarse. Vos española, un mexicano y yo argentina tenemos esa cultura yanqui como un intertexto permanente. ¿Por qué no dialogar, jugar y apropiarse de eso y hacer otra cosa?
P. ¿Por ejemplo?
R. Aunque la novela pasa en una ciudad imaginaria que vos entendés que es Estados Unidos, la ambición no es decirte que Estados Unidos es así, sino distorsionar ciertas cosas que estaban en esa sociedad, para que alguna verdad ficcional sea dicha. Me interesaba hacer algo más lúdico y el procedimiento fue la exageración. Si el discurso ecologista que está en nuestras sociedades lo exagerás, obtenés una narrativa. ¿Qué pasaría si de tanto proteger a los ciervos de repente son mayoría y empiezan a hacer un mal para la ciudad?, ¿qué pasaría si una droga te volviera volver a conectar con los animales? Esa cosa de vuelta a la naturaleza, de la añoranza animal, también puede ser algo terrible. La ficción termina diciendo algo que no es un espejo de la realidad sino que permite pensar otras realidades que están ahí.
P. Tanto los desadaptados como otros personajes cuestionan la familia y las convenciones sociales.
R. Siempre me interesaron otras posibilidades del amor y de la organización del afecto. La familia funciona como unidad de consumo, educativa, de contención a los viejos... Es funcional al capitalismo y es muy difícil de romper, pero existen bolsones de resistencia. Otras culturas se pensaban con el clan, los niños eran educados en grupo, me gustaba esa idea: ¿Qué tal si hubiera un grupo que sostuviera esto, que se desadaptara del sistema, que dejara de reproducirse...? Me interesaba también correrme del guión de la niñez y de la vejez con los otros personajes.
P. ¿Cómo surgieron los protagonistas?
R. El de Berenice surgió de una imagen en esta ciudad tan triste, tan gris, tan en decadencia (Pittsburgh). Un día vi a la nena de mi vecina jugando sola con la manguera y había un disfrute en ese juego con el agua que a partir de esa imagen se fue creando sola. Quería poder hablar de un niño que cree que ha sido abandonado y se las arregla solo. Vik surgió de un inmigrante muy refinado, que tenía una mirada muy irónica y me sirvió para pensar a mí en mis contradicciones como extranjera, el precio por pertenecer y por no pertenecer. Miss Beryl, a partir de un anuncio de un geriátrico en la tele local. Una de las cosas que ofrecía era 'vamos a la naturaleza a cazar' y la imagen era un grupo de ancianos que apenas podía caminar con los rifles, que parecían entre dopados y agotados. La cacería está fuertemente asociada a la juventud y a la fuerza, no a ancianos que apenas pueden moverse. Pero era interesante que te sacaba del guión de la vejez, de la anciana que lleva al niño al zoológico y teje bufandas.
P. El discurso de Miss Beryl es a veces racista y antiextranjero, como el de otros ancianos del centro. ¿Se siente esa xenofobia que representa, de forma extrema, Donald Trump?
R. Donald Trump representa lo peor de Estados Unidos. Hay un EEUU así, ridículamente conservador, escandalosamente racista. Y eso lo percibís, pero también hay mucha gente que resiste de muchas maneras, gente muy lúcida y muy crítica. Hay que ser cuidadosos porque EEUU es un país muy grande y desde acá vemos solo los discursos triunfantes, y Donald Trump tiene un discurso de esos, de los que podría triunfar, pero espero que no gane.
P. De las múltiples lecturas de alucinada que insinúa el título, va ganando peso la de las drogas. ¿Cómo ve su relación con América?
R. Es terrible lo que está pasando con el narco y que los gobiernos ya no gobiernan, pero lo que me interesaba para la novela es otra cosa: el potencial contestatario y de rebeldía que tuvo en los 60 el hecho de experimentar con las drogas, el LSD sobre todo, se ha transformado en más vida miserable para un montón de gente. Las drogas también fueron una forma de decir no colaboramos más con el sistema, hay otros modos de percibir, parte de ese desnormalizarse y dejar de ser un sujeto de pelo corto que se niega a ocho horas de esclavitud diaria. Me gustaba que volviera a aparecer ese discurso.
P. ¿Cómo y cuándo escribe?
R. Escribo en la mañana. En lo general, tres o cuatro horas si estoy trabajando en un libro, sino un poco menos. La lectura es también parte de eso. Para cualquier escritor creo que todo empieza en la lectura, uno se imagina este oficio porque lee, lee a otros, uno se imagina en estos mundos y quiere pertenecer.
P. Recomienda leer a sus contemporáneos. ¿Quiénes son sus favoritos?
R. Beatriz Vignoli, Esther Cross, Juan Mattio, Leopoldo Brizuela, Samantha Schweblin. Me interesa una literatura que pone en primer plano el artificio, no importa si es realista o no, que ponga en primer plano el acto de magia. Yo espero que una ficción me dislumbre, que me conduzca como un mago, que me deje asombrada.
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