San Sebastián, puente para la convivencia
La ciudad donostiarra se estrena como capital cultural europea para 2016 con una gigantesca tamborrada y una ceremonia inaugural mezcla de atavismo y modernidad
El primer impacto visual en el estreno de San Sebastián como capital cultural europea 2016 —junto con la polaca Wroclaw— era el de una ciudad colapsada por sus cuatro costados. No atiende precisamente la idiosincrasia donostiarra a las grandes exhibiciones ni a las grandes palabras. Le ha costado a la ciudadanía hasta el último momento superar el escepticismo y dar su sí, quiero al concepto de capitalidad (“Oye, en realidad ¿de qué va esto de la capital cultural?”, se escuchaba hasta hace nada en las tabernas, en las tiendas y en las calles).
El espectáculo de lo conceptual
La ceremonia inaugural de la capitalidad cultural europea San Sebastián 2016 podía haber tenido como escenario la bahía de La Concha, eterno e inalterable símbolo de la ciudad. El director general del proyecto de capitalidad, Pablo Berástegui, prefería ese escenario, pero el director del espectáculo, Hänsel Cereza, escogió el puente de María Cristina. Mejor. De otro modo, la repetitiva, pesada (aunque duró media hora), pobre y en algunos momentos inexplicable ceremonia inaugural habría encontrado un eco mayor y, por lo tanto, peor.
Puente para la convivencia era el título de la ceremonia. Tolerancia, acercamiento y diálogo fue la triada conceptual sobre la que el exalcalde socialista de la ciudad Odón Elorza construyó su plan. El posterior abandono de las armas por parte de ETA y con ello el advenimiento real de una nueva San Sebastián que dejó de enterrar muertos y empezó a gestionar la avalancha de turistas terminó por dar la razón a una UE que encontró en Donostia un escaparate como modelo de convivencia, más que una mera vitrina cultural. Solo la pereza y la torpeza de los regidores abertzales de Bildu, con Juan Karlos Izagirre al frente, estuvo a punto de dar al traste con todas las buenas intenciones.
Quedó claro hace tiempo que lo esencial del proyecto San Sebastián 2016 era el concepto, la idea, el debate y la puesta en limpio del intercambio de pareceres, y que en ese sentido el concepto capital cultural se ampliaba a lo social, lo político, lo económico. Vasta y honrosa misión con la que Pablo Berástegui y su equipo quieren pilotar la capitalidad europea donostiarra. Pero todo eso merecía una mejor cinta inaugural. Cortar troncos, levantar piedras y tirar de la soga está muy bien. Las nuevas o novísimas tecnologías, también. Mezclar lo atávico con lo posmoderno ya es otro cantar. Funciona o no funciona. Y esto no funcionó.
Pero la concentración, al mediodía en la playa de La Concha, de 105 compañías de tamborrada formadas por más de 6.500 personas vestidos con trajes de la época napoleónica (el origen de la fiesta es la presencia de franceses e ingleses en la ciudad durante las Guerras Napoleónicas) hizo saltar la espita del fervor callejero. A un donostiarra de pro le pones delante un tambor o un barril y entra en trance. “¡Lo que nos hemos tenido que inventar para prolongar la juerga de San Sebastián!”, gritaba por los altavoces el animador de la fiesta. Y no le faltaba razón al bueno del speaker. La concentración en La Concha, a los sones de la Marcha de San Sebastián (cuya letra escribió Serafín Baroja, el padre de Pío Baroja), Tatiago, Caballería de viejas y otras músicas populares del maestro Sarriegui, supuso de facto la continuación de la gran fiesta de la ciudad, el pasado miércoles 20 de enero.
Este fue tan solo el aperitivo de la gran ceremonia inaugural que iba a llegar por la noche en el río Urumea, el espectáculo Puente de la convivencia, bajo la dirección del exmiembro de la Fura dels Baus Hänsel Cereza. Con miles de visitantes sumados a los miles de donostiarras y guipuzcoanos que se habían acercado al río para vivir el arranque de la capitalidad, arrancó un año se supone que decisivo para la imagen de San Sebastián.
Cerca de 40.000 personas asistieron agolpadas en las dos márgenes del Urumea a la espectacular ceremonia, que contaba con un presupuesto de 660.000 euros y que a lo largo de una hora consistió, básicamente, en la desaparición del puente de María Cristina y su posterior reaparición mediante un sofisticado juego de luces y sonidos, al son de la canción Baga Biga Higa del desaparecido músico local Mikel Laboa. “Nunca se había hecho un espectáculo así y nunca se volverá a hacer, será único”, aseguró Hänsel Cereza, que ya participó con la Fura (la dejaría en 2000) en los actos de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 y que en solitario ha venido colaborando con el Circo del Sol.
La herencia de Elorza
El pistoletazo oficial de salida de la capitalidad cultural se había producido justo antes con un acto institucional en el teatro Victoria Eugenia, en presencia de autoridades como el alcalde San Sebastián, el peneuvista Eneko Goia, el lehendakari Iñigo Urkullu, el ministro de Cultura Iñigo Méndez de Vigo y el director general del proyecto de capitalidad, Pablo Berástegui, quienes recogieron de manos de la directora general de Cultura de la Unión Europea, Martine Reicherts, la placa que acreditaba oficialmente a Donostia-San Sebastián como la nueva capital cultural de Europa. Sin embargo, y al margen de las tamborradas, las ceremonias de luz y sonido y los discursos y parabienes, la ciudad lleva ya cuatro días inmersa en una actividad frenética de exposiciones, conciertos, estrenos teatrales, debates de ideas, instalaciones e inauguraciones de toda índole.
Desde su designación en 2011 como capital cultural europea tras derrotar a otras candidatas gracias al proyecto personal del exalcalde socialista Odón Elorza basado en los conceptos de tolerancia, convivencia e intercambio, San Sebastián ha sido el epicentro de todo un rosario de dimisiones, nombramientos a dedo o no, cambios y más cambios sobre la marcha, avisos de la Comisión Europea, recortes en el presupuesto y desavenencias políticas entre los partidos integrantes de la Fundación 2016 (PP-PSOE-PNV-Bildu). Además, la ciudadanía —y sobre todo los visitantes— viven con resignación la impotencia que supone tener cerrado su más prestigioso y más célebre equipamiento cultural, el museo Chillida-Leku por desacuerdo hoy por hoy irresoluble entre la familia del artista y las instituciones.
Ha llegado el momento de la verdad. El arte, la música, el teatro, la literatura, las ideas, la biodiversidad, el deporte, el folclore popular, el debate político y la participación ciudadana —base del proyecto Cultura para la convivencia— inundarán durante todo un año una ciudad ya acostumbrada desde hace mucho a una intensiva convivencia ciudadana con la cultura.
Quedan atrás los vaivenes, los sinsabores y el escepticismo y la desafección ciudadana. Se abre un año que desembocará en enero de 2017 en la pregunta del millón: ¿se hizo bien?
Babelia
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