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El 11-M como metáfora del mal

Los periodistas Nuria Labari y Manuel Jabois, autores de sendos libros sobre la peor tragedia terrorista ocurrida en España, conversan sobre las caras del horror

(FOTO: Nuria Labari y Manuel Jabois, en Madrid. / CARLOS ROSILLO).
Juan Cruz

El 11 de marzo de 2004 se produjo en Madrid el peor atentado de la historia de España. 192 muertos. El eco de aquel escalofrío dura como la memoria del mal. Sigue el horror de la sociedad entera. El mal en su impureza trágica. De ese mal se ha escrito muchísimo, y estas son dos visiones insólitas. Ahora lo abordan dos jóvenes narradores, ambos periodistas, Nuria Labari (santanderina, de 37 años) y Manuel Jabois (pontevedrés, de 36). Aquí explican cómo se pasan de aquel escalofrío a la escritura. Nuria ha escrito una novela, Jabois, un reportaje. Para ella, se trataba de contar “el lugar del horror en todos nosotros”, a través de la historia de una familia cuya madre está contando en un periódico ese desastre. A Jabois, el relato del muchacho que colaboró con el hombre que procuró la dinamita que sirvió para la matanza. Ese relato le dejó “tan mal cuerpo” que decidió sacarlo adelante, “tampoco con la intención de que se le condenara al fuego eterno: hizo aquello con 15 años, cumplió su condena”.

Pregunta. ¿Cómo se debe contar el mal?

Nuria Labari. El mal deja mudos a los periodistas y escritores, nos quita la palabra poética, lo deja todo convertido en literalidad. El 11-M fue paradigmático: de nada se ha escrito más. Pero es difícil superar ese periodo de enmudecimiento, volver a mirar al mal de frente. C uando sucede una tragedia intentamos atraparla, esperar que el tiempo la cure. Después hay que recuperar la palabra poética: es el único consuelo que tenemos.

El grito y los ecos del día más triste

Un total de 192 muertos. Tras los atentados del 11-M (en trenes de Cercanías, sobre todo en Atocha), EL PAÍS publicó una serie periodística, Vidas rotas, en las que, uno a uno, se pormenorizaba la biografía de todos los asesinados el día más triste de la España democrática. Esos obituarios, y los publicados en el resto de la prensa, le sirvieron a Labari para su novela Cosas que brillan cuando están rotas (Círculo de Tiza).

"Baby tenía 15 años". Ese muchacho pasaba hachís en Asturias y participó, como sin querer, en esa matanza. Manuel Jabois quiso entrevistarlo, al principio sin éxito. Hasta que el propio muchacho terminó contándole su historia, en ella se basa su libro Nos vemos en esta vida o en la otra (Planeta). Fue el primer condenado por los atentados del 11-M. Fue "el mejor amigo de Trashorras", parte, como escribió aquí Pablo Ordaz, "de su fiel infantería".

Manuel Jabois: El mal, cuando se trata de terrorismo, lo primero que trata es de despersonalizar: cuando atentaron contra las Torres Gemelas —en Nueva York, en 2001— los terroristas hablaban del “corazón financiero”, pero ese corazón financiero tenía nombres, padres, madres... Allí fueron más de tres mil nombres propios, aquí fueron 192. Los testimonios de los arrepentidos de ETA hablan de “objetivos militares”, lo hacían “porque tenían que hacerlo”... Uno de esos arrepentidos cuenta que una vez miró a los ojos de su víctima sin querer y ya no fue capaz de apretar el gatillo...

N. L. Hannah Arendt escribió también sobre el horror y sobre la banalidad del mal. Hay construido mucho en torno a lo políticamente correcto; incluso el lenguaje democrático intenta deshumanizarnos a todos. Después, cuando ya se nos puede matar como si no fuésemos humanos, es cuando no nos lo explicamos y parece que eso sólo son capaces de hacerlo unos señores extrañísimos, seguramente extraterrestres, no humanos, algunos muy lejanos... Yo he intentado recoger cómo nos hemos ido dejando huecos para esa deshumanización todos los días.

M. J. En mi caso, yo abordo un mal que se está extendiendo,que ya ha actuado aquí, en Bélgica, en París... El mal que se ejerce de forma “involuntaria” (aunque el mal es el mal, no me gusta ponerle apellidos). Un mal pernicioso, perverso tanto como el otro con el mismo resultado. 192 muertos, asesinados por gente que tenía la voluntad de destruir a otra gente, a la mayor parte posible de personas, ayudados por otros tíos que no sabían lo que estaban haciendo pero que estaban sirviendo a una causa, suministrándoles la dinamita, completando la infraestructura a esos otros hombres cuya relación con España era la voluntad de destrucción, amparados en visiones extremistas de su religión y una lectura fanática del Corán. ¿Cómo ese exminero asturiano [Trashorras] y ese chavalito que pasa hachís en la calle se juntan con ellos y funcionan bien, perversamente bien?

P. ¿Y después?

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M. J. Y después, ninguna catarsis, ninguna expiación. “Bueno, ya está hecho, ahora qué le voy a hacer”. Eso se repite en mi libro. En tres meses se completa un proceso que consiste en pasar de fumar un porro en una calle a participar activamente en la matanza.

N. L. El mal es siempre grande y demoníaco. Pero necesita muchos cómplices; necesita una mentalidad tan profunda, tan construida, tan compartida entre todos para que se pueda abrir paso, que es casi tan difícil abrir paso al mal como al bien.

M. J. El mal de origen, siendo los dos necesarios para llevar a cabo este atentado. Necesitas tontos útiles, gente que no sepa lo que está haciendo.

N.L. No sé si son tontos útiles o es esa mentalidad peligrosísima la que lo hace posible.

M.J. Superpeligrosa. pero no es lo mismo querer matar a alguien y matarlo que favorecer el terreno a otro. Esa gente de Asturias dice que no quería matar a 192 personas... La segunda sentencia dice que Trashorras sí sabía a qué se iban a dedicar las bombas. Pero si me pones en paralelo a los dos males, al que no sabía y al que sabía, por una cabecita diré que es peor el hecho de querer la destrucción de los trenes.

Ficción y realidad sobre el mismo horror

Nuria Labari quería saber "qué nos hace el horror, cómo convierte en extraños a los que tenemos más cerca". Le tocó cubrir informativamente el 11-M, para Elmundo.es. La ficción le sirvió de vehículo para contar lo que vio, pero escribirlo la dejó "tan tocada" como la realidad. "Hay 192 víctimas. Leí todos los obituarios. Yo estaba amamantando a mi niña. Con los obituarios en la otra mano. La música de mis días no era esa, pero no podía seguir viviendo sin saber qué se hace con el horror".

El adolescente que protagoniza el relato de Manuel Jabois se despide de los que llevan la dinamita a Madrid. Le dan un abrazo: “Si no nos vemos en esta vida nos veremos en la otra”. “¡Cómo puede decir que no sabía...! Su responsabilidad es el desconocimiento. Y lo dice: yo no sabía para qué era la dinamita que se llevaron los terroristas... Y añade que si volviera atrás y lo supiese probablemente lo volvería a hacer”. La ignorancia, añade Labari, “tiene mucho prestigio”.

Los dos jóvenes escritores hablan de su experiencia de escribir como si hubieran vivido, otra vez, la pesadilla.

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