Svetlana en España
La Premio Nobel de Literatura 2015 ha visitado Madrid y Barcelona como parte de su gira internacional. “Mis libros son una oración por el ser humano. Para que siga siendo humano, a pesar de todo”, sostuvo.
Svetlana Alexiévich llegó a la primavera de España vestida de otoño y se dispuso a recorrer las principales palestras culturales de Barcelona y Madrid. En todas, con su voz pausada y su mirada clara, dio lecciones —de periodismo, de literatura, de historia y de humanidad—. Con una mezcla de pudor y modestia, la Premio Nobel de Literatura 2015 también se dio tiempo para observar las obras arquitectónicas de Gaudí y las pinturas más importantes del Museo del Prado. Al final de su visita dijo que se iba con ganas de volver, acompañada por su nieta de 10 años, para conocer otros rincones del país.
Pero en esta ocasión su agenda estuvo plagada de conferencias y entrevistas. La escritora bielorrusa era, hasta antes del galardón, prácticamente una desconocida para el público hispano. Cuando en octubre del año pasado anunciaron que ella era la ganadora del Nobel, en las librerías había sólo uno de sus libros, Voces de Chernóbil, en edición de bolsillo. La maquinaria editorial se dio prisa y hoy pueden encontrarse cuatro títulos de su autoría. Visto el éxito de su gira, todo indica que, a falta de Kapuscinki (q.e.p.d), al mundillo periodístico y a los seguidores de la no ficción les queda Alexiévich.
"Recordar asusta, pero no recordar es más terrible."
Svetlana escribe las historias que no cuenta la Historia con mayúsculas pues, desde su punto de vista, las personas anónimas son el abono de esa Historia. Y porque casi nunca pueden expresarse, ella sale a buscarlos para llegar hasta su interior a base de preguntas con las que se esfuerza primero por empatizar y enseguida en escuchar. Pero siempre aclara que no lo hace como si fuera una terapeuta. Es sólo una persona que se acerca al otro, de distinta edad y profesión, con interés y sin superioridad. Así espera llegar a conocer la verdad de lo que ha sucedido en un puñado de guerras o en un desastre nuclear. “En los relatos de la gente con la que he hablado siempre hay compasión. Compasión por ellos, por sus iguales y también por el enemigo”, repitió en los distintos auditorios (todos llenos) donde se presentó.
Hay algo que no le gusta que le pregunten: “¿cómo se siente después de ver tanto sufrimiento?” Ella, que vio el horror en Afganistán, subraya que al realizar su trabajo no se considera una súper mujer. “El oncólogo de un hospital infantil”, asegura, “tiene una vida mucho más fuerte que la mía. Ver el sufrimiento, simplemente, ha formado parte de mi profesión. Y cuando alguien te abre su corazón no puedes ponerte a llorar. Tienes que escuchar. Me acerco a ellos como amiga y no los entrevisto, sólo hablo con ellos.” En esas charlas, además, no trata a sus interlocutores como víctimas. “Porque quiero elevar a la gente más allá de su dolor. Y que reflexione. Que no se sienta una persona incompleta. Los trato como seres humanos que han superado lo peor y conservan lo humano. Y quiero, también, que se eleven sobre sus sentimientos. En realidad, mis libros son una oración por el ser humano. Para que siga siendo humano, a pesar de todo.”
Llama la atención que esta mujer que vivió exiliada durante una década llame plegarias a los testimonios que obtiene. “En ruso, plegaria tiene un significado muy amplio y muy profundo que va más allá de lo religioso. Es la compenetración profunda entre el sujeto y el mundo exterior. Yo busco a personas que estén en un estado de exaltación, que han vivido algo que las ha conmocionado. Este tipo de conversación es similar al de la plegaria. Yo, normalmente, encuentro a mi interlocutor cerca de la muerte o cerca del amor, en este estado tan extremo de pedir, de expresar, de vomitar todo lo que tiene dentro. Yo no escribo sobre las catástrofes, ese es sólo formalmente el tema de mis libros. Yo en realidad escribo sobre el amor.”
“En los relatos de la gente con la que he hablado siempre hay compasión. Compasión por ellos, por sus iguales y también por el enemigo.”
En La guerra no tiene rostro de mujer (Debate), un libro que recoge monólogos de mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial con diferentes cargos del Ejército Rojo, sostiene que no ha escrito la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos que envolvieron ese conflicto bélico. “Soy historiadora del alma. Por un lado, estudio a la persona concreta que ha vivido en una época concreta y ha participado en unos acontecimientos concretos; por el otro lado, quiero discernir en esa persona al ser humano eterno. La vibración de la eternidad. Lo que en él hay de inmutable”, aclara.
La tarde en que se dispuso a contestar preguntas en la sede la Fundación Telefónica, en Madrid, la mujer de la escritura polifónica dio, en realidad, una clase magistral. Tomen nota:
—Recordar asusta, pero no recordar es más terrible.
—El hombre es rehén de la guerra. Al niño le dicen: ‘serás soldado y defenderás a tu patria.’ Así que para ellos la guerra es normal. Pero para la mujer no. Para ellas, la guerra no es algo heroico, sino un asesinato.
—No es correcto decir que estoy ausente en mis libros. Está presente mi punto de vista, mi forma de percibir y de pensar. La cuestión es que el grado de detalle de los testimonios que elijo para que aparezca en el libro es tan alto que no puedo ponerme yo allí adentro, al lado de ellos.
—Hoy mi capa de protección está perforada y no me atrevería a entrar a un hospital para hablar con un soldado moribundo o mutilado.
—Digo que Chernóbil es el futuro porque todavía hoy no se entiende ese desastre. Quizá lo entenderá la gente del futuro.
—Dentro de 100 o 200 años, la gente hablará de nosotros como unos bárbaros.
—En Rusia no tengo problemas para publicar. Es un país muy grande, donde es imposible controlarlo todo, como en Bielorrusia. En mi país no se publican mis libros, porque soy una persona non grata allí. En Rusia controlan que no salga en la televisión o en la prensa, pero no han llegado a censurar a las editoriales. Sé que llegarán a hacerlo porque el poder ruso ya las ataca, lentamente, pero con decisión.
—Queríamos socialismo con rostro humano y nos sumergieron en el capitalismo crudo. Y, así, la gente se quedó pasmada, desconcertada, llena de derrota y de rencor. [El presidente ruso] Vladimir Putin aprovechó ese estado de confusión para orientar el descontento hacia un enemigo exterior: Europa, Estados Unidos. “Ellos quieren quitarnos nuestra riqueza, pero no lo permitiéremos. Seguiremos siendo la gran Rusia”, dice Putin.
—La Guerra Fría ha vuelto. Y va a durar. Rusia se ha vuelto a aislar del mundo. Vivimos tiempos oscuros. El mal se ha transformado, camuflado. Miren el terrorismo en manos de fanáticos, la guerra en Siria. Mis amigos y yo estamos leyendo libros sobre los tiempos previos a la Revolución Rusa. Porque estamos en una época muy similar.
—Me considero pacifista. No hay que matar a la gente sino a las malas ideas. Somos humanos y debemos resolver nuestras diferencias hablando. ¿Saben?, eso lo comprenden mejor las mujeres.
—El amor existe y tenemos que mirarlo. Quiero saber si en torno a él gira la vida de los seres humanos. Por eso ahora tengo dos libros en proceso: uno sobre el amor y otro sobre la vejez. Hoy vivimos más, pero sin filosofía. Está bien alargar la vida, pero no sólo con medicinas. Hay que crecer como individuos.
El mes pasado, cuando fue a Colombia como la invitada principal de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, Svetlana Alexiévich pidió reunirse con algunas víctimas del conflicto armado que azota al país sudamericano desde hace más de medio siglo. Así pudo conocer la historia de seis mujeres que sufrieron violación, secuestro, reclutamiento, desplazamiento, mutilación (debido a las minas antipersona) e intento de homicidio. Tomó notas en su libreta y, al final, dijo: “perdón por hacerles revivir recuerdos tan dolorosos.”
Ella misma guarda recuerdos de otras tragedias. Una vez formó parte de un grupo de personas que llevó juguetes a un hospital de Kabul. “Yo tenía un montón de osos de peluche y le di uno a una mujer que tenía un hijo. El niño, acostado, tomó el juguete con los dientes. Cuando yo le pregunté torpemente por qué lo cogía así, la madre, con rabia, apartó la sábana de un tirón y vi que no tenía ni brazos ni piernas. Sentí que me desvanecía y ella me espetó cruelmente: ‘Mira lo que han hecho tus soviéticos, como hizo Hitler.’”
Por experiencias como esa, al salir de Afganistán abandonó los ideales comunistas. “Le dije a mi padre, que era un comunista de toda la vida: ‘en realidad este país es un asesino, me mentiste cuando me contabas las bondades del sistema. El comunismo no es bueno.’ Y él se echó a llorar… Hoy ya no le hablaría así, claro”, ha dicho en España. Quizá por esto, también, ha decidido enfocarse ahora en el amor y la vejez.
Babelia
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