Cara de dilema
La mostraron abiertamente Pedro Sánchez y Albert Rivera, en contraposición a la euforia contenida de Pablo Iglesias y la de tensa nochebuena familiar que podía adivinarse en Mariano Rajoy
Las caras de la noche electoral, hasta el domingo, solían ofrecernos un abanico que oscilaba entre la satisfacción por la victoria y la decepción del fiasco. Pero acaba de implantarse otro gesto que ha irrumpido con extremada violencia en esta recién inaugurada nueva legislatura: la cara de dilema. La mostraron abiertamente Pedro Sánchez y Albert Rivera, en contraposición a la euforia contenida de Pablo Iglesias y la de tensa Nochebuena familiar que podía adivinarse en Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre.
Frente a este marrón gestual de los todavía candidatos —nadie ganó— destacaban en contraste las de los presentadores televisivos. A Antonio García Ferreras, entre ese escaso marco para la transmisión de emociones que le dejaba la leve ventana atosigada de datos en La Sexta, se le notaba un gesto de ansiedad informativa y satisfacción por tener asegurados grandes ratings de audiencia esta temporada gracias a los inciertos resultados.
Entramos en la segunda fase del dilema. La de los equilibrios, la cintura; la que denotará altura de miras o conformismo en la carroña. Y para eso, comprendiendo como nadie la actitud de buitre periodístico al acecho, frente a la un tanto primitiva pericia del jefe de La Sexta o el medido desenfado hipster de Sergio Martín en TVE, resulta preferible la serenidad que desplegó María Casado o la rigurosa audacia global de EL PAÍS TV conducida con buena maña por Carlos de Vega.
Y no digamos el nervio y el saber periodístico que, con la destreza que impone la voz sobre ese desnudo integral que es un micrófono, demostró Pepa Bueno en la SER. Su apertura a las siete de la tarde reuniendo con toda la solemnidad, pero también naturalidad, de un tiempo nuevo a cuatro candidatos fue toda una declaración de intenciones. Rivera, Sánchez, Iglesias y Garzón, con fair play, se desearon suerte antes de encarar sus propios dilemas. Faltaba Rajoy. ¿A quién le importa?
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