El Golpe de Estado en Río Piedras
Anoche se vio en la escuela de Periodismo de la Universidad de Río Piedras el documental de EL PAIS sobre el 23-F
El Golpe de Estado del 23 F de 1981 en España “fue escrito como un drama y acabó en comedia”, dice Daniel Gavela, entonces jefe adjunto de Nacional de EL PAÍS al final del documental que sobre la reacción de este periódico al asalto de Tejero al Congreso ha dirigido Daniel Cebrián y que anoche se vio en la escuela de Periodismo de la Universidad de Río Piedras, San Juan de Puerto Rico. Fue el primero de los actos que estos días EL PAÍS organiza aquí para celebrar sus cuarenta años al tiempo que tiene lugar el séptimo Congreso de la Lengua Española.
Y la verdad es que los alumnos, y también los profesores, que acudieron a este estreno americano del filme que retrata aquel momento histórico en que un grupo de desalmados disfrazados de patriotas quisieron parar el reloj moderno de España, vieron así aquella patochada que había empezado como una tragedia y terminó en la comedia bufa de los asonados saltando de las ventanas para rendirse.
Después de la proyección preguntaron por algunas particularidades del momento, desde la disposición de las bobinas y los astralones del periódico hasta la media de edad de los que estábamos entonces en la Redacción; pero mientras duró la película (70 minutos de testimonios, en la Redacción, en el Congreso, en la calle) esos espectadores que asistieron asombrados a las bravatas de Tejero y los suyos, se asustaron o rieron a partes iguales. No saben mucho de Tierno Galván, seguramente, pero se partieron de risa con la anécdota que José Bono cuenta en el filme para explicar el carácter del viejo profesor: éste le preguntó, cuando ya se había acabado el drama que fue comedia, que cómo así se había casado sin haberle invitado a la boda…
Hubo muchos momentos así, que dibujaron en los espectadores la sonrisa que ahora se nos manifiesta a todos porque la tragedia acabó bien; a ellos (como a nosotros, entonces) les pareció ridículo (y por tanto les divirtió) lo que contó Landelino Lavilla sobre el último gesto de Tejero, que le saludó militarmente cuando ya Armada había desarmado el golpe que él mismo creó; y cuando vieron que esos militares del líder de la asonada saltaron, para rendirse, de las solemnes ventanas del Congreso no pudieron aguantar la risa.
A todos les hizo gracia que Bonifacio de la Cuadra asumiera su cobardía, y entendieron que se exaltara al llegar a la Redacción contando dónde tenía las agallas en medio de la refriega, mientras estuvo en el Congreso; algo tan dramático como lo que Carrillo le dijo a Bono (“El jefe de los comunistas no puede morir en el suelo”, porque el líder del PCE se mantuvo sentado, como Suárez; Gutiérrez Mellado estuvo de pie) también desató las nerviosas carcajadas de los jóvenes estudiantes. Entendieron perfectamente que Sol Álvarez Coto, entonces jefa de Nacional, dijera en el documental lo que explicó aquella noche, cuando el director Juan Luis Cebrián anunció que aquello era un golpe de Estado y que él iba a sacar el periódico aunque fuera lo último que hiciera en la vida: “Muy bien”, dijo Sol, “ayudo a sacar el periódico y me largo de este país”.
Hubo estupor en la sala cuando se contaron otras cosas: como cuando un guardia civil declaró que en la misma noche del golpe le explicó a compañeros suyos que ahora ellos eran los terroristas o cuando el fotógrafo de Efe Manuel Barriopedro explicó detalladamente el riesgo que corrió sacando (y ocultando luego el rollo en un zapato desvarado) las únicas fotografías que quedaron del golpe… Como eran periodistas o estudiantes de periodismo los espectadores de Río Piedras, todos entendieron en seguida el sentimiento de envidia que expresó Marisa Flórez por lo que consiguió su compañero: a ella y a otros colegas la guardia civil los desposeyó del material que habían obtenido.
Lo que luego comentaron mucho fue la rapiña golpista de la que hablaron Landelino Lavilla y Miguel Ángel Aguilar: los guardias desvalijaron la caja y se llevaron cajas de ginebra y whisky, así como algunos alimentos. Una profesora exclamó, cuando ya se hizo la luz, después de la proyección: “¡Pero si se llevaron hasta los chorizos”. Les pareció emocionante ver a la gente del departamento Comercial repartiendo el periódico por las esquinas del Congreso, hasta que aquella histórica edición entró en el hemiciclo, y al final preguntaron si habíamos tenido miedo. “Pues sí, como Bonifacio de la Cuadra, pero como él todos sentimos que había un objetivo que cumplir, sacar el periódico a la calle”. Para que el paso de España hacia la modernidad no lo interrumpieran unos cuantos desalmados. “¿Y por qué algo así no se hizo nunca en América Latina, donde ha habido tantos golpes?”, preguntó un alumno que edita un periódico universitario. Quién lo sabe, fue la respuesta que obtuvo, porque en efecto de estos dramas cada uno sabe lo que vivió.
Al final hubo muchos aplausos, como de alivio, pues aquel drama acabó bien. En farsa, de modo que eran muy lícitas las risas. Los profesores Alfredo Rivas y Jorge Santiago Pintor, director de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Río Piedras, presentaron El País con la Constitución. Ellos consideraron que era cinema verité lo que logró Daniel Cebrián con tantos documentos y también que era “una mirada contestaria” en un momento grave de la historia de España. Luego empezó la película, que se inicia con un transistor en la Redacción. Por ahí llegó la noticia, que luego produjo estupor, luego miedo, luego sosiego porque había que sacar un periódico y que ahora, como en la sala de proyecciones de la Escuela de Comunicación de Río Piedras, causa risas nerviosas porque la tragedia no consiguió el perverso objetivo para el que había sido escrita.
Babelia
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