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La corrupción tiene su museo en Brasil

La exposición de obras de arte de reputados artistas como Picasso, Miró o Dalí, requisadas en casos de lavado de dinero, desvela una práctica millonaria

Obra atribuida a Miró y requisada por la justicia brasileña.
Obra atribuida a Miró y requisada por la justicia brasileña.

El éxito de la exposición Obras bajo la vigilancia del Museo Oscar Niemeyer, abierta en Curitiba (Brasil), ha obligado a sus organizadores a extenderla hasta noviembre. No todos los días se pueden ver juntos cuadros de Picasso, Dalí, Miró, Oiticica, Vik Muniz, Djanira y Heitor dos Prazeres o Renoir.

Es un lujo al que solo podía acceder Renato Duque, exdirector de la petrolera estatal Petrobras, quien escondía las obras detrás de un armario que se abría por control remoto, hasta que fueron requisadas por la policía en la Operación Lava Jato, que ha dejado al descubierto el mayor caso de corrupción de la historia de Brasil, y, de paso, el lucrativo negocio que supone el lavado de dinero a través de piezas artísticas.

Obra de Amircal de Castro requisada..
Obra de Amircal de Castro requisada..

Las Obras bajo vigilancia suman una pequeña selección de trabajos que Duque compró para lavar dinero, y que, tras su detención, se muestran ahora al público. En lugar de El salón de los rechazados de los impresionistas parisinos de 1863, se puede hablar de El salón de los confiscados, lienzos requisados en operaciones delictivas.

Retratos de los corruptos

Retrato del político Jose Dirceu pintado por Gabriel Giucci, para El salón de los corruptos, que exhibe en São Paulo.
Retrato del político Jose Dirceu pintado por Gabriel Giucci, para El salón de los corruptos, que exhibe en São Paulo.

Al tiempo, en la galería Portes Vilaseca de São Paulo, se abre El salón de los corruptos, una serie de retratos pintados por Gabriel Giucci de los implicados en la Operación Lava Jato, muchos de ellos defensores del proceso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Como dice el texto que acompaña a la exposición, la serie no está finalizada.

Gracias a las gestiones del juez Fausto Martin de Sanctis, que ha ordenado las principales operaciones en las que se requisaron obras de arte, junto con el juez Sérgio Moro, por primera vez la policía brasileña no pone su mirada solo en coches de lujo, joyas o cajas fuertes en las casas de los detenidos. Ahora, además, se fija profesionalmente en los cuadros que cuelgan de las paredes.

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El magistrado también está detrás del cuidado de las obras requisadas, su correcto almacenaje, catalogación y distribución por distintos museos del país. La donación de las piezas a las pinacotecas ha logrado un cambio de actitud por parte de directores, coleccionistas y galeristas. De aceptar en algún caso sin objeciones maletines cargados de billetes por la venta de su catálogo o sonreír en las fotografías junto con los hoy arrestados que donaban sus obras para exposiciones temporales han pasado a facilitar información sospechosa al juez.

Millones de dólares

De Sanctis publicó en 2013 un libro —Money laundering through art: A criminal justice perspective— en el que ya abordaba el modus operandi de los criminales y por qué se decantaron por el lavado de dinero a través del arte. Entre los motivos más tentadores, figuran la facilidad para su transporte, el desconocimiento del valor de las obras y la escasa vigilancia que existe sobre las transacciones artísticas.

“Una vez requisamos unas estelas mayas, y México las reclamó. Me puse a investigar y les pude responder que no, que al ser mayas podían ser de Honduras, de Guatemala… Yo no tenía ni idea de arte. Entré en un mundo que me acabó apasionando”, afirma Martin de Sanctis desde su despacho en el Tribunal Regional Federal de São Paulo.

Él fue quien dirigió las pesquisas en el primer gran caso de lavado de dinero usando piezas artísticas. Ocurrió en 2006 y el principal culpable fue el director del brasileño Banco Santos, Edemar Cid Ferreira. Fue condenado a 21 años de cárcel.

En su mansión se encontraron desde trabajos de artistas contemporáneos como Damien Hirst Basquiat, Lichtenstein o Kiefer, hasta arte medieval, como los dos pórticos barrocos que decoraban el comedor de la vivienda. “Incluso los azulejos de la piscina eran obra de un artista, Volpi, y los del garaje, de Athos Bulcão, el autor de los azulejos de Brasilia”, recuerda el magistrado. Era una de las mayores colecciones privadas de arte de Brasil: más de 2.000 piezas, valoradas en unos 30 millones de dólares (unos 26,3 millones de euros al cambio actual).

A nadie le parecieron extrañas las compras en efectivo y por precios desorbitados de obras por parte de Ferreira, quien llegó a ser el presidente de la Fundación de la Bienal de São Paulo, hasta que se vieron en 2010 sus adquisiciones decorando los muros del Museo de Arte Moderno de São Paulo, en otra exposición de trabajos en cuyas cartelas figuraba la frase en portugués “obra requisada por la justicia brasileña”.

Han sido en conjunto millones de dólares y miles de obras usadas para lavar dinero. Las consecuencias son la inflación del valor del arte y la potenciación del mercado brasileño. El comercio del arte sigue al alza en Brasil pese a la crisis económica y política. Mientras, la Operación Lava Jato sigue destapando delitos y Edemar Cid Ferreira disfruta de su libertad provisional en una casa vecina a su anterior mansión y visita museos cuando puede. Ahora es un espectador más.

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