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Un mundo perdido de tragalibros y aguaferias

Paseantes, compradores, cazadores de firmas, obras escondidas, narradores, poetas, ensayistas, dibujantes, así es el retrato del ecosistema de la feria madrileña

Javier Sampedro
Ambiente en el primer fin de semana de la Feria del Libro de Madrid.
Ambiente en el primer fin de semana de la Feria del Libro de Madrid. Kike Para (EL PAÍS)

¿Has ido en el metro un lunes a las ocho de la mañana? Pues así estaba ayer a mediodía la línea roja que te lleva al Retiro. Daba gloria ver esos flujos humanos apeándose de los vagones y saliendo de la estación por oleadas, huyendo de la oscuridad ordinaria hacia una tierra prometida de conocimiento y luz, hacia ese mundo perdido en que la gente compraba libros y hasta los leía, en que el saber se medía en páginas contadas una por una como las gemas de un tesoro. ¿Es que habéis recuperado aquella cordura antigua, gentes de Madrid? ¿Y dónde estabais el resto del año?

Por si fuera poco con el atasco de talentos que asoman la cabeza desde sus casetas con un bolígrafo ocioso en la mano derecha y el whatsapp raudo en el pulgar izquierdo, reconozco entre los visitantes incógnitos a Vladimir Flórez, Vladdo, el célebre caricaturista colombiano, que acaba de llegar de San Millán de la Cogolla y ha hecho escala en la Feria antes de embarcar para Bogotá. “Vengo asombrado”, dice, “Blue Jeans, que creo que es un autor juvenil, tenía una fila como de 40; Paloma San Basilio 30, Vanesa Martín 20, Joaquín Estefanía dos, Rosa Montero uno y Fernando Savater cero”. Esto es lo bueno de los caricaturistas, que te dan el trabajo hecho.

Pero, ay amigos, la calidad literaria nunca se ha medido en metros, y la Feria no es solo para ver libros y conseguir autógrafos. En la caseta de Ariel, Andy Robinson (Off the road) y Carlos García Gual (El sabio camino hacia la felicidad) aprovechan su francamente baja posición en el ranking de Vladdo para pegar la hebra con el entusiasmo del desocupado, y otro tanto hacen José María Gallego y Luis Alberto de Cuenca. Son relaciones de caseta de feria, intensas y fugaces como los placeres que le gustaban a Oscar Wilde. Fernando Arrabal y Jesús Ferrero no tienen tanta suerte: sus casetas están separadas por la terraza de un bar y un río de gente que no tiene tiempo para ellos.

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La barraca de Sefarad exhibe la Historia de los judíos en la España cristiana y un compendio de Los apellidos judeoespañoles a solo tres casetas de distancia de la Casa Árabe, con su Limpieza étnica de Palestina y un buen montón de títulos de Goytisolo (Juan). En medio de los dos, como una especie de cortafuegos metafórico, se erige el sobrio pabellón del Ministerio Español de Defensa, con su voluminoso y disuasorio Strategikon, el manual de guerra que el emperador bizantino Mauricio escribió en el siglo VI para solaz y esparcimiento de “aquellos dedicados al generalato”. Tampoco Mauricio destaca mucho en el Vladi-ranking, casi se diría que por fortuna en este caso.

Las cifras hablan este año de un tenue alivio para el sector, insuflado por las exportaciones de textos a Latinoamérica y de dibujos al resto de Europa. De la salud del arte plástico español, que tal vez nunca fue mala en este país de artistas, dan testimonio las aglomeraciones de hípsters con barba hammurabi y familias del montón que rodean las casetas de tebeos y novela gráfica, que no son pocas en el recinto del Retiro. No hablemos ya de las barracas dedicadas a Juego de Tronos y otros juegos donde ruedan aún más cabezas. El dibujante Raúl Arnaiz no sujeta un boli para firmar, sino un lápiz Faber Castell 4B con el que boceta maravillas a la vista de todo el mundo.

Todavía más abajo de los que estaban más abajo en la lista de Vladdo deberían aparecer los que ya no pueden firmar, así que, como el cielo se está poniendo más negro que el azabache —y en efecto está a punto de caer aquí la del pulpo, como sabré muy poco después—, estiro la mano y me compro las Siete novelas cortas de Carmen Laforet. Quizá se lo regale a mi ex, junto a un delicioso Diccionario visual de términos arquitectónicos, que sé que le va a gustar. También pillo El ateísmo, la aventura de pensar libremente en España. Ese me lo quedo yo.

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