A favor y en contra de ‘Truman’
El tándem Ricardo Darín y Javier Cámara se marca un magistral baile de interpretaciones
La dignidad de un adiós
El ser humano es imprevisible cuando se le acaba la esperanza, y a Julián (Ricardo Darín) solo le queda apagarse lentamente. Antes de que el cáncer lo consuma definitivamente, elige partir con dignidad. Cesc Gay narra una tragicomedia sin drama y una comedia sin grandes carcajadas. Truman es honesta, tierna y agridulce. Cuenta con elegancia una historia dada al dramón y huye de la lágrima fácil. Al más puro estilo de su director, Gay construye emoción sin artificios y verdad sin aspavientos, perfeccionando la lista de títulos imprescindibles de su filmografía como En la ciudad o Ficción.
Mención aparte (y un Goya), merecen los dos protagonistas y el magistral baile de interpretaciones que se marcan durante toda la cinta. Darín y Cámara se reencuentran tras Una pistola en cada mano, otro de los filmes memorables firmados por el cineasta barcelonés. Son Julián y Tomás, Tomás y Julián. Dos amigos que saben que solo les quedan cuatro días para disfrutar juntos y para darse un adiós definitivo.
El personaje de Ricardo Darín se despide del mundo con una abrumadora entereza, manteniéndose fiel a sí mismo, mordaz y discreto. Con una conmovedora fortaleza que solo flaquea cuando tiene que dejar marchar a su más fiel compañero, el tercer vértice del relato, un bullmastiff de nombre Truman. Javier Cámara completa la otra variable de la perfecta ecuación. Su Tomás, sostén incondicional del amigo moribundo, encandila con la misma efectividad que su compañero de reparto. Ambos conforman un maravilloso tándem construido por sus intérpretes de una forma tan grande como la propia pantalla del cine. Fabrican con indiscutible credibilidad las dos partes de un todo; el actor vividor, crápula y solitario, y el padre de familia leal y responsable.
Una honestidad interpretativa que ya fue premiada en San Sebastián con una Concha de Plata compartida, y por un Feroz para Darín. Los cabezones, en cambio, se les resisten. Hasta 2014 la Academia no resarció a Cámara por cinco nominaciones fallidas. Al intérprete argentino los premios más importantes del cine español aún no le han reconocido su estatus de monstruo de la actuación. En la gala del 6 de febrero la cuarta podría ser la vencida para Darín. Y la asombrosa química de Truman es la oportunidad perfecta para hacer justicia poética.
Cuatro días sin misterio
En una cosecha cinematográfica patria en la que sobresalen títulos con un rítmico y apasionante vaivén de tensión, Truman elige un camino tranquilo, casi lento. La razón de ser del filme de Cesc Gay son los cuatro días que organizan los dos amigos para despedirse definitivamente, además de la búsqueda de una nueva familia para el perro del finado ante su inminente orfandad. Sin embargo, parece que se alargan como si tuvieran un mes por delante.
En el largometraje no hay lugar para el misterio ni para la acción. El trágico destino de Julián (Ricardo Darín) se desvela desde el principio, y la incertidumbre y la sorpresa se ausentan durante toda la película. Algunas escenas rozan la frivolidad y templan la comedia con un humor muy quiero y no puedo, y para muestra, el momento más obvio de toda la cinta: en el recorrido por dejar todo atado antes de su muerte, Julián y Tomás derivan en una funeraria para elegir la urna donde reposarán sus cenizas desembocando en una escena de sainete.
Ambos personajes fuerzan una normalidad inexistente, pretenden mantenerse inalterables ante el adiós definitivo que saben que tendrán que afrontar. Se hace necesario un afecto más intenso, más real. Sin caer en el dramatismo, falta una conversación sin tabúes, sin máscaras y sin contención entre los protagonistas, algún momento de debilidad que resquebraje la coraza de supervivencia que construyen alrededor de sus emociones.
De esa aparente frialdad deriva, de hecho, la escena más prescindible del filme: un encuentro sexual fuera de contexto entre Tomás (Javier Cámara) y Paula (Dolores Fonzi), la prima de su amigo Julián, que se traduce como una cobarde canalización de los sentimientos que no ha sido capaz de afrontar ante la persona correcta. Un desliz en la historia que no logra su objetivo y que desfigura un personaje bien construido. Truman es, en general, un trabajo sencillo y sincero. Lástima que la verdad que desprende se enturbie con tan pequeños y prescindibles detalles.
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