Escritores con demasiadas virtudes
Dicen que de todo empieza a hacer 20 años, pero es mentira: empieza a hacer 30. Por ejemplo, de la entrada de los poetas de los cincuenta en el Parnaso de los inmortales. El trabajo promocional que había empezado con la visita a la tumba de Machado en 1959 y con las antologías de Castellet culminó con el favor de los lectores y una serie de coloquios que en los años ochenta dieron a aquellos niños de la guerra justo tratamiento de clásico. Uno de ellos reunió en Oviedo durante tres días de mayo de 1987 a Carlos Barral, Francisco Brines, J. M. Caballero Bonald, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez y Carlos Sahagún. Tiempo después, aquellas conversaciones dieron cuerpo a un volumen mítico pero ya agotado: Encuentros con el 50. La voz poética de una generación.
La buena noticia es que el organizador de aquellas jornadas, Miguel Munárriz, lo rescata ahora en una edición no venal editada por El Corte Inglés. El crítico Santos Sanz Villanueva señaló la paradójica relación entre verso y comercio durante la presentación madrileña del libro, celebrada este lunes a unos metros de la sección de lámparas de los no menos míticos grandes almacenes. Todo era luz en la planta séptima, dentro y fuera del salón de actos. La chispa la puso Ángel L. Prieto de Paula, catedrático y sabio, al subrayar que los autores de aquella generación no se tomaban en serio a sí mismos pero se tomaban en serio la poesía. De ahí que nunca hablaran “con la tarima atornillada a los zapatos” ni posaran de elegidos para la gloria. “Esto es un poema./Mantén sucia la estrofa./Escupe dentro”, escribió Ángel González.
Aquella primavera del 87 Gloria Fuertes y José Ángel Valente no quisieron acudir a Oviedo. La primera por no salir de casa. El segundo porque abjuraba de las generaciones (hacía ya demasiado de su foto de grupo en Collioure). Otro ausente fue Jaime Gil de Biedma, de viaje en Manila. Para llenar su hueco, Encuentros con el 50 incluye una entrevista en la que el autor de Moralidades explica su decepción de la poesía. Cuando Carme Riera le pregunta si respecto a la vida tiene el mismo sentimiento, el poeta responde: “De la vida ya estaba decepcionado”. Aunque la historia ha rescatado a coetáneos suyos como María Victoria Atencia o Antonio Gamoneda, de los siete que posan en la cubierta del libro solo dos siguen vivos: Brines y Caballero Bonald. El resto murió demasiado pronto. Como decía el mismo Gil de Biedma de Gabriel Ferrater, con los mismos defectos pero con menos virtudes tal vez les habría ido mejor.
Babelia
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