Muere el director Miguel Picazo, retratista del dolor de ‘La tía Tula’
Fallecido a los 89 años, en 1996 fue galardonado con el Goya de Honor y en 2014 recibió la Medalla de Oro de Andalucía
España estuvo de luto 40 años y él hizo la gran película sobre el luto. El luto físico, pero, sobre todo, el luto mental. El de un país oscurantista, provinciano, machista, retrógrado, autoritario, claustrofóbico, apagado en unas costumbres en las que el pensamiento colectivo, el del vecino, podía destrozar vidas; un país obsesionado por el qué dirán. Aquella película era la insigne La tía Tula, una de las mejores de las historia de nuestro cine, y su autor era Miguel Picazo (Cazorla, 1927), el hombre apasionado y culto, espontáneo y tranquilo, que ayer, sábado, murió a los 89 años en su tierra, Jaén.
Hay películas que trascienden el cine para alcanzar el retrato de una época, la condición de una mujer, el estado de una comunidad social. Y una de esas es La tía Tula, adaptación de la novela de Miguel de Unamuno, llena de dolor y de belleza, de emoción y de clarividencia, premio al mejor director en San Sebastián, otorgado por un jurado presidido por Nicholas Ray, con una gran virtud: el cambio de su ambientación desde los primeros años del siglo XX originales, hasta el presente de los años sesenta. Porque, en muchos aspectos, andábamos igual. Un trabajo, el primero de su filmografía, realizado a los 36 años, que ya nunca pudo igualar. Cineasta de poca obra, apenas cinco largometrajes, Picazo había estudiado en la Escuela Oficial de Cine, entonces llamada Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, donde, junto a compañeros como Carlos Saura, José Luis Borau, Mario Camus, Basilio Martín Patino o Angelino Fons, fue conformando en su asalto a la profesión lo que se más tarde se dio en llamar Nuevo Cine Español, acaso la mejor generación de cineastas españoles de siempre.
En sus siguientes películas, Oscuros sueños de agosto (1967) y Los claros motivos del deseo (1977), volvió a hablar de la represión sexual, aunque desde una perspectiva más explícita, lo que le llevó a diversos problemas con la censura. Solo dos películas más jalonan su obra en cine, una de encargo, El hombre que supo amar (1978), y la mucho más importante Extramuros (1985), basada en la novela de Jesús Fernández-Santos. Mientras, fue punteando su carrera como director con una labor como actor esporádico en películas de amigos y de gente que lo acababa convenciendo para su presencia. Una vertiente en la que legó el famoso papel de Tesis, de Alejandro Amenábar, en la que casi se interpretaba a sí mismo, pues también fue profesor de cine, como aquel anciano gordo de dificultosa respiración, que daba lecciones en la Facultad de Imagen de Madrid y que moría en una sala de cine viendo imágenes prohibidas.
"La verdad es que he hecho poco cine... Tendría que haber rodado más... Pero no me he vendido bien, no he conectado con los productores", confesó Picazo, Goya de Honor en 1996, en una entrevista a Diego Galán hace solo unos meses en este periódico. No hizo falta. El director jiennense deja una película imperecedera que seguirá conmoviendo a sucesivas generaciones, que verán en ella las vidas de sus padres, de sus abuelos. La vida de una España reprimida y represora, reflejada en una mujer, en una tía, Tula, que también pudo ser la nuestra.
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