Tres ‘cervantes’ sobre Cervantes
Jorge Edwards, Sánchez Ferlosio y Antonio Gamoneda homenajean en Alcalá al autor del ‘Quijote’
Aunque parezca mentira, el Paraninfo de la Universidad de Alcalá es casi un siglo más antiguo que el Quijote. Una inscripción en la puerta recuerda escuetamente que en 1518 lo construyó el arquitecto Pedro Gumiel. Por esa puerta volvieron a entrar ayer Jorge Edwards, Rafael Sánchez Ferlosio y Antonio Gamoneda, que retornaban al lugar en el que recibieron el Premio Cervantes para hablar, cómo no, de Cervantes. Lo hicieron en una tarde entrelluviosa y ante un público escaso que apenas alcanzaba a llenar un auditorio en el que el próximo sábado leerá su discurso el mexicano Fernando del Paso, último galardonado.
Sentados en mesa aparte, un poco como tres sabios y otro poco como tres estudiantes castigados a dar la lección, Edwards, Ferlosio y Gamoneda llenaron una sesión a la que faltó el cuarto convocado, José Jiménez Lozano. El escritor abulense, premiado en 2002, se recupera de una caída que dio al traste con su cadera y con sus intenciones. Abrió el fuego Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931), galardonado en 1999, que comenzó advirtiendo que es un “lector antiguo” de Cervantes pero no un cervantista. Lo descubrió, dijo, a través de los escritores del 98, fundamentalmente Azorín y Unamuno. Por eso quiso evocar la tesis del rector salmantino de que el Quijote es más importante que su autor antes de matizar: “Yo he descubierto también la importancia de Cervantes. Soy gran aficionado a sus Novelas ejemplares. Cada una de ellas es una película”.
El escritor chileno discrepó también de la lectura cervantina de Victo Hugo poco después de darle parcialmente la razón. Se la dio porque, apuntó, Cervantes es, como dice Hugo, un “escritor océano”, es decir, “sin límites, profundo, con monstruos”. Discrepó de él por compararlo con Rabelais y por decir que tanto el creador de don Quijote y Sancho como el de Gargantúa y Pantagruel son “dos Homeros bufones”. Edwards admitió lo que ambos tienen de carnavalesco y de inversión de las jerarquías pero trazó una frontera: “Rabelais es un escritor del vientre; Cervantes, de la cabeza y el corazón”. Por no abandonar los paralelismos, terminó con otra lectura ajena: la de Borges. No lo hizo esta vez recurriendo al socorrido Pierre Menard, que reescribe palabra por palabra lo escrito por el escritor alcalaíno, sino invitando a leer El Aleph como una parodia del episodio quijotesco de la Cueva de Montesinos. En ambos casos sus protagonistas llegan a un punto que resume la totalidad del mundo, aunque en el caso de Borges fuera después de beber un coñac argentino, “cosa que como chileno”, apostilló Edwards socarrón, “considero muy peligrosa”.
Por la relación entre el vientre y el Quijote empezó su lección Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927), que señaló el episodio de las bodas de Camacho como “el momento cumbre de la novela”. Luego sacó unas “paginitas” y las leyó con ayuda de una lupa. “Soy muy cegato”, se excusó. Si en su discurso de recepción del premio de 2004 Ferlosio señaló que “la naturaleza de don Quijote estaba en ser un personaje de carácter cuyo carácter consistía en querer ser un personaje de destino” –algo así como ser un prototipo que termina yendo por libre-, ayer glosó la idea de que “todo juicio estético guarda relación con una antigua ética” para apuntar que la de Alonso Quijano es “una aventura estética o literalmente artística”. También él sugirió una lectura paralela para el Quijote: el Cantar de Mío Cid. Partiendo de la épica y de su parodia, terminó señalando la nobleza con la que Cervantes soluciona esa tensión estética por la vía de un personaje que recurre al “encarecimiento de un ayer éticamente digno de añorar”.
También Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) también sumó ética y estética en un “parlamentillo” en el que abundó en algunos de los asuntos de su discurso del Cervantes de 2006. El autor leonés empezó recordando los 10 años transcurridos antes de subrayar que el escritor que da nombre al galardón se equivocó al lamentar que “el cielo” no hubiera hecho de él un poeta. ¿Por qué? Porque lo era, pero no por los versos que escribió sino por el ritmo poético de su prosa narrativa, algo que, dijo, estaba ya en La Celestina como estaría luego en Valle-Inclán, Kafka, Joyce o Faulkner. Tras glosar el compromiso de don Quijote con los menesterosos frente a los poderosos, Gamoneda cerró con unos versos del turco Nazim Hikmet dedicados al Caballero de la Triste Figura, aquellos que dicen que seguirá viviendo “como una llama” y que “Dulcinea será cada día más hermosa”. Aunque ninguno de los dos exista.
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