Muere Malick Sidibé, orgullo de la fotografía africana
El maliense recibió el World Press Photo en 2010 y era considerado un reputado retratista
Ser de Mali y encima fotógrafo de estudio podría ser un pesado lastre para acabar convertido en un icono de la cultura. No fue el caso de Malick Sidibé (1936-2016), fallecido este jueves, a veces casi atropellado por el reconocimiento de la escena más cool de la fotografía mundial cuando ya su carrera contaba con varias décadas de ejercicio. Pero nunca se fue de su casa, de Bamako, de Mali... ni siquiera en estos últimos cinco años en los que la presión terrorista amenaza la intensa vida cultural del país y podría haberle llevado a subirse al recurrente carro de la fuga de influyentes. Eso no le impedía sentirse tremendamente orgulloso de los libros, premios -como el de PhotoEspaña en 2009-, exposiciones y homenajes a nivel internacional que le han brindado en los últimos años, como me contó en alguna ocasión su casa, un enorme pero humilde patio vecinal del barrio de Daudabougou.
Pero de ahí a que hubiera sido absorbido por la vorágine concursística o museística, había un trecho. Fue la mañana del 12 de febrero de 2010 cuando este periodista le llamó a su móvil para preguntarle si estaba contento por la concesión de uno de los premios World Press Photo, seguramente los más importantes del fotoperiodismo mundial y que se habían dado a conocer esa mañana. Sidibé no tenía ni idea de qué era eso. Ya en su casa insistí un rato después: habían premiado unas fotos suyas de moda publicadas en The New York Times Magazine, pero nada parecía alterar su devenir diario. Se retiró a rezar unos minutos y al regresar charló de otros asuntos. Para él aparentemente no significaba nada.
Sidibé no se hizo famoso retratando a personajes conocidos, sino que se hizo conocido y popular retratando a los malienses de a pie. Sobre todo en los años sesenta y setenta del pasado siglo. Se sentía cómodo profesionalmente con el pueblo. Las poses impostadas alejadas de la normalidad tenían su sello. Los colocaba delante la cámara de formato medio, casi siempre en el interior de su estudio, y ampliaba la copia en blanco y negro en el laboratorio. "El digital convierte a cualquiera en fotógrafo, cuando no cualquiera lo es", decía. "Menos mal que me hice fotógrafo en la época argéntica", añadía mientras recordaba su proceso de trabajo, siempre con la cámara de negativo en manual y revelando en el laboratorio.
La actual situación del país africano, azotado desde hace un lustro por una creciente presión de grupos terroristas y yihadistas, multiplica la pérdida de un referente como Malick Sidibé. No solo el turismo y las empresas extranjeras son objetivo directo de los radicales, que han llevado a cabo en los últimos meses ataques y tropelías de todo pelaje en todo el país, incluida la capital. También lo es la cultura, el deporte, la tradición y todo el entramado de comportamientos alejados de la delgada y arbitraria línea que marcan los más oscuros intérpretes de la religión musulmana.
Mali era toda una democracia con sus virtudes y defectos que quedó sepultada hace cinco años por el enésimo levantamiento de los independentistas tuareg en el norte, el golpe militar que derrocó al presidente Amadou Toumani Touré y la llegada a las tres provincias norteñas -Gao, Kidal y Tombuctú- de extremistas con la intención de imponer un califato y cuyo avance hacia Bamako solo impidieron las tropas internacionales encabezadas por Francia. Tombuctú, la mítica ciudad del desierto, archivo de grandes tesoros en forma de legajos y manuscritos, todavía se recupera de las salvajes razias en las que quemaron y asaltaron cuanto pudieron. No perdonaron ni los morabitos de los santones locales, que hoy trata de resucitar la Unesco. Y la población sufrió ejecuciones públicas, amputaciones y prohibiciones de todo tipo. Nada de fútbol, ni tabaco, ni cerveza, ni música, ni piel femenina al descubierto...
A mil kilómetros al sur, Bamako sigue siendo sede cada dos años de los más importantes encuentros fotográficos del continente. Una cita cultural que seguirá luchando frente a los extremistas y que, a buen seguro, rendirá sentido homenaje al fotógrafo del distrito capitalino de Bagadadji. Allí, en el número 632 de la calle 508, está ubicado el famoso Studio Malik. Una calle destartalada pero digna de quien fue siempre un retratista de barrio, un artista a pie de calle. Studio Malick, al que él en alguna ocasión se llegó a referir como museo, es un santuario de la fotografía que habría que preservar. Tal cual está. Sin ordenar, sin limpiar, sin quitar las telarañas a las cámaras que se amontonan en las estanterías, sin retirar el polvo a las carpetas en las que se archivan cientos de tiras de contacto... aunque el maestro ya no vaya a volver.
Babelia
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