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CRÍTICA | EL NUEVO TESTAMENTO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Contra Dios Padre

En el excéntrico nuevo trabajo de Jaco van Dormael pervive lo mejor de su toque

Fotograma de 'El nuevo testamento'.
Fotograma de 'El nuevo testamento'.

En la obra cinematográfica del belga Jaco van Dormael, la sofisticación narrativa siempre se ha dado la mano con un llamativo barroquismo visual, aunque los resultados no han salido siempre equilibrados. En su opera prima, Totó, el héroe (1991), hubo un imaginativo uso de la figura del narrador no fiable que, a través de un relato discontinuo, no excluía la emoción. Sin embargo, los juegos fractales de Las vidas posibles de Mr. Nobody (2009) no lograban ocultar una enorme ingenuidad de fondo, cayendo en unas formas expresivas que se acercaban peligrosamente a la retórica publicitaria. Daba la impresión de que Jaco Van Dormael sucumbía, irremisiblemente, a lo peor de un Jean-Pierre Jeunet. El nuevo nuevo testamento no sólo invita a reconciliarse con el director: en este excéntrico trabajo pervive lo mejor de su toque, al tiempo que se da forma a algo completamente distinto.

EL NUEVO NUEVO TESTAMENTO

Dirección: Jaco Van Dormael.

Intérpretes: Pili Groyne, Benoît Poelvoorde, Catherine Deneuve, Yolande Moreau, François Damiens, Laura Verlinden, Didier De Neck, Serge Larivière.

Género: comedia.

Bélgica-Francia-Luxemburgo, 2015.

Duración: 113 minutos.

Con la exuberancia imaginativa de una historieta de François Boucq –la extrema libertad de Los pioneros de la aventura humana no anda lejos de aquí- y el ímpetu lúdico-reflexivo del Dios en persona de Marc-Antoine Mathieu, el cineasta propone una feliz herejía a partir de la rebelión individual de la hija de una deidad desastrada y energúmena, encarnada en el gran cómico Benoît Poelvoorde. El desfile de imágenes chocantes, filtradas a través de una textura melancólica que evoca la obra del fotógrafo Andrzej Dragan, acaba construyendo un discurso muy ambicioso sobre la necesidad de impugnar la herencia de una religión opresiva y patriarcal.

El gusto de Van Dormael por el relato fragmentario se canaliza a través de una serie de neo-evangelios que proponen una nueva era bajo el signo de lo femenino. Un nuevo mundo inclusivo y empático donde el Dios Padre que disfruta con la muerte como un niño perverso jugando con su tren eléctrico es sustituido por una Diosa Madre que posibilita nuevas formas de relación con el doméstico relajo de quien se enfrasca a elaborar un bordado tan grande como el mismo Universo. La cursilería apunta ligeramente el morro en el tramo final, pero el afortunado sentido de la comicidad de esta película inclasificable domina el conjunto con una curiosísima mezcla de humor negro, humanismo, imaginería de filiación surrealista e inteligencia enloquecida.

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