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Kandinsky en Madrid: la matemática de la emoción

CentroCentro Cibeles acoge la mayor exposición celebrada en España sobre uno de los padres de la abstracción

Vídeo: Samuel Sánchez
Borja Hermoso

Paseando entre los kandinskys –volcán de color en medio de tanta grisura de cielo y discurso- cabe pensar en cosas que no suelen ser materia de reflexión un lunes por la mañana. Cosas como que el arte nos sigue salvando, terco en su quietud en medio de tanta bulla. Y no solo a través de vectores como el poder evocador y el arrebato plástico. También nos salva la lógica. La lógica estruendosa de Vassily Kandinsky (Moscú, 1866–París, 1944), ese edificio levantado durante los primeros 40 años del siglo XX a golpe de teoría y práctica, de manifiestos y cuadros, color y forma.

La lógica de Kandinsky, alguien que en Múnich, Moscú o París conmocionó el mundo del arte aplicando criterios objetivos para suscitar las más profundas emociones, queda enmarcada para la posteridad en la exposición que sobre la trayectoria del artista y profesor franco-ruso-alemán albergan las salas del CentroCentro Cibeles de Madrid.

El centenar de obras –óleos, tintas, gouaches, grabados…- procedentes del Fondo Kandinsky del Museo Nacional de Arte Moderno-Centro Pompidou de París se despliega en cinco grandes salas sobre la base de una sobria escenografía de fondos blancos, azules y negros. Los paisajes posimpresionistas primero, las frías geometrías después, y los inquietantes elementos zoomórficos por fin, asaltan y desasosiegan al visitante que se preste al juego, en lo que supone la mayor exposición celebrada en España sobre uno de los grandes tótems de la abstracción y, por elevación, de la Historia del arte. Kandinsky. Una retrospectiva, que antes pasó por Milán, Milwaukee y Nashville, es un verdadero acontecimiento en la temporada de exposiciones. No se olvide que España tardó algo más de lo conveniente -1978, en la Fundación Juan March- en dar a conocer al maestro de la abstracción.

Un puñado de obras maestras

Improvisación III, En el gris, Acento en rosa, Trama negra, Una fiesta privada… son algunas de las obras maestras de Kandinsky presentes en la exposición que mañana, martes, abrirá al público CentroCentro Cibeles de Madrid. Esas cinco obras mayores y el centenar restante pertenecen al Fondo Kandinsky, propiedad del Centro Pompidou de París tras las sucesivas donaciones que –primero por parte de la viuda del artista, Nina Kandinsky a mediados de los 70 y más tarde, en 1982, con el desembarco del Legado Kandinsky- convirtieron al museo parisiense en el principal depositario mundial de la obra del artista; sólo el Guggenheim de Nueva York y el Lenbachhaus de Múnich pueden competir con él en volumen e importancia de obras.

La muestra viaja por Múnich, Moscú, Weimar y París, y simboliza en cierto modo la condición de víctima política de un genio que, a la postre, habitó una constante huida hacia adelante por la fuerza de las cosas. Kandinsky acabó harto de los burócratas comunistas, para los que trabajó con ahínco tras la revolución de 1917, y posteriormente tuvo que huir de la bestia nazi, cuando esta desmanteló en 1933 el experimento de la Bauhaus en Weimar y Dessau. La frialdad del geometrismo puesto en marcha por el artista a su paso por la Bauhaus acabó dejando paso, en París, a una pintura luminosa poblada de elementos orgánicos y zoomórficos, con un toque surrealista. Cerca de los Arp, Miró y Picasso vivió Kandinsky, casi recluido con Nina en su casa de Neuilly, donde estaban casi todas las obras de esta exposición: su colección personal. El padre de El Jinete Azul murió allí en 1944 tras un ataque cerebral.

El viaje propuesto por la comisaria Angela Lampe, responsable de las colecciones modernas del Centro Pompidou, es escrupulosamente cronológico y abarca lo que podríamos llamar el todo Kandinsky: Múnich (1896-1914), Moscú (1914-1921), los años de la Bauhaus (1921-1933) y París (1933-1944, año de su muerte). Es la vida de un hombre de lejanías, siempre dispuesto, llegado el momento, a marcharse como llegó, aferrado a la única patria para él posible, el arte, alérgico cual pelo de gato al dogma artístico y político y a cualquier atisbo nacionalista.

Así lo interpreta Angela Lampe. Recostada en un sofá del hotel que le sirve de hogar estos días en Madrid, la responsable de la exposición habla de la triple ciudadanía de Kandinsky como antídoto de certidumbres, y como elemento clave en su devenir personal y creativo: “Para él el arte es un ideal humanista, el arte no es de ningún lugar, no tiene fronteras, y eso en él guarda un doble sentido. Su deseo es traspasar esas fronteras y por eso fusiona pintura y música, y por eso bebe de las tres culturas, rusa, alemana, francesa… su patria era solo el arte, el arte del mundo, y todo eso quedará luego reflejado en el almanaque Der Blaue Reiter, una publicación absolutamente innovadora en la que se muestra por primera vez el arte moderno occidental junto a las artes populares orientales, las máscaras chinas o indonesias, los dibujos infantiles, Matisse, Picasso… Es una especie de posmodernismo avant la lettre”.

Después de estudiar Derecho y Economía durante 10 años en su Moscú natal, Vassily Kandinsky se trasladaba a Múnich en 1896 para acometer, de forma bastante tardía, sus estudios de arte. En una ciudad que se había convertido en puro sarpullido creativo y que ya había empezado a abandonar el simbolismo para lanzarse al renovador Jugendstil modernista, Kandinsky desplegaría no solo su arte… sino también su ciencia.

Triplemente influido por las artes tradicionales y populares de su Rusia natal, el descubrimiento de Monet y la escucha del Lohengrin de Richard Wagner, el artista iba a echar los cimientos intelectuales y pictóricos de la abstracción. De lo espiritual en el arte (1912), un texto seminal de menos de 100 páginas que debería ser materia obligatoria en cualquier instituto de secundaria, deja claro el tema: no importa el qué, no hay asunto, no hay soluciones formales absolutas, sólo el efecto psíquico de las formas y de los colores en quien contempla la obra de arte importa, algo así como entre usted en el cuadro, navegue, déjese llevar, decida cómo quiere usted que ese cuadro sea. Hasta entonces sagrados principios referenciales de la pintura –como el del embeleso naturalista y su consecuencia, la imitación- quedan aparcados en vía muerta. La abstracción ha nacido de forma oficial. Kandinsky, que no propone caprichos ni poesías baratas de verso libre, aplica sistemas y criterios objetivos a su pintura. La matemática de las emociones es posible. El único objetivo es conmover. Él lo consigue: “Todo viene de un concepto que le obsesiona, el de la necesidad interior. En su caso esa necesidad viene de la forma, del interior, es decir, si en ese cuadro hay un círculo es preciso que ese círculo sea amarillo y no de otro color, de manera que acabará provocando emociones, vibraciones. En la abstracción de Kandinsky todo es muy controlado y muy sistemático, todo es muy riguroso, y ahí tienen mucho que ver, creo yo, sus estudios de Derecho y Económicas. El objetivo último era no sólo transmitir, sino persuadir”, explica Angela Lampe, una de las grandes especialistas mundiales en Kandinsky y los demás artistas del grupo Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), y que ahora prepara la gran retrospectiva que sobre Paul Klee organizará el año próximo el Centro Pompidou de París.

Kandinsky. Una retrospectiva. Exposición organizada por CentroCentro Cibeles, Centro Pompidou y Arthemisia Group. Del 20 de octubre al 28 de febrero.

 

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.

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