El último emperador de Roma y sus gallinas
El teatro Tantarantana de Barcelona ofrece 'Ròmul, el Gran', de Dürrenmatt, destacando la farsa [
En su nombre se juntaron el del legendario fundador de Roma y el de su imperio, pero Rómulo Augusto ha pasado a la posteridad como el pobre diablo sobre el que cayó el pesado telón de la historia.
En el año 476 el (no tan) bárbaro Odoacro depuso al soberano, apenas un chaval, que se convirtió así en el último emperador romano de Occidente. Hijo de un hombre notable, Orestes, hábil militar que había sido secretario de Atila y luego la última esperanza blanca romana y que por razones desconocidas prefirió ceder la púrpura a su retoño antes que vestirla él, Rómulo Augusto desaparece tras perdonarle la vida Odoacro y confinarlo en el viejo palacio de Lúculo en Misenio, en la Campania. Su nombre fue pervertido para ridiculizarlo como Momyllus (“pequeña desgracia”) Augustulus (diminutivo vejador). Cuenta Gibbon en Decadencia y caída del imperio romano que el joven "recomendado únicamente por su belleza", sería "el menos merecedor del conocimiento de la posteridad si su reinado, que fue señalado con la extinción del Imperio Romano en Occidente, no hubiera finalizado en una era memorable de la historia de la humanidad".
El dramaturgo Friedrich Dürrenmatt rescató en 1949 a Rómulo Augústulo de las magníficas garras de Gibbon como protagonista de su obra Rómulo, el Grande, que ahora (desde hoy hasta el 17) vuelve a subir al escenario en un montaje en catalán en el Teatre Tantarantana de Barcelona a cargo de la compañía Els McGregor.
En la pieza, una de las más conocidas del autor de La visita de la vieja dama y Frank V, Dürrenmatt convierte a Rómulo en alguien muy diferente de aquel jovencito juguete de la historia (el autor calificó su Romulus der Grose de “Ungeschichtliche historische Komödie", comedia histórica ahistórica). En la obra teatral, el último emperador vive tan ricamente entregado a la cría de gallinas mientras el mundo se desmorona a su alrededor y decide… no hacer nada, actitud que responde a una agenda oculta.
“Dürrenmatt fantaseó con el personaje, que en realidad desapareció de joven y poco tiene que ver con el protagonista de la obra”, explica la directora de Ròmul, el Gran, la actriz Marta Domingo.
Los pollos del cónsul y las ocas capitolinas
Aunque lo de las gallinas de Rómulo Augústulo sea un invento, las aves de corral son importantes en la historia de Roma, recuérdese a las guardianas ocas del Capitolio, que alertaron de la incursión de los galos, y a los reticentes pollos adivinatorios del cónsul Publio Claudio Pulcro. Dichos pollos fueron lanzados por el cónsul al mar en la Primera Guerra Púnica irritado porque los bichos no picoteaban su grano, lo que era un mal augurio. Los tiró por la borda diciendo: "Si no quieren comer pues que beban" (ut biberent, quando esse nollent).La flota romana perdió la batalla, así que los pollos tenían razón.
“La obra es una comedia con tintes de tragedia. Nosotros hemos escogido para representarla el registro más farsesco, explicándola desde su parte más cómica y loca, casi como si fuera un vodevil”. Por debajo, dice, aletea la parte más intelectual y el lado sentimental, como los amores de Rea, la hija del emperador.
La directora recalca la vigencia y la actualidad de una obra que se sitúa en la encrucijada del final de un mundo ya inerte —"la caída de un sistema”—-y el inicio de otro, y señala paralelismos con los movimientos internos en la CUP, nada menos, y las estrategias de otros partidos a nivel estatal, todos en el filo de “un cambio de época y una crisis política total”.
La obra tiene asimismo “una dimensión obviamente antimilitarista muy vigente en momentos de tanta agitación política y social”. El Rómulo de Dürrenmatt, que no es un loco sino un visionario, opta por no tomar ninguna medida contra los bárbaros con la secreta intención de que su actitud propicie de una vez la caída de Roma, a la que juzga indigna y sanguinaria, y que todo se derrumbe, aunque le cueste su propia vida. Luego resultará que el germano Odoacro también tiene una inesperada agenda oculta...
En realidad, le comento a la directora, el emperador que, según la tradición (y así lo pintó Waterhouse), se dedicaba a sus aves —pichones según algunas fuentes— despreocupándose del gobierno era el infausto Honorio. “¿Ah si?, pues a este le da por las gallinas, me gusta mucho lo de las gallinas porque me recuerda aquel montaje de Jordi Dandin en el Teatre Lliure en 1980. Nosotros aquí no tenemos gallinas de verdad pero sí un gran efecto sonoro”.
¿Qué tal es llevar una de romanos al teatro? “Bueno, estamos en Roma pero la historia es transportable a cualquier centro de poder. Aquí hay una cierta iconografía, todos van con las piernas al aire, excepto Odoacro y el empresario de pantalones germano César Rupf, que representa el poder de los lobbys y el capital”. —ofrece a Rómulo sobornar a los bárbaros para que se marchen— y que pretende a la princesa Rea".
El espectáculo cuenta con la friolera de 10 actores, entre ellos el veterano Oriol Guinart que interpretan a 15 personajes.
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