Un infinito amor por el libro
Al enterarnos del tristísimo fallecimiento de nuestro entrañable amigo y egregio dottore Umberto Eco, el primer recuerdo que nos viene a la mente es el de nuestro último encuentro hace unos meses en el Salón del Libro Antiguo de París —de cuyo Comité de Honor era miembro—. Allí se le notaba en su salsa, como pez el agua, se le veía realmente feliz, estaba en su medio, entre miles de libros antiguos. Nos sorprendió una vez más con su campechanía, su bonhomía y su tono directo y amable, pues era el hombre en el que la incomodidad cotidiana de la fama no se reñía con la sencillez, la atención a todo el mundo, la afabilidad incansable.
Otro de los momentos inolvidables fue el de su presencia en Burgos hace un par de años para recibir el honoris causa de la universidad, viaje que aprovechó para acercarse al Monasterio de Silos, en donde pudo hojear alguno de los libros de los que hablaba en sus memorables pasajes de El nombre de la rosa. Allí, en la biblioteca del Monasterio, que tanto para él como nosotros no dejaba de evocar al intrigante Jorge de Burgos —figura que nos confesó representaba su amistad con Jorge Luis Borges—, le entregamos el facsímil del Beato de Ginebra, para cuyo volumen de estudios nos había escrito un breve y enjundioso texto, verdadero chispazo literario del libro.
Y aprovechamos igualmente para informarle del reciente hallazgo de un folio de un Beato de Liébana en el archivo de Milán -—a ciudad de sus últimos años— escrito en caligrafía beneventana. Información que le agradó enormemente.
En todo momento su constante humor trufado de erudición revelaba un infinito amor por el libro, que para él encerraba toda la sabiduría humana.
El pasado diciembre le escribíamos con enorme ilusión dándole cuenta de nuestra próxima edición del facsímil del Manuscrito Voynich, el códice más enigmático de la historia, significándole que contábamos con sus magistrales notas para el libro de comentarios. Estamos seguros de que antes de emprender la eterna senda le habrá dado muchas vueltas a tan intrigante y semiótico tema.
La pérdida de la irreemplazable figura de nuestro querido amigo Umberto, nos lleva a concluir que hoy el mundo se habrá dado dolorosa cuenta de lo que en él tenía, y de lo que con él se nos escapa.
Vaya con Dios este hombre bueno y sabio, sin duda uno de los pocos que en el mundo han sido.
Pablo Molinero y Juan José García son directores de la Editorial Siloé y amigos personales de Umberto Eco.
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