A favor y en contra de ‘Un día perfecto’
Que te salga un 'jo, ¡qué noche!' en la guerra de los Balcanes tiene su mérito
Enfoque refrescante
Hay que reconocer que montarse un Jo, ¡qué noche! en la guerra de los Balcanes y que te salga tiene su mérito. A Fernando León se le ocurrió tal temeridad y, efectivamente, le ha ido bien. Un día perfecto es el reverso de aquel clásico de Scorsese en el que Griffin Dune veía transformado un día gris de oficina en un demencial vórtice de excesos que casi la devora. Aquí es más o menos lo mismo pero con ONGS.
Los protas son un grupo de cooperantes que quieren sacar el cadáver a medio pudrir de un infeliz más bien obeso que está infectando un pozo. Pero en la guerra, un acto tan necesariamente obvio se puede complicar. Mucho.
Lo refrescante del enfoque de León es su apuesta sin sonrojos por la comedia. A veces incluso por la bufonada que roza el mal gusto sin llegar a caer nunca en él. Como en las escenas de las vacas que cortan la carretera, un temor constante para el equipo que encabeza Benicio del Toro porque a veces la pobre res oculta en sus entrañas explosivos. Hay también sus pinceladas de drama, que el escenario obliga, pero sin pasarse de agonías. Una comedia sin pretensiones de grandeza que logra algo nada fácil: que nos riamos del horror sin dejar de temerlo.
Corrección sin ambición
Me molesta profundamente la falta de ambición, de vuelo artístico, que detecto en la presente generación de cineastas españoles. Me da igual que hablemos de un Amenábar, de un Balagueró, un Plaza, un Cabezas, un Bayona o un Aranoa. Ninguno de ellos es capaz de proponer algo en sus imágenes que no pueda ofrecernos cualquier otro realizador con oficio de nacionalidad indiferente. ¿Dónde están nuestros Villaronga, Erice, Buñuel o Saura? ¿Dónde el talento de los cineastas patrios para extraer del audiovisual momentos de grandeza?
Vaya por delante que Un día perfecto se ve sin molestar, correctamente interpretada y aceptablemente escrita, por más que acumule los tópicos esperables al escenario. Si uno tiene un presupuesto aceptable y una troupe encabezada por Tim Robbins y Benicio del Toro, la cosa se va a sostener sí o sí. Pero la falta de ambición estética me molesta sumamente en un tipo que consiguió, sobre todo en Los lunes al sol, sus momentos de intensidad puramente cinematográfica, propiedad exclusiva de la imagen y el sonido.
Pero no, no hallaremos en Un día perfecto el más tímido ejemplo de atrevimiento plástico. Es una película tan eficaz como plana, con un horrible uso de la banda sonora que pega grandes canciones a las secuencias vayan bien o no, porque Marilyn Manson y Velvet Underground molan siempre, ¿verdad? En fin, que me quedo con Magical girl y con la esperanza prudente de que el amigo Vermut no se conforme como el resto de la panda en ser uno más del rebaño. Balar puede balar cualquiera. A veces se agradece el que arriesga un rebuzno.
Babelia
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