Spielberg no logra contagiar su elaborada fantasía
'Mi amigo el gigante' no me consigue transmitir la mínima fascinación hacia lo que está contando
No debe de ser fácil para Steven Spielberg gestionar su enorme poder, tener claro el tipo de película que quiera o deba hacer en cada momento, elegir entre montañas de guiones y de proyectos, compaginar la libertad que desea como artista con los miedos como productor, estando siempre atento a la taquilla. Se mueve por todo tipo de géneros y se las ingenia para lograr imponer su marca en todos ellos. Está claro que es un superdotado y un hombre clave en la industria del cine, que siempre dispondrá de la expectación del público ante cada nueva historia que lleve su firma. Pero en esta prolífica carrera hay de todo, por muy admirable que te resulte su personalidad, eso no te garantiza el permanente cielo. Puede entusiasmarte, pero también dejarte frío. Incluso en la misma película hipnotizarte a ratos y quedarte perplejo con el desenlace más blando, fácil, a gusto del espectador demasiado convencional.
Me pareció excelente El puente de los espías, su forma de describir un mundo tan turbio como el del espionaje en la Guerra Fría, la creación de personajes memorables como el del espía ruso o el de ese hombre tan normal, resistente, digno y honesto al que le cae el marrón de ejercer de abogado del diablo, la atmósfera que envolvía todo, su manera de narrar.
Lógicamente, esperaba con ilusión su siguiente película. Se titula Mi amigo el gigante. Es la adaptación de una novela de Roald Dahl que Spielberg asegura haber amado siempre. Produce Disney, lo cual marca. El guion lo ha escrito Melissa Mathison, la autora del de la maravillosa E.T. Spielberg tiene en sus manos un material con el que está familiarizado. Lo protagoniza una niña huérfana, insomne y solitaria a la que rapta un gigante bueno y desamparado, un cazador de sueños que la lleva a su país para protegerla y hacerla feliz aunque allí también existan los gigantes malvados, a los que les gusta la carne cruda de los humanos. Pretende contarnos la entrañable amistad entre dos seres perdidos que se ofrecen mutua protección.
Estamos en el reino de la fantasía y de los sentimientos tiernos. La cámara de Spielberg se mueve con magisterio en decorados deslumbrantes, imagino que ese universo le conmueve. Sin embargo, no me consigue transmitir la mínima fascinación hacia lo que está contando, no logro entrar nunca en ese universo tan florido. Y es el mismo director que cuando hablaba de la relación entre niños y seres de otra galaxia, tenía capacidad para hacer llorar a las piedras. Pero aquí todo huele a fórmula, a un producto lujoso que ves con indiferencia y desde fuera. Me recuerda la gelidez que sentí ante otras películas de este director que se movían en un territorio similar, como las olvidables Hook y Las aventuras de Tintín. También estoy seguro de que antes de jubilarse, el proteico talento de este hombre volverá a parir una obra maestra.
La película alemana Toni Erdmann, de la directora Maren Ade, tiene virtudes notables, originalidad y gracia, pero también un defecto que podía haber evitado, y es que necesita tres horas para contar lo que le hubiera quedado perfectamente en dos, qué manía le ha dado a tantas películas de la sección Oficial con los metrajes de tres horas. En varios momentos es muy divertida. La historia de un hombre pintoresco y solo cuya única ilusión es que su hija, una directiva en negocios de petróleo que trabaja en Bucarest, no se convierta en el tipo de persona que él detesta, en un ser tan pragmático como infeliz. Los equívocos y las situaciones de comedia que se crean para que el padre lleve a su hija a descubrir lo mejor de ella misma son hilarantes. Pero también hay bajones importantes, escenas que se repiten, ausencia de un montador sensato que convenza a la directora de que acortando o suprimiendo le haría un favor a su película.
Las tres versiones que ofrecen al espectador sobre su tortuosa relación las dos mujeres y el hombre que protagonizan Mademoiselle, dirigida por el prestigioso coreano Park Chan-Wook, pueden crear cierta confusión, pero hay una historia lésbica rodada de forma muy seductora, con imágenes hermosas y excitantes, sin vocación de porno. Las trampas, engaños y complicidades de este trío en la Corea colonizada por los japoneses durante los años 30 no es demasiado apasionante, pero el sentido del erotismo que muestra Park Chan-Wook le redime en parte.
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