Muerde la Manzana 6 Plus
‘Golem’ es una divertida y certera parábola sobre la tecnología como medio para crear necesidades y monitorizar a la población
Cuenta la leyenda que en la Praga medieval el rabino Judah Loew ben Bezalel creó una criatura de barro, el Golem (como Dios creó a Adán), y la puso a su servicio. Igual de improbable parece la historia del Hombre de Palo, supuesto autómata toledano de madera atribuido a Juanelo Turriano, relojero de Carlos V y constructor del famoso Artificio de Juanelo, que surtía de agua del Tajo al Alcázar, más de cien metros por encima del nivel del cauce. Ambas leyendas provienen seguramente de la Edad en que el hombre empezó a trabajar el barro y la madera.
Inspirándose en la figura del Golem, la compañía británica 1927 (fecha del estreno de Metrópolis, Napoleón y El cantor de jazz, películas que configuran su manifiesto estético) ha puesto en escena una fantasía futurista retro, en la cual, entre los habitantes de una ciudad parecida a como imaginaban las nuestras los directores de filmes expresionistas, se pone de moda tener un artilugio que ofrece muchas prestaciones, pero que convierte al amo teórico en esclavo suyo.
GOLEM
Autora y directora: Suzanne Andrade. Intérpretes: Charlotte Dubery, Will Close, Lillian Henley, Rose Robinson y Shamira Turner. Madrid. Teatros del Canal, del 9 al 12 de diciembre.
La analogía entre este Golem (de barro ecológico, portátil, actualizable periódicamente, pero que enseguida queda obsoleto y debe ser substituido por una versión con prestaciones nuevas), los teléfonos portátiles inteligentes y otras herramientas supuestamente facilitadoras pero robatiempo, como el correo electrónico, es nítida y oportuna. Su poderoso influjo cambia rápida y estructuralmente el modo de vida de los Robertson, protagonistas del espectáculo, los hace dependientes de la industria, cambia sus convicciones, remodela sus gustos y permite que su intimidad, costumbres e itinerarios queden expuestos a la inspección subrepticia de alguien que proceda de manera encubierta.
A caballo entre teatro y cine, en Golem (muchas de cuyas escenas se resuelven con fundidos a negro) el trabajo pantomímico de los intérpretes evoca el de los filmes del Harold Lloyd o de Buster Keaton y se ajusta milimétricamente a una proyección animada muy atractiva de Paul Barritt, donde se entrecruzan el cine de Fritz Lang y de Murnau y las viñetas de El pequeño Nemo en Slumberland. Sus personajes, en vivo o filmados, parecen muñecos vestidos por el Doctor Coppelius, y la música de Lillian Henley, interpretada en vivo por los propios actores, subraya el onirismo y el buen humor reinantes, idóneos para narrar la transformación de una familia díscola y con ideales en gente que trabaja al dictado.
El espectáculo, de formato medio o medio pequeño, vale la pena claramente, pero en la sala verde de los propios Teatros del Canal o en Cuarta Pared, donde 1927 estrenó con tanta fortuna un par de años atras The Animals and Children took the Street (Los animales y los niños tomaron las calles), hubiera encontrado mejor acomodo y proporción más adecuada que en esta ciclópea sala roja.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.