El actor que hizo del teatro su hogar
El académico José Luis Gómez ha logrado con La Abadía crear un espacio imprescindible de la escena española
Su pasión por la lengua y la palabra le ha llevado a deambular por el mundo como actor y director teatral. Al frente de La Abadía, de Madrid, desde 1994 ha protagonizado y dirigido grandes obras que han marcado el panorama escénico español. Es miembro de la Real Academia Española donde ocupa el sillón Z, pero eso no le impide transformarse con 76 años y meterse en la piel de Celestina para interpretar a la mayor de las alcahuetas literarias y teatrales.
Hace 40 años, cuando salió EL PAÍS a la calle, José Luis Gómez (Huelva, 1940) obtuvo el premio de interpretación masculina por su papel en la película Pascual Duarte, de Ricardo Franco, en el Festival Internacional de Cine de Cannes. Era la primera vez que un actor español recibía el mencionado galardón en el certamen cinematográfico más importante.
A Gómez le gusta hablar de la palabra, de la lengua, pero no solo de la escrita sino de la riqueza de la hablada que es, en definitiva, la que los actores transmiten al espectador. “El hablar de la gente es lo que los escritores recogen y vuelven a amalgamar, es un flujo. La palabra oral es emotiva y es como un soplo de espíritu, algo del que la escrita carece. En el teatro aprendes que los signos gráficos cuando se expresan se transforman en otra cosa”.
Es un hombre al que la actuación le envuelve y le convierte en ese personaje que tal vez hubiese querido ser, al menos por un instante de su vida. “A lo que alcanzo a entender, el teatro me ha dado la posibilidad de dar lo mejor de mí. Tal vez lo hubiese podido dar en otra profesión, pero no creo. Han sido una serie de circunstancias que se han ido cruzando en mi camino, mi origen social, mi personalidad, las que han posibilitado que el teatro saqué lo mejor”.
Volvió de Alemania y Francia, donde inició su carrera profesional, a una España yerma en artes escénicas. Y decidió crear un teatro, después de dirigir el Centro Dramático Nacional, que abriese una ventana distinta. “Monté La Abadía de manera más consciente que inconsciente. A los 55 años pensé que la vida me había compensado con muchas retribuciones, gozaba de un reconocimiento suficiente y me encontraba en la disyuntiva de ganar más dinero con mejores papeles o hacer algo diferente. Tuve la intuición y el convencimiento de que lo mejor era contribuir a mi país y a mi profesión con lo que yo tenía. Eso me llevaba a prescindir de muchas cosas, como ganar más dinero, pero la retribución personal en estos años está en La Abadía”.
En estas últimas cuatro décadas el teatro en España ha cambiado mucho, han emergido grandes actores con una preparación profesional y cultural mayor, la mujer se ha incorporado a la dramaturgia, cosa que hace unos años era impensable. “La realidad con la que me encontré estaba muy por debajo de la que había vivido en Francia y Alemania. En este país hay gente de talento y muy laboriosa que lucha y lucha por hacerlo mejor. Pero el panorama todavía hoy es yermo”.
Política y Cultura
Gómez cree que si hubiese habido interés político por la Cultura se podrían haber creado una decena más de Abadías en el resto de provincias. Considera que los diferentes gobiernos, socialistas y populares, han demostrado un absoluto desinterés por el territorio cultural. ¿Por qué confluyen ideologías diferentes en este desprecio común? “En este país la unión de religión y política nos ha demostrado que es nefasta. Lo hemos visto en nosotros y lo vemos en el mundo islámico, y es de una peligrosidad espantosa. Además le añadimos una dictadura que dio al traste con todo aquello que era creativo y, posteriormente, ningún gobierno, ni de derechas ni de izquierdas, se ha preocupado demasiado”.
El académico recuerda, entonces, el discurso ficticio de Max Aub de ingreso en la Academia que, según Gómez, “resulta conmovedor porque a su alrededor se encuentran Federico García Lorca, Sánchez Mazas, Jiménez Caballero, Pemán, Alberti. Aub muestra su asombro y piensa que la Guerra Civil no ocurrió. El discurso sobre el teatro te conmueve porque la conclusión es que no nos habíamos matado unos a otros. Y que las opiniones de todos eran respetadas. No ha habido tiempo suficiente para una reparación en toda regla y una apuesta en valor abrazadora de lo que es la cultura”.
Al visitar la redacción de EL PAÍS, Gómez recuerda que estaba ensayando cuando surgió este diario, un periódico que nace con la democracia y alienta y es portavoz de esta. Considera que este medio se encuentra en una zona templada del espíritu donde se reconoce. El titular que recuerda con ilusión y ejemplo de serenidad fue el publicado tras el golpe de Estado de 23-F: “EL PAÍS, con la Constitución”. Su presencia en las páginas del periódico ha sido constante desde 1976 por sus diversas actividades y la última vez ha sido por la preparación de su papel de Celestina donde su transformación es absoluta.
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