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El hombre que fue jueves
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una voz hidalga

Marcos Ordóñez

Desde hace unos años, Al Víctor recita. Sigue siendo el gran actor de siempre, embebido ahora en un hermoso trabajo de amor al servicio de la poesía. Le gusta decir “No hago nada, y por las tardes paso la nada a limpio”, pero es mentira. Tarda muchos meses, me cuenta su viejo cofrade Ferran Rañé, en “hacerse” con un poema, en rastrearlo, rondarlo, cernirlo verso a verso y metérselo entre tripa y corazón, y así hasta que arma un nuevo espectáculo como este Espacito y buena letra que presenta ahora, cada fin de semana, en la barcelonesa Librería de la Luna, en el Raval.

En La Luna, que se llama como el derruido café de cómicos de la plaza de Cataluña, hay un altillo al que se accede por una escala de madera, corta y empinada. Bajo el techo encalado y las vigas pintadas de negro, el pasado sábado no costaba imaginar que el hidalgo de barba patriarcal nos había invitado a compartir el pan y el vino con sus amigos y a pasear luego por la heredad: Antonio Machado y León Felipe, Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska, Juan José Millás y Manuel Vicent, Amado Nervo y Jaime Sabines, Benitez Carrasco y Adolfo Castaño, Kafka y Ana Rossetti.

Una voz de radio nocturna, con lluvia afuera. Una voz íntima, que te hace sentir los poemas como si estuvieran brotando en ese instante, o como si fueran testamento imperioso, urgentísima botella al mar.

Al Víctor recita Poema de un día, aquella maravilla que también fascinó a Fernán-Gómez, y ves a Machado escuchando el tictac del reloj de su cuarto, “desierta cama / y turbio espejo / y corazón vacío”, recién llegado a Baeza tras la muerte de Leonor, luchando por recomponerse, y piensas luego que si León Felipe hubiera nacido en Brooklyn, su ¡Quiero un signo! sería hoy tan popular como el Aullido de Ginsberg.

Si yo tuviera mano en el Ministerio de Educación haría que contratasen inmediatamente a Al Víctor para que recitara por las escuelas, porque no es lo mismo, sobre todo a edad temprana, leer poesía que escucharla en la voz de un formidable intérprete (“rapsoda” tiene demasiadas gangas y afectaciones de otro tiempo), y porque la poesía entra por la sangre, y tal como él recita va directa a la vena. De momento pasea Espacito y buena letra por librerías y cafés literarios. A la salida le digo: “Deberías conocer la poesía de Charles Simic: está hecha para ti”. Sonríe. Y rompe a recitar en la calle vacía y de repente iluminada: “¡Salchicheros de la historia / de la hecha con sangre! / Venís todos de un villorrio / donde el perro que ladra a la luna / es el único poeta…”

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