Puñetazos por Ali
El púgil tuvo un ego de aquí te espero pero también supo boxear contra la adversidad
He rendido homenaje a Muhammad Ali-Cassius Clay de la mejor manera posible: golpeando el saco hasta casi deshacerme los nudillos. He pegado sin guantes ni vendas, a puño limpio. Ventilando la tristeza con furia. En realidad con un estilo más bien de Jack Dempsey, el martillo de Manasas, pero yo nunca he sido un estilista como Ali, el Pélida de pies ligeros del cuadrilátero. En el silencio de la mañana los golpes resonaban como los latigazos que propinaban en la Bounty o en el HMS Bellipotent, y alarmaban a los arrendajos. Tengo el saco de arena colgado de un árbol en el jardín. Disponer de un saco en casa alivia mucho. Tomé la idea de Hawk, el melancólico ex policía y ex presidario que interpreta Kris Kristofferson en Inquietudes, de Alan Parker. Practico el uno-dos, el gancho y sobre todo el crochet—el de derecha es mi golpe favorito— los fines de semana como una forma de liberar tensiones, que son muchas las que va uno acumulando.
Ahora está de moda el boxeo en los clubes deportivos finos, pero yo lo aprendí hace mucho tiempo en el rudo Gimnasio Experimental de Barcelona, esa forja de campeones con olor a zota. De allí salí por la puerta de atrás con una fisura de mandíbula (también se la rompió Ken Norton a Ali antes de reciclarse como actor en Mandingo) y el orgullo herido, la víspera de debutar en los campeonatos de Cataluña de los superligeros. Estábamos a finales de los setenta; con saunas, comba y mucho entreno había rebajado peso hasta los 59 kilos y era una máquina de pegar angulada y fibrosa. Aún hoy me palpo incrédulo para ver sin ese joven aspirante a púgil sigue por ahí dentro. No parece.
Buena parte de la culpa de mi azarosa etapa en el boxeo —que le debo también a Eduard Berraondo, a la sazón cronista de ese deporte en el viejo 4-2-4, y al haber escuchado demasiadas veces el Hurricane de Dylan— la tuvieron Ali, Norman Mailer y su Rey del ring. En fin, peor hubiera sido que me arrastrara a la Legión la lectura de Beau Geste. Leí la crónica de Mailer en la antigua edición de Lumen del 72 y me atraparon la acre y brutal poesía del cuadrilátero, la labia de Ali —“Nada tengo en contra de esos vietcongs, ninguno me ha llamado nunca nigger”— y sobre todo su capacidad para volver a levantarse.
Rey del ring se cierra con una épica derrota, la de Muhammad (calzón rojo) frente a Frazer (verde) el 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden, en el Combate del Siglo. Ali encajó, además de su primera derrota como profesional, uno de los mayores castigos de su carrera, incluido un crochet de izquierda de Frazer considerado el golpe más tremendo jamás pegado, un cañonazo que lo envió a la lona (¡Ali por los suelos!). Para mí, Ali, más allá del más poderoso Narciso de la tierra y el mayor Ego de Norteamérica (Mailer), el activista, el musulmán, el psicólogo del cuerpo, el bocazas, el púgil que derrumbó a Bonavena, el triunfador de Kinshasa y del infierno de Manila, es ese hombre que se levanta cuando todo te pide quedarte en el suelo. Cuando te espera un puño de hierro. Cuando tu país reniega de ti. Se levanta sin aceptar el fuera de combate, y vuelve a bailar. Una y otra vez. Salud y honor Mohammad-Cassius. Para alguien como tú ni siquiera la muerte es un K. O. definitivo.
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