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A favor y en contra de ‘A cambio de nada’

Pocas veces unas cuantas collejas resultaron tan elocuentes en una pantalla

Jesús Ruiz Mantilla
Fotograma de 'A cambio de nada'.
Fotograma de 'A cambio de nada'.

Collejas elocuentes

Pocas veces unas cuantas collejas resultaron tan elocuentes en una pantalla. La película de Daniel Guzmán nos descubre el magma social de la derrota por medio del coscorrón, la picaresca del birlibirloque para ponerse como un pincel en El Corte Inglés y el arte de agenciarse copas pagadas por pijos en Pachá. A cambio de nada lleva en su paleta la enjuta estrechez en claroscuro de los pisos de protección oficial, la frialdad de los pasillos en los institutos públicos y la complicidad espía entre los vecinos a través de las ventanas de metacrilato.

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Es una historia adecentada por timadores que consideran a Julio Iglesias un poeta y se ahogan en sueños de ínfimas grandezas disimulando su patetismo con labia gruesa. Nos presenta padres que cargan containers de fracaso, hijos con ansias de fugitivo que se aplacan en los túneles más oscuros del metro. Muchachos que amainan su huida proporcionando aspirinas contra la soledad de rocosas ancianas. Frágiles mujeres de hierro que entroncan con el universo del Plácido Azcona/Berlanga a bordo de su motocarro, dentro de un Madrid tomado ahora por los tubos de escape de los todoterrenos.

Realismo social galdosiano en su discurso sin fin y su continuidad dentro del siglo XXI, donde la nobleza de directores como Fernando León en sus barrios o Guzmán en sus extrarradios nos lo hacen eternamente necesario y patente. Una manera de narrar por medio de los rostros de actores soberbios y un guión que rezuma verdad y falta de impostura, oído alerta a la calle y elocuencia en los silencios.

Poco que decir

Cuesta Dios y ayuda encontrar deslices, más que defectos, en A cambio de nada. Más allá de alguna escena donde no se contiene la dirección de actores o ésta cae quizás más del lado de una comedia de barrio televisiva –caso de la conversación entre Darío, el protagonista y Caralimpia, sólo ahí, porque tanto en la cárcel como en el colegio, están de 10-, otro planteamiento discutible podría achacarse a su huída del desenlace trágico. Pero tampoco. Tiene Guzmán todo el derecho a darles su oportunidad y que los perros celebren un homenaje en ese elegante fin de fiesta rodeado de grafitis. Nos quedamos con la duda también de si la fianza que los chavales llevan al abogado, finalmente sirve para algo. Un tipo así, todo un arquetipo digno de operar para la trama Gürtel, parece que se lo va a llevar crudo en vez de cumplir. Puede que la escena del mendigo en el semáforo resulte un poco forzada. Pero así es la vida también a veces.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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