Vuelve el sueño de Quijote
La CND reinterpreta el personaje de Cervantes en el escenario del teatro de la Zarzuela
Había una justificada expectación y eso se pudo palpar en la exaltada salva de bravos y aplausos que coronaron la función de estreno de este Don Quijote, que significaba el regreso de la Compañía Nacional de Danza [CND] al redil del ballet académico en su gran formato de obra completa, lo que no se producía desde que en 1989 se estrenaba en este mismo escenario La fille mal gardée con coreografía de Maya Plisetskaia.
Es el de hoy con Don Quijote un empeño difícil, de gran complejidad en lo técnico y en lo artístico. Como premisa de cualquier valoración específica y en detalle, debe apuntarse que tanto Martínez como el conjunto de la agrupación titular española han hecho un notable esfuerzo de doma y tiro para levantar el producto en unos mínimos de dignidad expositiva. No es de rigor exigir más porque más no hay. La compañía carece de fondos, desde humanos hasta económicos, para sostener lo que se da en llamar como gran repertorio, de ahí que ciertas cosas resulten escuálidas.
Don Quijote
Coreografía: José Carlos Martínez (sobre las originales de Marius Petipa y Alexander Gorski). Música: Ludwig Minkus. Orquesta de la Comunidad Autónoma de Madrid. Dirección musical: José María Moreno. Lugar: Teatro de La Zarzuela, Madrid. Fecha: Hasta el 3 de enero de 2016.
Es Don Quijote un ballet característico en su esencia y en su estilo, se asimila a la etapa de transición entre el Romanticismo y el Academicismo. Poco a poco, el tiempo ha limado los límites entre ese estilo de lo característico (las danzas que asumen estilizar patrones folclóricos, las escenas populares, las tramas cómicas y recurrentes de un realismo casi siempre pedestre) y el fulgor académico y su empaque, que termina por imponerse junto a una progresiva unificación en la ejecutoria del baile. No por ello, el remontador debe olvidar esa mecánica de origen adscrita a un estilo determinado, pues ahí está la clave de la pervivencia de los valores del ya lejano original. En cierto sentido es una lucha por sobrevivir de los elementos patrimoniales (coreográficos y ambientales) que garantizan la transmisión de un clásico de generación en generación.
El Don Quijote de Martínez es discreto como labor de síntesis, que no ayuda mucho a la lectura establecida al suprimir muchos fragmentos tanto de baile como de acción y pantomima, entre ellos la escena de la taberna o el personaje Reina de las dríadas, por sólo citar dos; así la coreografía usa todo precedente que tuvo a mano, arreglando los motivos según convenga a las posibilidades de la plantilla. Es de oficio y tiene su lógica. Lo más débil del montaje es el “acto blanco” o Reino de las dríadas (llamado a veces Sueño de Don Quijote), es donde menos solvencia hay en todo, desde el baile a la decoración o a cómo suena la orquesta.
El bailarín madrileño Joaquín de Luz ha sido el invitado especial de este estreno para asumir el rol del barbero Basilio, héroe cervantino del pasaje Las bodas de Camacho que inspira el libreto del ballet. Joaquín está en una madurez espléndida y su baile sigue encandilando al público. Fue evidente que De Luz no tuvo tiempo de acoplarse lo suficiente a la coreana YaeGee Park, que hizo el papel de Quiteria, pero en sus solos y en su quehacer escénico transmitió una contagiosa alegría y una personalidad chispeante que se agradece en este papel. Algunos bailarines se esmeraron lo suyo en sus caracteres, como Antonio De Rosa en las cortesanías de Camacho o Isaac Montllor en un obnubilado Quijote.
Babelia
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