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Tribuna
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Menos mal que no soy yo

Estás en primera fila y piden un voluntario. A ti te entra miedo, miras para otro lado y rezas

El payaso Grimo, uno de los protagonistas de la obra
El payaso Grimo, uno de los protagonistas de la obraInstagram

Nunca me ha gustado el circo. De pequeño la película It marcó mi peculiar visión de los payasos y de adolescente nunca le vi la gracia a los acróbatas, equilibristas y demás protagonistas habituales del espectáculo. Menos me interesaban aún las exhibiciones con animales, a menudo torturados durante años para aprender sus malabares. Pero, a pesar de este rechazo histórico, me animé a ir a ver la obra ‘El circo de los horrores’, que se exhibe en el teatro Moliere de la Ciudad de México.

La función es entretenida y se mezclan diferentes actuaciones, utilizando como nexo el terror. Son memorables las interpretaciones de las chinas contorsionistas, la de la mujer sujeta por una coleta o la de los forzudos equilibristas, pero, si hay algo en El circo de los horrores que destaca por encima de todo, es el humor – a veces de dudoso gusto - y la interacción continua con el público. Por esto es recomendable evitar las primeras filas a menos que uno quiera ser insultado por Nosferatu o ridiculizado por el payaso Grimo.

La primera víctima escogida al azar y al que hicieron volver al escenario en cinco ocasiones, se llama Carlos. Es un chico joven, de unos 20 años, de complexión delgada y que sonríe mucho. Carlos parece simpático y conecta bien con el público, que no para de reír mientras el payaso Grimo le introduce al chico una jeringuilla extra grande por el ano. Pasado el mal rato, Carlos se sienta, pero le hacen volver al escenario cinco minutos después. Esta vez le tapan la cabeza y simulan que le lanzan cuchillos. Carlos ríe y el público también. Mientras, yo pienso: menos mal que no soy yo.

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Después de Carlos, es el payaso Enric el que escoge una nueva víctima para sus bromas. Esta vez es una chica de unos 30 años, guapa y rubia. Las alusiones del payaso Enric hacia su físico son innumerables. El payaso se ríe de ella, ella sonríe y el público se desternilla. Mientras, yo pienso: menos mal que no soy yo.

La última actuación del espectáculo requirió de otros cuatro voluntarios. A estas alturas yo ya estaba deseando irme a mi casa, más preocupado por no ser la próxima víctima que del final de la obra. Tuve suerte, los elegidos fueron un hombre de unos 40 años de edad, una treintañera con unos zapatos de tacones altos, un joven que rondaba la mayoría de edad y nuestro amigo Carlos, que a estas alturas ya se había convertido en el ídolo del público.

La última actuación siguió el guion de las anteriores. El payaso Enric se burlaba de los seleccionados, el público se divertía, y yo solo pensaba: menos mal que no soy yo. Está bien reírse de uno mismo, pero está mejor hacerlo de los demás.

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